miércoles, 17 de junio de 2015

Crónicas Globulares Serial 07: La revelación







Las cosas no le fueron muy bien a Barael después de aquel día fatídico en el que se leyó el último bando de Baradir.

A pesar de que hizo todo lo que pudo, la ola de vandalismo se apoderó de Blancuol antes de que le diera tiempo a terminar sus preparativos.

El pillaje comenzó por las zonas más pobres y se fue extendiendo hasta dominar toda la ciudad.

El nombre más temido en toda Blancuol era el de un mercader seboso y tuerto: Blasto. Blasto el Guarro le llamaban.

Para su desgracia, topó con él. Bueno, con él exactamente no. Topó con sus malvados secuaces.

En la mañana que siguió a la lectura del bando, su casa fue mancillada por cuatro gruesos y desaliñados duendes mientras aún permanecía acurrucado en la cama.

Los asaltantes le propinaron una paliza y lo desvalijaron. Después, redujeron su humilde morada de madera blanca a astillas para palillos. Literalmente, me refiero. Desde hacía un tiempo los palillos se exportaban bien en el mercado negro[1] y todo lo que aquellos secuaces pillaban susceptible de ser reciclado lo hacían mondadientes. Hasta llevaban consigo una ligera máquina para pulirlos y afilarlos. La Palillator-xy. Una joya de artefacto manufacturado en Negrofact con la que resolvían situaciones como aquellas en un abrir y cerrar de ojos.

En fin, que para cuando terminaron —con dos sacos recién manufacturados, y no sin cierta dificultad—, metieron el cuerpo del joven duende en otro y pusieron rumbo a su guarida. Una vez allí, su triste destino fue una fría y oscura habitación desde la que tan sólo podía oír los gritos de otros que, como él, habían sido capturados por la nueva mafia de Blancuol.

En aquel lugar pasó lo que a él le parecieron varios meses hasta su traslado a las minas de azúcar de Bernia.

Estas minas, de carácter privado y propiedad de Blasto, estaban socavadas en la ladera del Monte Brecio. Los inquilinos que amablemente se pusieron a su disposición eran, en su gran mayoría, divertidas gentes de sobrias costumbres con los que uno se iría a tomar un café con pastas, al arrullo de unos divertidos dibujitos de los Osos Amorosos.

Con exquisito mimo y dedicación fue esclavizado, maltratado, apaleado, escupido y sí, lo que estáis pensando, también. Eso sí, sin saña ni lascivia.

Y allí hubiera acabado nuevamente toda esta epopeya, con un Barael dispuesto a ejercer de pequeñita meretriz para unos animales de brazos como postes de la luz, si no hubiese sido porque Dindorx, aburrido de esperar un inexistente brote de hombría y de comerse hasta las uñas de los pies, terminó por echarle un cable.



* * *



Aquella noche fue.

Barael maldormía en su lecho de hielo rocoso tras un duro día de trabajo y una dura noche de trabajo.

Al principio, una cama de hielo le resultaba algo excesivo, para aquel entonces, lo excesivo hubiera sido dormir con sus blancas nalgas fuera de ella pues no hubiera podido ocurrir lo que pronto sucedió.

En uno de sus cada vez más extraños sueños, uno con pelotas grandes gigantes que botaban y explotaban, se le apareció Dindorx vestido con su mejor traje de ceremonias; concretamente, el blanco ribeteado en plata:

—Barael —comenzó el dios con voz solemne—, has de escaparte de esta ciudad maldita para devolver el orden al país de Blancualín y al resto del continente. No te asustes de lo que va a pasar ahora, sólo vas a sentir unas pequeñas cosquillas. No puedo decirte más.

Sí, claro, como todos, pensó Barael mientras hacía el ademán mecánico de levantarse de la cama y ponerse de cuclillas.

—Una vez que escapes —continuó Dindorx cortando sus pensamientos impuros mientras el joven duende regresaba de forma automática al lecho sin apenas haber abierto los ojos—, te dirigirás al Muro de los Colores. En uno de los bolsos, de tu levita, he depositado un dado. Él te ayudará a elegir el camino.

>>Por las provisiones no has de preocuparte: junto a ti encontrarás un zurrón mágico; en él cabe todo lo que quieras meter sin importar el tamaño y te proporcionará toda la comida que se te antoje.

>>Recuerda: En tus manos está el futuro de los duendes. Tú eres el único, escucha bien: el ÚNICO que puede ayudar a que todas las cosas se resuelvan. Bueno, el único después de mí y porque yo he querido, pero esa es otra historia[2]. He depositado en ti mucha confianza, Barael. Adioooos.

El duende sintió un benigno cosquilleo y continuó durmiendo. Ahora, extrañamente para él, de manera más plácida.

Su aventura, la nuestra y la de todo dios, no ha hecho más que empezar...


[1] El mercado entre Blancualín y Negrontia, el país de los duendes negros.
[2] Nos ha jodido, el listo. No le va a decir que todo es una puñetera artimaña suya para pasar el rato, divertirse y poder descansar. A lo mejor el pobre duende se cabrea y prende fuego al planeta y media galaxia entera.


(c) Rafael Heka

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