DOMINGO
Arturo se despertó de nuevo.
Estaba en un dormitorio humilde de
lo que parecía ser una casa de campo un poco destartalada.
Por una de sus ventanas entraba la
claridad de la mañana en forma de unos bellos rayos transversales plagados de
luminosas partículas centelleantes.
Se sentía magullado, dolorido y
muy cansado. Como si una apisonadora le hubiese pasado por encima.
Los recuerdos de la noche anterior
venían a su mente con toda claridad de detalles ensimismando su raciocinio
abotargado.
Estaba vestido, así que se levantó
y caminó a trompicones hasta la puerta.
No parecía haber nadie más en la
casa. Al menos, no en lo que él notaba.
Al salir afuera, enmudeció.
La visión era desconcertante y
totalmente explícita.
Por resumirla, decir que tenía los
pies sobre un planeta, tan pequeño, que apenas albergaba la casa de la que
acababa de salir, un jardín de unos 1000 metros cuadrados repleto de plantas
sorprendentes y el bosque que terminaba de tupirlo. Sobre él, un enorme sol
azulado caldeaba la estampa con unos bellos destellos cristalinos.
El cielo era límpido y cálido con
las nubes justas para hacerlo perfecto. La verdadera postal de un auténtico
vergel.
Aún restregándose los ojos, caminó por el
jardín un rato descubriendo el asombroso trabajo de aquel ser que se
arrodillaba humilde laboreando un pequeño parterre cubierto de flores
multicolor.
Al sentirlo, El Jardinero se
volvió:
—Buenos días —le dijo regalándole
la mejor de sus sonrisas.
Arturo se agachó a su lado
devolviéndole el saludo.
—¿Te gustan? —le preguntó
mostrándole un par de ejemplares azul fosforescente.
—Sí, son muy bonitas —respondió
éste sorprendido.
El Jardinero se incorporó, caminó
un poco más allá, recogió una regadera de metal y las regó.
Cuando terminó, colocó la regadera
en su lugar y le dijo:
—Ven, tengo algo que darte.
Los dos caminaron juntos por el
jardín hasta una casucha de aperos.
El Jardinero entró en ella, saliendo poco
después con una pequeña caja de madera.
—Es tuya —le dijo extendiéndosela.
Arturo la recogió y la abrió. En
su interior había un diario de tapas azul brillante y un lápiz.
Las hojas estaban en blanco.
El Jardinero se lo abrió por la
primera página, puso su verdosa mano izquierda sobre ella y la mantuvo quieta
unos instantes. Parecía rezar o recordar algo, pues entornaba los ojos haciendo
que sus cristales se perdieran en algo que Arturo no conseguía adivinar.
Cuando lo consideró oportuno,
retiró su mano y, con una bella sonrisa, recogió la diestra de Arturo,
depositándola donde él antes tuviera la suya.
Arturo sintió un tremendo vértigo.
Asustado, retiró rápidamente la
mano.
—No tengas miedo. Pronto te
acostumbrarás. Tan sólo cierra los ojos y deja penetrar el flujo.
Arturo devolvió la mano al libro.
De nuevo el vértigo. Y con él, las
imágenes. Y detrás, la historia entera de El Jardinero. Desde su primera vida a
aquella con la que ahora compartía experiencias: la vigésimo novena.
Poco a poco, la sensación pasó a
ser plácida y agradable.
Un rato más tarde, ya podía viajar
por ella como la imaginación lo hace a lomos de una mente preclara y límpida.
Toda la historia de El Jardinero, volcada en aquel pozo con la sola imposición
de su mano, le resultó maravillosa; estaba llena de sabiduría, plagada de
metáforas, de sentimientos, de belleza y sacrificios, de amor, de vida. Las
lágrimas no tardaron en aflorar a su rostro.
El Jardinero también se conmovió,
pues, después de todo, aquella era su historia más secreta, su intimidad más
oculta. Aunque no le dolieron prendas; sabía que estaría en buenas manos, que
sería la primera de muchas historias capaces de cambiar el cosmos y de iluminar
a todos aquellos que El Narrador fuera elegido a encontrarse.
Pronto Arturo tendría sus sueños.
Aquellos en los que se le comunicaría el camino a seguir, el lugar a encontrar.
Y, cuando fuera adquiriendo experiencia, pasaría a usar el lápiz.
Arturo retiró la mano.
Dónde antes hubiera una lámina en
blanco, ahora se dibujaba una bella hoja meciéndose al viento de una cálida
brisa primaveral. Era La Historia de El Jardinero. Su primera Historia, y el
inicio de muchas. Tantas, como las que al término de sus eternas jornadas
volcara sobre el diario imponiendo su mano izquierda.
Y así fue cómo fue.
Así fue como El Narrador fue
instruido y como, con el tiempo, abandonó su lugar de iniciación para emprender
su andadura estelar de iluminación y sacrificio.
gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі
(c) Rafael Heka ;-)
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