sábado, 19 de septiembre de 2015

Crónicas Globulares Serial 10: Pelota Mecánica


En los confines de la misma galaxia globular donde se encuentra el mundo de los duendes, a muchos años luz de éste, flota un planeta revestido en chapa.
Bueno, lo cierto no es que esté cubierto de metal, sino que es de metal. Realmente es una pequeña esfera de Dyson[1] (sin un sol que lo abastezca) cuyos habitantes prosperan sobre el interior de su corteza tal y como podrían haberlo hecho en vuestro conocido Rama[2].  
Gracias a la enana blanca alrededor de la cual orbita, el peculiar planeta se muestra rutilante en forma de fulgurante bola metálica. En otras ocasiones, cuando dicho astro queda eclipsado, son su infinidad de motas de luz las que revelan la existencia de un mundo avanzado.
Bien, pues allí, en ese lugar lleno de contrastes, viven los evolucionados gnomos.
Los gnomos de Pelota Mecánica son seres parecidos a los humanos, más pequeños, y de formas concentradas y comprimidas. De pie no superan la barriga de un duende, carecen totalmente de pelo, ostentan orgullosos una pequeña cabeza que cubren con unos finos y ajustados cascos de brillante y reluciente metal (normalmente oro, plata o cobre) por los que emergen sus características y enormes orejas puntiagudas y, como atuendo, en su gran mayoría, gustan de lucir sofisticados trajes de ejecutivo en colores chillones o metálicos.
El planeta entero es prácticamente una gran ciudad, un gran hormiguero, con un skyline plagado de escarpados rascainfiernos tecnológicos dignos de las mejores civilizaciones avanzadas.
Como especie están muy evolucionados, aunque sólo en lo concerniente a las materias científicas.
Desgraciadamente, por ello, en Pelota Mecánica no se conocen las artes. Nunca nadie jamás ha pintado un cuadro ni escrito una novela. Los únicos libros que existen son tratados eruditos sobre Química, Física, etc.
Eso sí, cualquier gnomo, al poco de nacer, ya sabe resolver integrales tiples y derivadas de todo tipo.




[1] Una esfera de Dyson es una megaestructura hipotética propuesta en 1960 por el físico Freeman Dyson en un artículo de la revista Science llamado «Search for artificial stellar sources of infra-red radiation». Tal esfera de Dyson es básicamente una cubierta esférica de talla astronómica (es decir, con un radio equivalente al de una órbita planetaria) alrededor de una estrella, la cual permitiría a una civilización avanzada aprovechar al máximo la energía lumínica y térmica del astro.
[2] “Cita con Rama” es una novela de ciencia-ficción escrita por Arthur C. Clarke en 1972. Es una de las obras más premiadas del género pues, entre otros, recibió en 1973 el premio Nébula y en 1974 el Hugo, Locus y John W. Campbell Memorial.

(c) Rafael Heka
(c) 33 Ediciones

Lineal C Serial 02: Alfa


VIERNES











Aún no sé por qué lo hice.
Cansancio quizás.
Ganas de aire nuevo.
No sé.
Quizás estuviera hasta los cojones.
Lo que está claro es que lo hice.
Cogí mi viejo coche y me lancé un centenar de kilómetros a un lugar desconocido camino de un grupo de tipos con los que no compartía ya nada, y a los que consideraba, en el mejor de los casos, unos gilipollas.
Necesitaba una bocanada de aire.
Conmigo llevaba pocas cosas: un par de libros de sabiduría, algo de música, el botiquín de vitaminas y ansiolíticos y mi grabadora de notas.
Me dedicaba a la literatura. Escribía.
Subsistía, más bien.
Contar cosas divertidas en aquel país por entonces era complicado.
La gente quiere cosas serias, neuras, depresión, que ganen los malos, todas esas mierdas que le hacen a uno sentir como el culo, y, sinceramente, yo no puedo con eso.
Historias juveniles, divertidas, de ciencia-ficción; ésa fue mi elección tras entender que cada escritor ha de escribir, lo que ha de escribir, y no otra cosa.
Exacto. Escogí el camino más duro.
Pero con un par de cojones, mucha paciencia, amigos perdidos por el camino y montones de trabajos mal pagados, conseguí publicar algunas cosas en editoriales de mierda llenas de frikis, más preocupados de jugar al rol que de profesionalizarse. Luego, cansado de mamoneos y hostias, fundé mi propio sello.
Así fue cómo me estabilicé de una puta vez y comencé a disfrutar. Y así fue, como una tarde, Javier me llamó.
—Hombre, ¿qué tal? —le dije falsamente agradecido.
—Ya ves... (Bla, bla, bla)... he alquilado una cabaña para el fin de semana... (Bla, bla, bla), a ver si así nos vemos todosque hace la de dios que... (Bla, bla, bla)
—No estaría mal —contesté—, (etc, etc, etc).
Bueno, ya sabéis, el rollo de siempre.
Javier era el típico imbécil sin ningún tipo de personalidad que hoy dice una cosa, mañana otra, y que cuando se junta con un par de personas, no sabes nunca por dónde va a salir.
Sus últimas aventuras consistían en viajar por todo el globo con una compañía de teatro ambulante interpretando textos clásicos a nivel diurno, para, pasando al nocturno, follarse todo aquello que se dejara, fuera gratis o pagando.
Últimamente estaba de gira por el país y bla, bla, bla.
—Lo pensaré —le dije. Pero enseguida, incontroladamente, solté:
>>No, espera, cuenta conmigo. ¿Quiénes vamos?
—Marcos, Jorge, Pedro, tú y yo.
Por la cabeza se me pasó no ir, pero acepté.
Joder: el capullo de Marcos, el negativo de Pedro, Javier y Jorge.
Marcos era insoportable. Un cateto cuyos padres pudieron meter en la universidad, de pocas luces a pesar de haber llegado a convertirse en Médico y el típico con aires de superioridad que habla dando lecciones, confundiendo su perspectiva con la realidad.
En cuanto a Pedro, era mi perfecta antítesis. Un tipo dedicado a la literatura, pero a la OTRA literatura. A aquella que explora todo lo oscuro del ser humano. Huelga decir que era un pesimista redomado, un hedonista, un egocéntrico y un drogadicto en potencia, víctima de la insufrible frase: <<Yo controlo>>.
De Javier, ya he dicho bastante y no perderé más tiempo con él. En lo referente a Jorge... Jorge quizás fuera el más agradable de todos. Ingeniero de profesión, abierto de mente, amable de formas y maneras. Sí, era un buen tipo. Quizás un poco inflexible y algo serio. Pero un buen tipo.
Como se ve, no es difícil adivinar el porqué de nuestro distanciamiento.
Yo, particularmente, me cansé de aguantar a la mayoría.
Las discusiones se sucedían, las quedadas disminuyeron y dejamos de compartir cosas. Nuestros particulares caminos terminaron por poner tierra de por medio y todos acabamos donde cada uno debía estar. Y estuvo bien.

Por eso, aún ahora, después de todo, me pregunto reiteradamente por qué fui.

(c) Rafael Heka

(c) 33 Ediciones