sábado, 28 de enero de 2017

Crónicas Globulares 35: Sorpresa



Las ensordecedoras cien mil avispas volaban frenéticamente por entre la espesura de los árboles como una borrosa infección capaz de engullir cualquier cosa.
Nadie jamás había visto nada igual. En parte, porque no hubiera podido contarlo.
A la cabeza, montado en la avispa más rápida, robusta y fuerte de todas las que hubiese en Civitadeux, iba Vesperio.
Tras él, el ejército. Detrás, los voluntarios.
Llegados al Lago de los Nenúfares, Vesperio alzó su brazo derecho y los cinco túnicas verdes que volaban tras él se desplegaron en perfecta coordinación dividiendo la hueste en cinco terroríficos batallones.
Vesperio dibujó entonces un círculo con el dedo índice y cuatro de los cinco escuadrones perimetraron la isla colocándose estratégicamente de forma que pudieran estrechar un círculo capaz de impedir la escapatoria.
El quinto, fiel a su cabecilla, siguió interrogante a un desconcertante Vesperio: ¿Por qué pelotas aceleraba sin motivo precipitándose como un loco al monte que coronaba la isla?
Vesperio levantó de nuevo la mano.
Los capitanes frenaron en seco los cinco batallones a una distancia prudencial.
Vesperio se acercó entonces tranquilo a la cima.
Los capitanes esperaron la señal definitiva que abriera las compuertas a la adrenalina acumulada y permitiera magnicidios, violaciones e ingesta de cadáveres.
Vamos.
Vaaaaaaaaaamos.
Un buen plano detalle reflejaría sin reparos cómo las venas de sus sienes bombeaban sangre, las mandíbulas hambrientas de las avispas salivaban lubricantes y sus labios inferiores eran mordidos con fruición a la espera de un golpe fatal que, para asombro de todos, y descuelgue general de mandíbulas, no se produjo: Vesperio se acababa de marcar un sonriente picado en un espectacular plano medio ralentizado y centrado en el rostro.
¿Está loco?
¿Es gilipollas?
¿Le ha explotado una hemorroide?
¿¡Sonriente!?
Los capitanes se alarmaron revolviéndose inquietos en sus monturas.
La avispa de su adorado führer, que caía a gran velocidad desangrándose por el salvaje corte que Vesperio le había hecho en la garganta, trazaba caóticos círculos mientras el monje trataba de no perder el control manejando la pelvis como un jabato en una orgía.
Por fin, la avispa se estrelló en el suelo con una explosión miasmática[1] altamente repugnante y muy propia a objeto de simular una descojonación completa del jinete.
Los capitanes, todavía tratando de explicarse qué cojones estaba pasando, aguardaban aún a tanta distancia del monte que no vieron cómo un herido Vesperio rodaba dificultosamente hasta una disimulada entrada subterránea[2].
Pero es que tampoco vieron cómo se deslizaba por un tobogán ya preparado para la ocasión, ni cómo, al caer en una red, ya dentro de Vrícuit, gritaba desesperadamente:
—¡Ahoraaaaaaa!
Luego vendrían los: —¡¡¡Auxilio!!!, ¡¡¡méDICO!!!, ¡¡¡DROGAS!!! —En fin, lo típico, pero los monjes ya no podían oírle.
Lo que sí oyeron fue el acojonante zumbido del millar de abejas bajo la loma.
El túnica verde al mando del escuadrón que seguía a Vesperio levantó bravo su brazo derecho y gritó:
—¡Al ATAQUEEEEEEEEEE!
Los cinco escuadrones volaron entonces raudos hacia la cima de la montaña sin prestar atención a sus inteligentes orejas. De hacerlo, hubieran podido detectar el sospechoso zumbido que, bajo ellos, se acercó por igual a todos sus ejércitos, los rebasó y continuó hacia el bosque cercándolos en retaguardia.
Ya en lo alto del islote, intentaron precipitarse por el supuesto cráter antes de que salieran las abejas.
Desgraciadamente, allí no hallaron ninguna entrada.
Nunca la hubo, è così?
Estúpidos, los capitanes se miraron entre ellos y, ahora sí, detectaron el ronroneo.
Efectivamente, allí marchaba, a lo lejos, alejándose desconcertantemente como una onda en un lago al efecto de una piedra.
En un acto reflejo, unificaron el enjambre e intentaron acercarse a deliberar.
Fue demasiado tarde. La tremenda explosión concentró sus pupilas en un gigantesco tsunami radial cuyo puerto eran los nenúfares y la ola un aguerrido ejército de abejas guerreras.
Pero aquellos diminutos agujeros negros hubieron de tragarse por completo todas sus verdes galaxias. ¡Vaya si lo hicieron! Pues las acuáticas plantas continuaron vomitando millares de alados enemigos amenazando con cubrirlos[3] bajo una inclemente cúpula de cópulas. Con lo bien que les veía ahora un buena retirada…
No hubo tiempo que perder. Del centro de la oscura mancha de las avispas nacieron enseguida cinco pasillos por los que se precipitaron determinantes cada respectivo túnica verde. Arrastrando involutivos sus batallones, transformaron el círculo en estrella, la cargaron en una imaginaria y pentagonal ballesta y accionaron el gatillo.
Las abejas esperaron tranquilas pues sabían algo que las avispas desconocían.
Concretamente, una canción. @
Decía así:
Te marchaste, te fuiste, me abandonaste.
Te acostaste con el primero que te encontraste.
Me ofendiste, me humillaste, me avergonzaste.
Me pusiste los cuernos y me engañaste.
Pensaste que era tonto, pensaste que era idiota,
y he colgao en Internet tu foto en pelotas…
Me la diste, me la pegaste sin compasión.
Y ahora van a verte en pelotas hasta en el Japón.
Te llevaste hasta los trastes, del mástil de mi guitarra,
y guitarra rima con lo que tú eres: ¡Guarraaaa, es una guarra!
Me dejaste sin el coche, sin el piso y sin un duro.
Por mí puedes metértelooooooooos…
Por el culoooo, oeee.
Por el culoooo, oeee.
Por el culoooo, oeee.
¡¡¡Por el culoooo oe, oeeee!!![4]

Al cuarto tarareo de por el culo, un rugido ensordecedor partió el aire de forma bastante elocuente y acertada.
Los jinetes avispa miraron al cielo aterrorizados.
Su ataque hubo de cesar. ¡Cómo no! Del bosque había surgido una enorme bestia de color verde con forma de lagarto y alas de murciélago.
Relamiéndose lascivo, Salvatore pasó por encima de las abejas, por encima de las avispas, y se posó lentamente, con las alas desplegadas, en la cima del monte que coronaba el islote.
Los jinetes avispa le miraron incrédulos.
Salvatore gritó solemne:
—¡Rendíos, no tenéis escapatoria alguna!
Los túnicas verdes vacilaron. Los engranajes de su cerebro giraron veloces pergeñando estrategias.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
Las avispas zumbaban, las abejas zumbaban.
Uno de los túnicas verdes, el que estaba frente a Salvatore, levantó finalmente su brazo, espoleó su avispa y gritó:
—¡Escuadrón, conmigo!
Las estúpidas avispas se precipitaron hacia Salvatore sin atisbo de consciencia mientras los demás batallones permanecían quietos, ignorantes también a cuanto podía suceder.
El dragón tan sólo tuvo que batir una vez sus alas para ver al enemigo congelado en el aire.
Lamentablemente, aquella muestra de poder no frenó al túnica verde.
Salvatore bajó esta vez las alas, apoyó su cuerpo en el suelo y miró fijamente al enjambre.
El túnica verde continuó acercándose.
—¡No me obliguéis! —gritó entonces el dragón.
El solitario escuadrón se abalanzó aún más violento.
—De acuerdo, como queráis —dijo para sí resignado.
Hinchó su buche, abrió sus enormes fauces y del interior de su oscura garganta brotó una explosión incendiaria que carbonizó hasta el último de los individuos.
Los restos cayeron al agua, cubriéndola de cenizas a la vez que un tremendo y esclarecedor silencio invadía el lago.
Los soldados avispa contemplaron derrotados la escena teniendo que reconocer que aquella fuerza superaba cualquier cosa que hubiesen visto antes.
Los cuatro túnicas verdes que quedaban se reunieron frente Salvatore:
—Nos rendimos —dijeron.
El dragón contestó:
—Gracias. —Y levantando su cabeza, escupió un enorme chorro de fuego en dirección al cielo.
Luego, como hiciera con él aquel duende que lo visitaba de pequeño, empezó a tararear seguido de su millar de alumnos:
—Por el culoooo, oeee.
>>Por el culoooo, oeee.
>>Por el culoooo, oeee.
>>¡¡¡Por el culoooo oe, oeeee!!!
Los jinetes de las abejas rompieron en vítores.



* * *


Finalmente, Vrícuit quedó abandonada.
Realmente resultó una escena bella, gloriosa y masivamente deseada.
Civitadeux, después del fracaso de lo que más tarde se llamó la Guerra de las Abejas y las Avispas, había caído para siempre. Rendida por Barael a lomos de un pletórico Salvatore totalmente exultante arrancando cabezas e higadillos, jamás volvería a amenazar Verdol: la redujo a cenizas.
Cenizas hizo de la catedral, cenizas se hicieron de las viviendas, cenizas se hizo de la colmena de avispas.
La maldita ciudad eclesiástica se convirtió por fin en un mal sueño.
Tanto fue lo que Salvatore hizo por los duendes de Verdol, que éstos decidieron nombrarle rey y construirle la mansión más fantástica del país.
El dragón, en contrapartida, juró su cargo y prometió defenderles y enseñarles rock hasta el final de los tiempos.
Barael vivió todo aquello sí, pero acabadas las ceremonias de rigor, regresó apresuradamente a Vrícuit. Le aguardaba una última cosa por hacer…


[1] De fluidos corporales. Asquerosa, vamos. Una plasta gore que haría vomitar a Freddy Krueger.
[2] Hombre, es que ni Robocop aguanta una hostia así. O qué os pensabais. 
[3] Cubrir: Dicho del macho, fecundar a la hembra.
[4] :-D

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sábado, 21 de enero de 2017

Crónicas Globulares 34: El gran engaño


  
Dos monjes encapuchados caminaban por los lindes de Civitadeux.
Era de noche, hacía fresco y, por lo visto, les apetecía andar.
En su deambular estúpido por el suelo de Verdol, escucharon unos susurros a los que extrañados acudieron.
Antes de llegar, aquellos iniciales murmullos, ahogados y lastimeros, se tornaron de repente en gritos de auxilio solícitos y quejumbrosos, dignos de lo que no podían ser más que almas dadivosas y abiertas de corazón.
Los monjes apretaron el paso cuanto sus rechonchas carnes les permitían, recorrieron varios metros y se encontraron inesperadamente con el cuerpo magullado y aterido del hermano Vesperio.
Ambos se hicieron un manojo de alabanzas divinas.
Vesperio les dijo cansadamente:
—Ayudadme, hermanos; por favor… ayudadme. —Y se desmayó.
Los duendes le recogieron gritando:
—Dindorx nos lo ha devuelto. Dindorx nos lo ha devuelto.
Lo dicho: eran totalmente estúpidos…
Bueno, vale, gilipollas perdidos.
Que sí hombre, que sí. Tendíais que ver el reguero de gaseosa que salía de los bajos de sus sotanas. Un poco más y se privan totalmente.

* * *

Al despertar se encontró en unos ricos aposentos dentro de una cómoda y glamurosa cama.
Ante su inicial intento de incorporación, un seboso hermano[1] que reposaba en una banqueta cercana intentó obligarle a recostarse.
Vesperio, tozudo, le mandó a hacer gárgaras y se levantó.
Se colocó su sayo y llamó a otro criado.
Éste, tan delgado como una sílfide[2], entró en la estancia y le preguntó:
—¿Qué desea, Su Santidad?
—Ensilladme una avispa, parto para la colmena.

* * *

La sala era austera; la luz, escasa; las paredes frías y el suelo gélido.
Los cinco duendes, vestidos con túnicas verde oscuro, miraban fijamente a Vesperio:
—¿Está usted seguro del lugar, Hermano? —preguntó uno de ellos.
—Como de que ahora estoy aquí.
>>Es Vrícuit, seguro.
El más delgado de todos, un duende con la piel muy clara, dijo:
—Vrícuit lleva abandonada miles de años. Nadie puede vivir allí.
—Pues es Vrícuit. Allí, metidos en ese falso islote, viven los rebeldes —sentenció Vesperio.
—¿Cómo entraremos, Su Santidad? —preguntó otro túnica verde completamente calvo.
Vesperio les relató que el lugar había sido reformado y que se tenía que entrar a través de un cráter situado en lo alto del islote, fruto de un pepinazo que les estalló en la Guerra de los Colores.
—Si les atacamos por sorpresa taponando con nuestras huestes el cráter no podrán salir y tendrán que rendirse. Claro, que si no lo hicieran, nos sería más difícil a nosotros terminar con ellos que a ellos terminar con nosotros —comentó uno de los miméticos.
—El elemento sorpresa les desconcertará —aclaró Vesperio excitado.
La conversación continuó fluida. Vesperio les expuso el plan con calma.
Los túnicas verdes lo estudiaron, no teniendo más remedio que convencerse de que todo aquello había sido un golpe de suerte.
—Hermano Vesperio, mañana partiremos para Vrícuit. La guerra está sentenciada —dijeron los cinco al unísono.
Vesperio se frotó las manos y exclamó enérgico:
—De acuerdo, pero yo les guiare comandando el ataque.
—Su Santidad —señalaron los cinco—, no creo que sea una buena idea. Está usted convaleciente, además…
—¡Es una orden! —proclamó Vesperio—. He de ser yo quien encabece la santificación de los infieles y quien vengue la ofensa recibida a MÍ y a MI PUEBLO.
Los cuerpos de los cinco túnicas verdes chocaron los talones de sus sandalias y asintieron con la cabeza retirándose humildemente.
Tres horas más tarde, ya con el esfínter relajado y revertido a su estado natural, devolvieron los mandos a sus legítimos dueños, exhaustos tras aquel nuevo acceso incontrolado de ardor genuflexivo y flagelador.  

* * *

—Hermanos —comenzó el hermano Vesperio desde su púlpito—: Mañana será un nuevo día para Civitadeux y para Verdol. Mañana, ¡ACABAREMOS CON LOS INFIELES!
Los monjes llenaron de aplausos la catedral.
Tomando aliento, mesó sus bigotes y continuó:
—El mismísimo Dindorx me sacó de Vrícuit depositándome aquí en un acto de suma bondad, inteligencia y deseo de orden. ¿Queréis saber lo que me dijo?
Los monjes chillaron como locos:
—SÍÍIIIIIIIiii…
—Pues que el mundo nos pertenecía, que nuestra postura ERA LA CORRECTA —masa enfervorecida— y que era liberado con la expresa misión de informaros de que debemos acabar con la ciudad de Vrícuit, evangelizando a todos los duendes rebeldes que hallemos en nuestro camino.
>>Hermanos —siguió—: Mañana partiremos en nuestro ejército de avispas hacia la ciudad de los impíos. Os rogaría que fuerais diligentes en cumplir con vuestro Dios. ¡Será un día glorioso!
Los duendes reventaron en una expansiva ola de agresivos aplausos hacia un Vesperio que, bajando altivo de su púlpito, desapareció de la catedral sin decir una sola palabra más.
Se van a enterar éstos…



[1] El encargado de atender los expedientes de los duendes infieles convertidos o convertibles.
[2] El encargado de limpiar las letrinas de los reos condenados.
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(c) Rafael Heka ;-)

sábado, 14 de enero de 2017

Crónicas Globulares 33: Cambio de planes

Aquí estamos de nuevo. Recargado tras las fiestas. Como un TRUENO capaz de partirte el cráneo.
¿Listo?
Pues agárrate...



—¿Falta mucho para llegar? —preguntó Salvatore.
—¡Tranquilo compañero, estamos a un paso! —le gritó Barael al oído.
El dragón surcaba majestuoso las oscuras florestas batiendo sus enormes alas mientras atravesaba una inclemente tormenta. @
Como sincronizado con el entorno, un rayo iluminó el agua que resbalaba por sus escamas a la vez que éste gritaba:
Iwas caught…
>>In the middle of a railroad track…
El trueno resonó concluyendo la estrofa.
—¡THUNDER!
Aferrado al cuello del dragón por medio de los gruesos penachos de sus escamas, Barael sentía la adrenalina corriendo por sus venas.
I looked round…
>>And I knew there was no turning back…
>>¡THUNDER!
Lo cierto es que habían tardado mucho en volar de la peña hasta Vrícuit. La capacidad de orientación del dragón era nula o tirando a negativa por lo que
My mind raced…
>>And I thought what could I do…
>>¡THUNDER!
Tras bordear dos gruesos robles, el dragón salió despedido a un vasto lago plagado de nenúfares.
And I knew…
>>There was no help, no help from you…
>>¡THUNDER!
—¡Salvatore, aquí es!
El dragón dio un vuelo en redondo alrededor de la peña central del lago y preguntó:
—¿Aquí hay una ciudad?
—¡Sí, esta es la ciudad sumergida de Vrícuit! ¡Pósate suavemente en el montículo central!
Está bien.
>>Sound of the drums…
>>Beatin' in my heart…
Batió enérgicamente sus alas e intentó posarse lo más delicadamente posible.
The thunder of guns…
Por desgracia no fue así, cayendo a plomo sobre ella.
Vrícuit tembló. Los duendes se asustaron y los soldados dieron la voz de alarma. Al instante, cien mil abejas verdes salieron por los nenúfares.
Al ver al dragón, cargaron contra él.
Salvatore exclamó:
—Creo que los hemos asustado.
Barael tragó saliva:
—Opsss.
—Tore me apart…
You've been…
Thunderstruck
Down to the highway…
Broke the limit, we hit the town…
Went through to Texas, yeah Texas…
And we had some fun…
We met some girls,
Some dancers who gave a good time…
Broke all the rules,
played all the fools…
Yeah, yeah, they, they, they blew our minds
I was shakin' at the knees…
Could I come again please?…
Yeah the ladies were too kind…
You've been:
Thunderstruck, thunderstruck…
Yeah yeah yeah, thunderstruck,
thunderstruck…[1]

* * *

—¡¿Se puede saber por qué no posaste a tu querido reptil en otro puñetero sitio?! ¡¿Acaso no sabes que pudiste desprender la colmena y matarnos a todos?! —preguntó indignado el coronel Vador a Barael.
—Verá, Señor, ni yo ni el dragón pensábamos causar este tremendo alboroto. Lo traje para ayudar —respondió el duende blanco.
El coronel giró su sillón hacia un enorme ventanal abierto a las profundidades del lago y exclamó:
—Pues lo siento mucho, pero tu ayuda no va a ser necesaria.
Barael se sorprendió:
—¿Por qué?
—Porque no. Agradecemos tus esfuerzos, pero el general Vraton y Amaronte han urdido un plan que terminará definitivamente con el poder de Civitadeux.
Barael se levantó decidido de la silla:
—Me parece muy bien que me hayan traído a su presencia a la fuerza. Me parece muy bien, que hayan encadenado a Salvatore (a fin de cuentas, hemos puesto a todos en peligro). Pero ahora, le agradecería que ya que me lo ha mencionado, me lleve ante la presencia de Amaronte. Deseo verlo de inmediato.
El coronel se volvió muy serio hacia él:
—En primer lugar: Le trajimos a la fuerza, como muy bien dice usted, por lo que hizo y para comprobar su identidad. En segundo lugar: SU dragón, lejos de estar ya encadenado, reposa apaciblemente y con el estómago lleno en un lugar seguro de las cercanías, porque es usted quien es y porque cuenta con la confianza de Amaronte. Y, en tercer lugar: Lo que me pide no va a poder ser. Amaronte ya no se encuentra en Vrícuit.
—Entonces, lléveme ante el general Vraton.
El coronel se levantó de su sillón. La preocupación afloraba en su rostro.
Chasqueó los dedos y acto seguido aparecieron dos fornidos soldados llenos de musculosas extremidades y recios vellos.
—Soldados, acompañadlo a presencia del general Vraton.
Barael iba a darle las gracias pero éste se volvió antes de recibirlas como quien barrunta la deposición de una alimaña.
Fríamente, el general dejó que su mirada se zambullera en el lago.
Hippies de mierda… pensó.


* * *

—¡Tú!, ¡Tú! —le gritó Amaronte totalmente fuera sí desde su celda de barrotes cerúleos mientras batía sus brazos encadenados.
Barael no podía creer lo que estaba viendo.
—¡Tú!, HEREJE. Te libraste del sacrificio, síiii. ¡Pero serás purificado! Te lo juro por Dindorx; lo serás. —Y se abalanzó infructuosamente de nuevo con un fuerte choque de grilletes.
—¿Cómo demonios lo habrá conseguido? —preguntó Barael al general haciendo caso omiso de los cada vez más agresivos aspavientos del brujo.
Éste respondió:
—No lo sé, pero lo hizo tal como se lo conté. Tenía la esperanza de verlo a usted antes de partir para explicárselo en persona pero ya sabe cómo son estas cosas. A pesar de todo, dejó claras instrucciones para cuando usted regresara. Lo que no me contó fue lo del dragón.
Barael y Vraton abandonaron la celda, saliendo a una habitación hexagonal repleta de fastuosos muebles de cera ajenos totalmente a la inminente rotura de frenillo lengüeril del reo por exceso de impulsividad.
Vraton tiró de una protuberancia en la pared y una falsa entrada se cerró ocultando definitivamente al transmutado führer.
—Verá general, consideré oportuno traer al dragón, creí que…
—Cierto, muchacho —le interrumpió—; tiene usted toda la razón. Esto podría dar un nuevo giro a los planes que Amaronte y yo concebimos. Siéntese. —Y le ofreció una confortable silla lipoidea.
Barael obedeció.
Vraton se acercó a una cómoda y extrajo algo. Después, se lo tendió a Barael con gran solemnidad:
—Tenga, éste es el uniforme de los soldados de Verdol. Nos honraría mucho que lo portara en combate. No hay tiempo de entrenar a otro jinete y ahora que dispondríamos de una ventaja de fuerza, la participación de su dragón ahorraría muchas bajas —concluyó clavándole una férrea e inquisitiva mirada, poco acostumbrada a decepciones.
Barael se levantó:
—General, para mí será un honor servir a la liberación del pueblo de Verdol. Sólo le pediría un favor si todo esto sale bien.
—Pida lo que quiera.
Barael le susurró algo al oído.
El general respondió:
—Será un placer. Ahora, Barael, déjeme que le explique el plan.
Y los dos duendes se acercaron encantados a la mesa que había en el centro de la sala, en donde, alrededor de un detallado mapa plagado de figuritas, intercambiaron multitud de sangrientas estrategias de aniquilación masiva.



[1] Pura magia: AC/DC…



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