sábado, 1 de octubre de 2016

Lineal C Serial 12: Alfa




Ya eran casi las tres de la tarde.
La tormenta se había cerrado un montón y fuera estaba oscurísimo.
Vanesa había llamado y le había dicho a Marcos que Susana estaba bien y que Sonia saldría de esta con apenas una pequeña cicatriz de un par de puntos.
Por lo menos, y ante el alivio de todos, había menos cosas de las que preocuparse.
Jorge, Arturo y Marcos se organizaron.
Comerían algo. Se pertrecharían. Y en eso de una hora, poco más o menos, despertarían a Pedro.
Éste, junto con Marcos, se marcharía a buscar a Javier.
Estuviera donde estuviese, había que encontrarlo.
Jorge y Arturo se quedarían en casa. De esta forma, si Javier volvía, habría alguien para recibirlo y avisar a los demás.
En cuanto a que Marcos se llevara a Pedro, parecía una buena idea. Sobre todo, después de ver la tremenda escopeta que Marcos había metido en casa.
La verdad es que Marcos era aficionado a la caza y ese fin de semana pretendía salir al bosque a buscar alguna pieza con la que impresionarles a todos. Lo que no podía esperarse es que tendría que utilizar esa misma escopeta de manera disuasoria en contra de uno de sus propios “amigos”.
Además, un buen paseo bajo la lluvia terminaría de despejar y limpiar los restos de mierda que Pedro se había metido.
Dicho y hecho. Comieron algunas sobras de la noche anterior, desperezaron a un atontado Pedro, y cada uno puso rumbo a sus quehaceres.
En cuanto apareciera Javi, recogerían sus cosas y se marcharía cada uno por donde habían venido.

* * *

—Me subo —dijo Arturo.
Jorge asintió.
Sería ya la sobremesa y toda la cabaña había quedado recogida para la partida.
Desde el salón el espectáculo que proporcionaba la tormenta era espectacular y Jorge lo contemplaba desde los amplios cristales de las puertas.
Encendió la televisión.
Arturo subió las escaleras.

* * *

Abrió su cartera.
Metió la mano en ella y un tremendo vuelco al corazón le heló la sangre.
Sacó la grabadora.
Metió la mano en su bolsillo y sacó la otra.
No podía ser.
Apretó el play:
<< Quizás estuviera hasta los cojones.
Lo que está claro es que lo hice. Cogí mi viejo coche y me lancé un centenar de kilómetros a un lugar desconocido camino de un grupo de tipos con los que no compar
CLACK

Apenas le quedaba saliva en la garganta.
Era su voz, sin duda.
Pero él no había grabado aquello, joder.
No podía ser.
De nuevo, apretó el play.

* * *

<< Habían pasado ya varias horas desde que se fueron y no teníamos ninguna noticia.
De Pedro podía imaginarme una ineptitud completa derivada de su insultante pesimismo; de Marcos no. Sería un gilipollas, un capullo, un bocazas y un impresentable relacional, pero en cuanto a efici
CLACK

Los plomos acababan de saltar.
El rumor de la tele despareció.
Arturo, con la mirada perdida, observaba la tormenta arreciando contra los cristales de la casa. Exactamente igual a como él mismo lo narraba en la grabadora.
En el piso de abajo Jorge gritaba.
¿Qué cojones...?
Guardándose la grabadora en el bolsillo bajó las escaleras.
Entre las sombras, su amigo caminaba histérico por el salón discutiendo a más no poder:
—¡¡¡Estás enferma!!! ¡Vete a un psiquiatra que te trate porque no es normal, joder! ¡Soy un ser humano, no una puta almorrana tuya que deba dar explicaciones constantemente de lo que hace o deja de hacer! ¡¡¡¿Qué pasa, que cada vez que vaya a cagar también te tengo que llamar?!!!
Silencio.
—¡Que no, joder! ¡Que no me sale de los huevos, que ya tengo los suficientes años! ¡Ya nos veremos la semana que viene si puedo!
>>No, no te voy a decir dónde estoy.
>>¡Que no joder!, que ¡NOOOOOOOOOO!
Y con un tremendo golpe, reventó el móvil contra el suelo.
Arturo estaba atónito.
—¿Qué pasa tío?
Jorge pareció calmarse un poco.
Ya llevaba unos años un poco tenso, pero acaba de ver cómo aquella mujer era capaz de ponerlo de 0 a 100 en apenas 5 segundos.
—Nada, la demente de mi madre.
Arturo sonrió.
—No para de controlarme, la muy HIJA DE PUTA.
>>Todo el día se lo pasa queriendo saber lo que hago, con quién voy o no, juzgando, haciendo sentirme culpable, y ya estoy hasta los cojones.
>>Y todo, por ser buena persona, joder. Por quedar con ella a menudo para que no se sintiera sola, y porque no entiendo el porqué de llevarse mal con los padres. Pero es que lo de mi madre ya es de psiquiatra.
Arturo lo dejó desahogarse mientras intentaba reparar la luz.
—Ya estoy hasta los mismísimos —seguía hablando solo—. Pero lo peor es que quiera hacerme sentir mal, inseguro, grrrr. La estrangularía con mis propias manos. Hija de puta. Como no tiene vida propia, no entiende que los demás la tengan, salgan, entren, se relacionen. A ver si se muere de una puta vez.
Arturo regresó:
—No hay luz, y no son los plomos.
—Y es que además es negativa, negativa. Todo lo ve negro. Y si ocurre algo, siempre ve el lado malo. No deja crecer ni avanzar; es una enferma.
Jorge se tiró en el sofá.
—Me tiene hasta los huevos.
Arturo le dejó allí. Había de estar solo y él acababa de recordar que en el coche tenía una linterna.
Cuando regresó, Jorge se estaba metiendo un buen trago de algo fuerte.
—¿Tienes frío? —le preguntó Arturo iluminándole con la linterna.
—Un poco —contestó.
Un par de rayos iluminaron de repente el salón.
—Por cierto, en el cobertizo de atrás igual hay velas.
Arturo asintió y ambos salieron.
Llovía a cántaros.
Antes de abrir la puerta de madera de la pequeña cabaña ya se habían cogido una buena mojadura.
—¿Ves? —dijo Jorge.
El interior del habitáculo estaba lleno de aperos de jardinería, sierras, rastrillos, recoge hojas, etc.
Regresaron a la casa y encendieron las velas.
Con aquel tremendo sonido de la lluvia cayendo, y las velas quemándose, ambos se quedaron mirando al bosque.
Arturo sacó el móvil y marcó el número de Marcos.
—Nada, sin cobertura. —Le enseñó a Jorge.
Poco más había que hacer.
Jorge se cambió y se tumbó un rato en el sofá a contemplar la tormenta; Arturo, mientras tanto, subió a su dormitorio, se cambió también, y continuó escuchando la grabación.

* * *

<< Nada más hacerlo, la insignia que siempre luciera en lado izquierdo de mi pecho comenzó a brillar señal de la justicia y el orden que siempre había impuesto a cada misión encomenda

CLACK

  
La cinta terminó.
Fin de la historia.
Arturo lo había escuchado todo.
Absolutamente todo.
Y todo, de su propia voz.
No podía creerlo. Apenas podía dar crédito al hecho de que se hubieran duplicado las grabadoras, mucho menos aún la historia narrada en la encontrada en el césped.
Pero, si lo contado era cierto (y él mismo era el que lo contaba), de alguna forma fue capaz de regresar en el tiempo al viernes y dejar esta grabadora en manos de Susana.
Él tenía que ser el pistolero al que se refería la chica; el mismo que descerrajó el tiro en los huevos a Javier y que seguramente la dejó en el jardín de atrás de la casa para que los demás la encontraran.
Y si seguía la historia, esa noche se abriría nuevamente el portal Craenarium.     
Tenía que ir en busca de Marcos y Pedro. Si caían en la trampa podrían condenar al mundo entero.
Y tenía que encontrar al jardinero también.
Sin pensárselo dos veces, se cambió.
Se puso sus mejores botas de montaña, sus vaqueros más resistentes, un polar de cuando subió a aquel volcán tan enorme con Raquel y la cazadora de escalada.
Sobre ellos se colocó un chubasquero de expedición, se guardó la grabadora en el bolsillo, y bajó al piso de abajo.
Jorge dormía.
Con cuidado, se le acercó:
—Jorge, tío, despierta...
Las velas estaban terminando de consumirse y la luz no había vuelto.
Arturo sabía que no volvería.
—Jorge...
Jorge se despertó sobresaltado:
—¿Qué pasa?
—Tenemos que irnos —comenzó Arturo—, aquí ya no hacemos nada. Hay que encontrar a Marcos y a Pedro.
—¿Por qué íbamos a salir con la que está cayendo? Ya volverán, joder.
—Es muy importante y explicártelo llevaría más tiempo del que tenemos.
—Estás flipando.
—Tenemos que irnos. Todos estamos en peligro.
—¡¡¡¿Qué peligro?!!! ¡¡¡¿Qué dices?!!!
Arturo respiró hondo; Jorge era un gran lector de ciencia-ficción pero, que le creyera, era ya otro cantar.
—Verás, Jorge: si no encontramos a Marcos y a Pedro, es posible que se “contaminen” con “algo” que podría destruir el planeta entero.
—¡¡Pero ¿qué dices?!!
>>¡¿Escribir esas novelas que publicas te ha trastornado?!
—No, lo sé porque yo mismo me lo he dicho desde el futuro.
Jorge rio. Sabía que Arturo era un tío cabal y sensato. Pero aquello...
—Vamos, Art, tío, ¡no me jodas! No estoy de humor. Con tanta puta humedad me estoy cogiendo un gripazo de cojones. Me duele todo de la caminata de ayer buscando al capullo de Javi y no tengo ganas de pillarme otra pingadura buscándole otra vez.
Arturo continuó:
—¿Te acuerdas de lo que dijo Susana?
—El qué.
—Lo de El pistolero.
—Ah, sí. ¿Y?
—YO era El Pistolero.
—Anda, tío, qué te has tomado.
Arturo sacó la grabadora:
—Mira, ¿ves la grabadora?
Jorge asintió.
—Pues en ella está relatado todo ese fin de semana de mi propia voz. Y fliparías con lo que cuento.
—¿Y no será que lo escribiste en una “flipada”? Porque yo estoy alucinando también de la cantidad de mierda que se mete la peña...
Arturo le miró fijamente a los ojos.
—Jorge, ven conmigo o no podré hacer nada. Te juro por Dios que no estoy zumbado, ni me he metido nada, ni te estoy gastando una broma.
Jorge se levantó y le siguió a regañadientes. Quedarse solo en la casa, sin luz, y con aquella tormenta, tampoco le agradaba.
Ah, y sin móvil.
Mejor salir, aunque cayeran chuzos de punta. De esa forma toda aquella locura pasaría antes.

gracias
thanks
спасибо
merci
感謝
dank
go raibh maith agat
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)





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