Las ensordecedoras cien mil avispas volaban
frenéticamente por entre la espesura de los árboles como una borrosa infección
capaz de engullir cualquier cosa.
Nadie jamás había visto nada igual. En
parte, porque no hubiera podido contarlo.
A la cabeza, montado en la avispa más
rápida, robusta y fuerte de todas las que hubiese en Civitadeux, iba Vesperio.
Tras él, el ejército. Detrás, los
voluntarios.
Llegados al Lago de los Nenúfares, Vesperio
alzó su brazo derecho y los cinco túnicas verdes que volaban tras él se
desplegaron en perfecta coordinación dividiendo la hueste en cinco terroríficos
batallones.
Vesperio dibujó entonces un círculo con el
dedo índice y cuatro de los cinco escuadrones perimetraron la isla colocándose
estratégicamente de forma que pudieran estrechar un círculo capaz de impedir la
escapatoria.
El quinto, fiel a su cabecilla, siguió
interrogante a un desconcertante Vesperio: ¿Por qué pelotas aceleraba sin
motivo precipitándose como un loco al monte que coronaba la isla?
Vesperio levantó de nuevo la mano.
Los capitanes frenaron en seco los cinco
batallones a una distancia prudencial.
Vesperio se acercó entonces tranquilo a la
cima.
Los capitanes esperaron la señal definitiva
que abriera las compuertas a la adrenalina acumulada y permitiera magnicidios,
violaciones e ingesta de cadáveres.
Vamos.
Vaaaaaaaaaamos.
Un buen plano detalle reflejaría sin reparos
cómo las venas de sus sienes bombeaban sangre, las mandíbulas hambrientas de
las avispas salivaban lubricantes y sus labios inferiores eran mordidos con
fruición a la espera de un golpe fatal que, para asombro de todos, y descuelgue
general de mandíbulas, no se produjo: Vesperio se acababa de marcar un
sonriente picado en un espectacular plano medio ralentizado y centrado en el
rostro.
¿Está loco?
¿Es gilipollas?
¿Le ha explotado una hemorroide?
¿¡Sonriente!?
Los capitanes se alarmaron revolviéndose
inquietos en sus monturas.
La avispa de su adorado führer, que caía a
gran velocidad desangrándose por el salvaje corte que Vesperio le había hecho
en la garganta, trazaba caóticos círculos mientras el monje trataba de no
perder el control manejando la pelvis como un jabato en una orgía.
Por fin, la avispa se estrelló en el suelo
con una explosión miasmática[1]
altamente repugnante y muy propia a objeto de simular una descojonación
completa del jinete.
Los capitanes, todavía tratando de explicarse
qué cojones estaba pasando, aguardaban aún a tanta distancia del monte que no
vieron cómo un herido Vesperio rodaba dificultosamente hasta una disimulada
entrada subterránea[2].
Pero es que tampoco vieron cómo se deslizaba
por un tobogán ya preparado para la ocasión, ni cómo, al caer en una red, ya
dentro de Vrícuit, gritaba desesperadamente:
—¡Ahoraaaaaaa!
Luego vendrían los: —¡¡¡Auxilio!!!,
¡¡¡méDICO!!!, ¡¡¡DROGAS!!! —En fin, lo típico, pero los monjes ya no podían
oírle.
Lo que sí oyeron fue el acojonante zumbido
del millar de abejas bajo la loma.
El túnica verde al mando del escuadrón que
seguía a Vesperio levantó bravo su brazo derecho y gritó:
—¡Al ATAQUEEEEEEEEEE!
Los cinco escuadrones volaron entonces raudos
hacia la cima de la montaña sin prestar atención a sus inteligentes orejas. De
hacerlo, hubieran podido detectar el sospechoso zumbido que, bajo ellos, se
acercó por igual a todos sus ejércitos, los rebasó y continuó hacia el bosque
cercándolos en retaguardia.
Ya en lo alto del islote, intentaron
precipitarse por el supuesto cráter antes de que salieran las abejas.
Desgraciadamente, allí no hallaron ninguna
entrada.
Nunca la hubo, è così?
Estúpidos, los capitanes se miraron entre
ellos y, ahora sí, detectaron el ronroneo.
Efectivamente, allí marchaba, a lo lejos,
alejándose desconcertantemente como una onda en un lago al efecto de una
piedra.
En un acto reflejo, unificaron el enjambre e
intentaron acercarse a deliberar.
Fue demasiado tarde. La tremenda explosión
concentró sus pupilas en un gigantesco tsunami radial cuyo puerto eran los
nenúfares y la ola un aguerrido ejército de abejas guerreras.
Pero aquellos diminutos agujeros negros
hubieron de tragarse por completo todas sus verdes galaxias. ¡Vaya si lo
hicieron! Pues las acuáticas plantas continuaron vomitando millares de alados
enemigos amenazando con cubrirlos[3]
bajo una inclemente cúpula de cópulas. Con lo bien que les veía ahora un buena
retirada…
No hubo tiempo que perder. Del centro de la
oscura mancha de las avispas nacieron enseguida cinco pasillos por los que se
precipitaron determinantes cada respectivo túnica verde. Arrastrando
involutivos sus batallones, transformaron el círculo en estrella, la cargaron
en una imaginaria y pentagonal ballesta y accionaron el gatillo.
Las abejas esperaron tranquilas pues sabían
algo que las avispas desconocían.
Concretamente, una canción. @
Decía así:
Te marchaste, te
fuiste, me abandonaste.
Te acostaste con
el primero que te encontraste.
Me ofendiste, me
humillaste, me avergonzaste.
Me pusiste los
cuernos y me engañaste.
Pensaste que era
tonto, pensaste que era idiota,
y he colgao en
Internet tu foto en pelotas…
Me la diste, me
la pegaste sin compasión.
Y ahora van a
verte en pelotas hasta en el Japón.
Te llevaste
hasta los trastes, del mástil de mi guitarra,
y guitarra rima
con lo que tú eres: ¡Guarraaaa, es una guarra!
Me dejaste sin el
coche, sin el piso y sin un duro.
Por mí puedes
metértelooooooooos…
Por el culoooo,
oeee.
Por el culoooo,
oeee.
Por el culoooo,
oeee.
¡¡¡Por el
culoooo oe, oeeee!!![4]
Al cuarto tarareo de por el culo, un
rugido ensordecedor partió el aire de forma bastante elocuente y acertada.
Los jinetes avispa miraron al cielo
aterrorizados.
Su ataque hubo de cesar. ¡Cómo no! Del
bosque había surgido una enorme bestia de color verde con forma de lagarto y
alas de murciélago.
Relamiéndose lascivo, Salvatore pasó por
encima de las abejas, por encima de las avispas, y se posó lentamente, con las
alas desplegadas, en la cima del monte que coronaba el islote.
Los jinetes avispa le miraron incrédulos.
Salvatore gritó solemne:
—¡Rendíos, no tenéis escapatoria alguna!
Los túnicas verdes vacilaron. Los engranajes
de su cerebro giraron veloces pergeñando estrategias.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
Las avispas zumbaban, las abejas zumbaban.
Uno de los túnicas verdes, el que estaba
frente a Salvatore, levantó finalmente su brazo, espoleó su avispa y gritó:
—¡Escuadrón, conmigo!
Las estúpidas avispas se precipitaron hacia
Salvatore sin atisbo de consciencia mientras los demás batallones permanecían
quietos, ignorantes también a cuanto podía suceder.
El dragón tan sólo tuvo que batir una vez
sus alas para ver al enemigo congelado en el aire.
Lamentablemente, aquella muestra de poder no
frenó al túnica verde.
Salvatore bajó esta vez las alas, apoyó su
cuerpo en el suelo y miró fijamente al enjambre.
El túnica verde continuó acercándose.
—¡No me obliguéis! —gritó entonces el
dragón.
El solitario escuadrón se abalanzó aún más
violento.
—De acuerdo, como queráis —dijo para sí
resignado.
Hinchó su buche, abrió sus enormes fauces y
del interior de su oscura garganta brotó una explosión incendiaria que
carbonizó hasta el último de los individuos.
Los restos cayeron al agua, cubriéndola de
cenizas a la vez que un tremendo y esclarecedor silencio invadía el lago.
Los soldados avispa contemplaron derrotados
la escena teniendo que reconocer que aquella fuerza superaba cualquier cosa que
hubiesen visto antes.
Los cuatro túnicas verdes que quedaban se
reunieron frente Salvatore:
—Nos rendimos —dijeron.
El dragón contestó:
—Gracias. —Y levantando su cabeza, escupió
un enorme chorro de fuego en dirección al cielo.
Luego, como hiciera con él aquel duende que
lo visitaba de pequeño, empezó a tararear seguido de su millar de alumnos:
—Por el culoooo, oeee.
>>Por el culoooo, oeee.
>>Por el culoooo, oeee.
>>¡¡¡Por el culoooo oe, oeeee!!!
Los jinetes de las abejas rompieron en
vítores.
* * *
Finalmente, Vrícuit quedó abandonada.
Realmente resultó una escena bella, gloriosa
y masivamente deseada.
Civitadeux, después del fracaso de lo que
más tarde se llamó la Guerra de las Abejas y las Avispas, había caído para
siempre. Rendida por Barael a lomos de un pletórico Salvatore totalmente
exultante arrancando cabezas e higadillos, jamás volvería a amenazar Verdol: la
redujo a cenizas.
Cenizas hizo de la catedral, cenizas se
hicieron de las viviendas, cenizas se hizo de la colmena de avispas.
La maldita ciudad eclesiástica se convirtió
por fin en un mal sueño.
Tanto fue lo que Salvatore hizo por los
duendes de Verdol, que éstos decidieron nombrarle rey y construirle la mansión
más fantástica del país.
El dragón, en contrapartida, juró su cargo y
prometió defenderles y enseñarles rock hasta el final de los tiempos.
Barael vivió todo aquello sí, pero acabadas
las ceremonias de rigor, regresó apresuradamente a Vrícuit. Le aguardaba una
última cosa por hacer…
[1] De fluidos corporales. Asquerosa, vamos. Una
plasta gore que haría vomitar a Freddy Krueger.
[2] Hombre, es que ni Robocop aguanta una hostia así.
O qué os pensabais.
[3] Cubrir: Dicho del macho, fecundar a la hembra.
[4] :-D
gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
dank
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
dank
感謝
спасибі
спасибі
(c) Rafael Heka ;-)