domingo, 30 de octubre de 2016

Películas de Terror Divertido para Halloween u otros menesteres 01

1967 - El baile de los Vampiros



Un profesor de antropología y su ayudante se internan en los Cárpatos en pos de la leyenda de un misterioso conde vampiro. Es invierno, son inexpertos, y la nieve, como los lugareños, no ayudan mucho a sus fines. Menos mal que el conde sabía de los trabajos del profesor y decide invitarlos al baile que ha organizado en su castillo...



Parodia de las películas clásicas de la Universal y la Hammer respectivamente, tan de boga en aquella época, con un sabor auténtico e irrepetible.

1974 - Kung-Fu contra los 7 Vampiros de Oro



Si juntáramos los 7 Samurais de Kurosawa, los Dráculas de la Hammer y un par de películas de Bruce Lee, quizás nos acercáramos a esta delicia de mixtura, maridada con salsa de soja y servida en porcelana china. No deja indiferente. Sólo para avanzados o borrachos.

1980 - El Liguero Mágico


Cuando el pasante del notario que lleva la herencia de la familia Cazorla se persona en la mansión familiar para hacerla efectiva sobre la sobrina de Don Marcelo poco puede imaginar que el trámite pasará por una aventura repleta de personajes esperpénticos, pruebas disparatadas y torturas dulcemente inconcebibles.
Un film de José Frade, dirigido por Mariano Ozores y protagonizado por su hermano Antonio y Andrés Pajares. ¿Hace falta decir más? :-D

1985 - Noche de Miedo



Clásico de clásicos. Un muchacho, una urbanización de casitas en Estados Unidos y un vampiro que se muda a la casa de al lado. Se rodó una secuela en el 88, un remake en el 2011 y una secuela de éste en el 2013. Una delicia las cuatro. Para hacerse un maratón. No volveréis a ver a los vecinos de la misma manera jajajaja.    


1987 - Jóvenes Ocultos


Película de culto sin precedentes. Un pueblo de costa norteamericano en donde se ocultan un grupo de vampiros con un pie en el macarrismo y otro en la psicopatía sangrienta recibe la visita de una familia algo desestructurada (con adolescente comiquero víctima de la moda y joven trasunto del rebelde Marlon Brando) con la intención de empezar una nueva vida. Lástima que esa nueva vida impacte frontalmente con todos y cada uno de los Chicos Perdidos.
Cuenta con dos secuelas hasta el momento y no se descartan más. Banda sonora brutal.

1988 - Elvira

La peli es previsible, sencilla y con actores malos. Pero igual que los Addams, Jim Carrey o el Equipo A no podían pasar sin su película, ella, personaje mítico de la televisión norteamericana, tampoco. La historia, sin embargo, no está mal para la época (recuerda a Warlock, Ghoulies y otras similares) y Elvira se desenvuelve bien en lo que acaba siendo una autoparodia. Cuenta con una secuela. La buscáis... Que lo vais a flipar para verla en cristiano.

2009 - Cazadores de Vampiras Lesbianas



Pues con ese título, poco hay que añadir. Ah, sí, que es inglesa y sale un Doctor Who ;-)


2009 - Bienvenidos a Zombieland


Topicazo: El mundo se ha ido a la mierda tras un apocalipsis zombie y los que quedan hacen lo que pueden.
Americana, excesiva, en clave de humor, preceptiva y con muchos zombies. Mira, como en la oficina, jajaja.
Ah, y sale Bill Murray!!! 


2014 - Zombievers (o El ataque de los castores zombies)


Despotorre al más puro estilo Asylum (sí, esos que hacen Megasharks, Sharknados y demencias de esas) en donde un grupo de imberbes oxigenados, hormónidos y algo deficientes confluyen en una apartada cabaña de sabe Dios donde a fin de frungir, reírse y beber un poco. Lo normal, vamos. Lo que no saben es que están rodeados por un grupo de criaturas sedientas de carne fresca capaces de zombificar a todo lo que se le pase por delante (ojo a esto porque es la clave todo). Im-pres-cin-di-ble para todo aquel que disfrute del cine y de cómo no hacer cine (la escena del baño es brutal). 

2015 - Poltergeist

Pues de ésta tampoco se puede decir mucho que ya no se sepa. Que es un revisión refrescada del mítico film de Spielberg, que cuenta la historia de una familia en crisis económica que compra una casa nueva infestada de fantasmas, que es amable (dentro de lo que cabe), que da susticos (sobre todo a los peques) y que se te pasa volando, justo antes de tener que subirte a la cama por esas escaleras oscuras que, bueno, dejémoslo... ;-)

Dulces pesadillas...

(c) Rafael Heka



















Crónicas Globulares Serial 25: Goma3




El suntuoso artefacto salía de la cúpula protectora de la luna Graya.
Su lechoso reflejo se empequeñecía en ella a medida que ésta se alejaba mientras el mayúsculo y elipsoidal escape refulgía verdosamente mefistofélico dejándolo todo atrás.
Traspasado el radio de gravedad de la perforada y metálica luna Fliquis el escape brilló intensamente: la nave aceleró.
Viró, circunvaló Pelota Mecánica en una bella maniobra y puso rumbo a un conjunto de tres lunas que gravitaban estratégicamente juntas.
Eran las lunas de la clase Goma.
La nave se acercó a una en particular caracterizada por sus cuatro gigantescos hangares ubicados en cada cardinal de su ecuador.
Tanto en su hemisferio superior como en el inferior, miríadas de antenas emisoras que brotaban multiformes amenazando con registrar (o llegar) allí donde fuera necesario hicieron su trabajo solicitando prioridad.
Por entre un fluido tráfico de cruceros de combate, cazas, naves insignia, cargueros y remolcadores, la Nave Mamal penetró en el Hangar Norte de Goma3 ya con tráfico despejado y unos acordes graves y solemnes dignos del mismísimo Palpatine[1].



* * *



Los generales Gommo1, Garp2 y Plumbo3 examinaban muy serios el holograma que brillaba frente a ellos.
Cada uno era el general correspondiente de Goma1, Goma2 y Goma3.
Todos vestían el uniforme de gala: Verde-óxido-de-bronce para el general de Infantería Gommo1, pulido-cobre para el general de Artillería Garp2 y aluminio-claro para el general de la Marina y almirante de toda la Flota Estelar Plumbo3. Los tres ostentaban medallas y condecoraciones varias, fruto de mil batallas, destripamientos y arrancamientos de nuez.
La estancia era abovedada y minúscula, de techo bajo, y lucía en la más absoluta oscuridad salvo por el citado holograma y los brillantes reflejos de los tres cúbicos cascos de los generales. Sobre estos últimos, en sus caras laterales, aparecía acuñados los símbolos de cada una de las divisiones en forma de puntos (uno, dos o tres según el general al que perteneciesen), mientras que en lo alto de su cara frontal todos lucían tres círculos alineados en forma de triángulo equilátero con el vértice hacia arriba.
El fulgor azulado del holograma iluminaba sus adustas y preocupadas caras. Las tres, igual de secas, igual de musculosas; sólo sus gafas las diferenciaba: triangulares para el general de Infantería, cuadradas para el de Artillería y redondas para el de Marina.
—¿Qué opinan, caballeros? —decía en ese momento este último con una voz profunda, áspera y dura.
Los dos generales restantes, moviendo incómodos sus cabezas, respondieron:
—La destinación corresponde a un lejano porciante del otro extremo de la Galaxia; será un viaje complicado.
Plumbo3 observó inquisitivo la representación holográfica estelar. Acercando un fornido dedo a la estrella alrededor de la cual giraba el planeta de los duendes la sección aumentó de tamaño mostrando el planeta y una especie de luna girando a su alrededor.
Plumbo3 ajustó sus gafas y puso de nuevo su dedo sobre la luna.
Ésta se amplió cubriendo todo el espacio del holograma.
—Señor —comenzó Garp2—, ése es el único escollo que podemos encontrar en la colonización del Planeta de los Demonios.
El holograma representaba un astro con forma semiesférica cubierto en su planicie por una civilización supradesarrollada.
Los oblongos edificios envolvían la totalidad del domo semiesférico mientras cientos de naves-pelota lo sobrevolaban como moscas alrededor de un pastel.
—¿Qué grado de desarrollo ostentan? —preguntó Plumbo3.
—Dos menos que el nuestro —respondió Garp2.
—Podríamos tener problemas —continuó Plumbo3.
—No lo creo, señor. Les superamos en número y tamaño —dijo Gommo1.
—Puede ser, veamos —concluyó Plumbo3 mientras ponía un dedo sobre un comando del holograma al lado de la luna.
Ésta retrocedió, permitiendo ver de nuevo el planeta de los duendes.
—¿Y éste? —preguntó.
—Mi señor —respondió Garp2 considerando irrelevante el dato—: el planeta, potencialmente, no representa ningún problema. Los poderes sobrenaturales que puedan tener esos demonios, sí.
—No me gusta —deliberó Plumbo3 mientras se quitaba las gafas y masajeaba su dolorida nariz—. No me gusta nada. ¿Cuándo debemos responder?
—Esta misma noche —contestaron los dos generales.
Plumbo3 levantó un dedo y accionó un comando del holograma.
La imagen del planeta desapareció, ocupando su lugar la de un duende negro junto a un gran muro negro en donde había un portón negro.
Los tres generales la miraron en silencio dejando correr multitud de dudas bajo sus cúbicos cascos...


* * *



Poco tiempo después, la gran Mama Filiburcia XII desparramaba sus kilos en un confortable sillón reforzado a tal fin con varios campos de fuerza plateados. A su lado derecho, de pie y aprovechando la potente red gui-fi militar (dicho sea de paso muy superior a la utilizada civilmente en Pelota Mecánica), Esgorcio IV manipulaba su comunicador intentando actualizar la última versión del software para así disponer de las aplicaciones necesarias capaces de permitirle trabajar con más eficiencia; A su izquierda, de pie también, Calandro meditaba con los ojos muy cerrados balanceándose gustoso mientras se rascaba los huevos aprovechando la capacidad de su hábito para ocultarle las manos.
No estaban solos. Tras ellos, a una distancia prudencial y divididos en tres secciones, los altos dirigentes militares ocupaban expectantes los asientos metálicos de aquel amplio salón de actos.
A espaldas del grasiento lomo derecho de la Mama relucían los verdes uniformes de la Infantería, del izquierdo, los cobrizos de Artillería, y de la presunta espina dorsal, el aluminio de la Marina.
Frente a todos ellos una mesa cruzaba horizontalmente de parte a parte el salón. Un mantel de color aluminio la cubría adornado con los emblemas de los tres cuerpos del ejército: A la derecha un gnomo portando un fusil indicando Infantería; A la izquierda un sofisticado carro de combate simbolizando el Cuerpo de Artillería; En el centro, aureolado, un crucero de batalla, símbolo por excelencia de la Flota Estelar.
Tras la mesa tres alargados y amplios ventanales mostraban el espacio exterior reflejando la impaciencia de los presentes mientras sus murmullos se iban transformando en un clamor.
Esgorcio IV, triunfante tras la actualización de su comunicador, se volvió para decir algo seguramente estúpido a la Mama cuando de debajo de la mesa emergieron los generales gnomo sentados en unos brillantes sillones plateados de respaldo alto.
Todos los gnomos de la sala, a excepción de la Santa Mama (hubiese hecho falta una grúa portuaria), se levantaron de sus sillas de diseño cuadrándose con una mano mientras con la otra trataban de no perder sus cúbicos cascos. Después, juntaron estruendosamente los talones de sus botas en un solo y estremecedor chasquido y se sentaron.[2]
Plumbo3 puso un dedo sobre la mesa y de ella brotó un micrófono.[3]
Acercando su boca, exclamó:
—Camaradas… Hoy es un gran día.
>>Yo, Plumbo3, Primer Almirante de la Flota Estelar y General por ello de todas las tropas de Pelota Mecánica, con la aprobación del presidente del planeta y el apoyo de los generales aquí presentes: Garp2, a mi izquierda comandando la Artillería y Gommo1, a mi derecha, apoyando con la Infantería, declaro la guerra al Planeta de los Demonios conocido en nuestras cartas estelares como jdt-45.
>>Ahora, les recomiendo que acudan a sus puestos y descansen. Mañana comenzarán los preparativos para la ofensiva. Gracias.
Y tal como surgieron, los tres generales desaparecieron junto con sus sillones.
Los gnomos, alegres, lanzaron sus cascos al aire vitoreando la decisión mientras la Mama Filiburcia XII reía estridentemente levantando los brazos al aire y Calandro abría los ojos aterrado ante la toma de consciencia de su última tocada de huevos.



[1] No, no: no fastidies. No me creo que tengas este libro en la mano y no sepas quién es Palpatine. Bueno, por si eres un ser de fuera de la Tierra o alguien que ha llegado a este barrio de la ciencia-ficción por casualidad, comentarte que es el malo malísimo de una serie de películas espaciales conocidas como “Saga Star Wars”, creadas por George Lucas, y que creo que tan sólo no han visto los monos capuchinos del África Ecuatorial. Por definir un poco al personaje, explicar que el término hijo de puta se le queda tan corto, que no hay más remedio que elevarlo a la angelical categoría de asesino violento, terrorista o violador anfetamínico.
[2] Lo cierto es que a la vez que brotaban los generales, de los asientos de los presentes también lo hacían unos pinchos para así asegurar la exigida reverencia. Y el taconeo tampoco os creáis que es voluntario; resulta ser el comando sonoro que desactiva los clavos...
[3] Ja, ja. Aquí ya no brota nada más, no os preocupéis.


gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)


domingo, 23 de octubre de 2016

Lineal C Serial 15: Alfa




DOMINGO





Arturo se despertó de nuevo.
Estaba en un dormitorio humilde de lo que parecía ser una casa de campo un poco destartalada.
Por una de sus ventanas entraba la claridad de la mañana en forma de unos bellos rayos transversales plagados de luminosas partículas centelleantes.
Se sentía magullado, dolorido y muy cansado. Como si una apisonadora le hubiese pasado por encima.
Los recuerdos de la noche anterior venían a su mente con toda claridad de detalles ensimismando su raciocinio abotargado.
Estaba vestido, así que se levantó y caminó a trompicones hasta la puerta.
No parecía haber nadie más en la casa. Al menos, no en lo que él notaba.
Al salir afuera, enmudeció.
La visión era desconcertante y totalmente explícita.
Por resumirla, decir que tenía los pies sobre un planeta, tan pequeño, que apenas albergaba la casa de la que acababa de salir, un jardín de unos 1000 metros cuadrados repleto de plantas sorprendentes y el bosque que terminaba de tupirlo. Sobre él, un enorme sol azulado caldeaba la estampa con unos bellos destellos cristalinos.
El cielo era límpido y cálido con las nubes justas para hacerlo perfecto. La verdadera postal de un auténtico vergel.
Aún restregándose los ojos, caminó por el jardín un rato descubriendo el asombroso trabajo de aquel ser que se arrodillaba humilde laboreando un pequeño parterre cubierto de flores multicolor.
Al sentirlo, El Jardinero se volvió:
—Buenos días —le dijo regalándole la mejor de sus sonrisas.
Arturo se agachó a su lado devolviéndole el saludo.
—¿Te gustan? —le preguntó mostrándole un par de ejemplares azul fosforescente.
—Sí, son muy bonitas —respondió éste sorprendido.
El Jardinero se incorporó, caminó un poco más allá, recogió una regadera de metal y las regó.
Cuando terminó, colocó la regadera en su lugar y le dijo:
—Ven, tengo algo que darte.
Los dos caminaron juntos por el jardín hasta una casucha de aperos.
El Jardinero entró en ella, saliendo poco después con una pequeña caja de madera.
—Es tuya —le dijo extendiéndosela.
Arturo la recogió y la abrió. En su interior había un diario de tapas azul brillante y un lápiz.
Las hojas estaban en blanco.
El Jardinero se lo abrió por la primera página, puso su verdosa mano izquierda sobre ella y la mantuvo quieta unos instantes. Parecía rezar o recordar algo, pues entornaba los ojos haciendo que sus cristales se perdieran en algo que Arturo no conseguía adivinar.
Cuando lo consideró oportuno, retiró su mano y, con una bella sonrisa, recogió la diestra de Arturo, depositándola donde él antes tuviera la suya.
Arturo sintió un tremendo vértigo.
Asustado, retiró rápidamente la mano.
—No tengas miedo. Pronto te acostumbrarás. Tan sólo cierra los ojos y deja penetrar el flujo.
Arturo devolvió la mano al libro.
De nuevo el vértigo. Y con él, las imágenes. Y detrás, la historia entera de El Jardinero. Desde su primera vida a aquella con la que ahora compartía experiencias: la vigésimo novena.
Poco a poco, la sensación pasó a ser plácida y agradable.
Un rato más tarde, ya podía viajar por ella como la imaginación lo hace a lomos de una mente preclara y límpida. Toda la historia de El Jardinero, volcada en aquel pozo con la sola imposición de su mano, le resultó maravillosa; estaba llena de sabiduría, plagada de metáforas, de sentimientos, de belleza y sacrificios, de amor, de vida. Las lágrimas no tardaron en aflorar a su rostro. 
El Jardinero también se conmovió, pues, después de todo, aquella era su historia más secreta, su intimidad más oculta. Aunque no le dolieron prendas; sabía que estaría en buenas manos, que sería la primera de muchas historias capaces de cambiar el cosmos y de iluminar a todos aquellos que El Narrador fuera elegido a encontrarse.
Pronto Arturo tendría sus sueños. Aquellos en los que se le comunicaría el camino a seguir, el lugar a encontrar. Y, cuando fuera adquiriendo experiencia, pasaría a usar el lápiz.
Arturo retiró la mano. 
Dónde antes hubiera una lámina en blanco, ahora se dibujaba una bella hoja meciéndose al viento de una cálida brisa primaveral. Era La Historia de El Jardinero. Su primera Historia, y el inicio de muchas. Tantas, como las que al término de sus eternas jornadas volcara sobre el diario imponiendo su mano izquierda.
Y así fue cómo fue. 
Así fue como El Narrador fue instruido y como, con el tiempo, abandonó su lugar de iniciación para emprender su andadura estelar de iluminación y sacrificio. 


gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)



Crónicas Globulares Serial 24: La audiencia




El caza espacial salió despedido por su tubo de eyección describiendo una órbita completa alrededor de Pelota Mecánica.
Su forma era la de un cono de base elipsoidal en cuyo trasero llameaba un potente motor y en cuya parte superior emergía una transparente cápsula con forma de paralelepípedo tras la que se podía padecer la enjuta cara de Esgorcio IV.
Sorteando con respeto las lunas militares de la clase Goma se acercó cautelosamente a la luna Graya.
El gnomo tiró de una palanca y el motor de la astronave disminuyó su llama reduciendo la velocidad. Había llegado hasta la cristalina esfera-escudo; la profilaxis suprema capaz de provocar el síndrome de Stendhal[1] con sólo poner la vista en su reflexiva superficie. Y es que si observar el firmamento en una oscura y despejada noche causa vértigo y privación, hacerlo sobre aquel escudo era cagarse. El espectáculo era tan espléndido, que algunos gnomos subían hasta allí sólo para ponerse.
Lamentablemente, Esgorcio IV no era de esos. A él le ponía el trabajo, la seriedad y dar de hostias hasta en el carnet a todo aquel que lo desobedeciera. Era como un funcionario de hacienda cabreado, falto de cafeína e infestado de hemorroides. Pero, aún más triste era saber que, ante aquel prodigio de la cristoalfarería, él solamente veía un molesto trozo de vidrio a rebasar, compadecido de la empresa a la que le tocara limpiarlo[2].
Acorde a este último razonamiento, apretó un brillante botón en la consola de mandos y exclamó:
—Glim, gluns:3245990-hj90.
Raudo, de alguna parte del interior de la cabina emergió esto otro:
—Gluc.
Esgorcio IV empujó con su mano izquierda el acelerador y se dirigió hacia la luna a través de la mayestática compuerta que se había rasgado frente a la nave.
Suavemente, penetro el vidriado escudo mientras la compuerta se sellaba herméticamente a su paso, fundiéndose de nuevo con el resto de la esfera.
Esgorcio IV descendió entonces hacia el astro.
Nunca había estado allí. Bueno, ni allí, ni en prácticamente ningún lugar lo suficientemente interesante como para competir con la luna peluda de Depilatus 3. Y es que ésta es  acongojante[3]: sus kilométricas playas te acarician las orejas con sus arenas rasuradas mientras los guntas te susurran en un crepúsculo sin fin propio de su permanente eclipse planetario. Una delicia…
Como ya dije, era un tipo gris repartidor de galletas, en un mundo de gafapastas quemadores de microscopios. Además, su trabajo no dependía para nada de la Iglesia y, la verdad, por afición, tampoco le llegó a apetecer. Tendría que estar todo el día confesando sus accesos incontrolados y esto le restaría eficiencia y tiempo de repartir.
Si a eso le sumamos que había nacido y crecido en un mundo de condiciones muy diferentes a cuantas le rodeaban, la ecuación se simplificaba:
Para empezar, en Pelota Mecánica nunca se divisaba el sol, por lo que no había ni plantas, ni árboles de ningún tipo; Allí, sin embargo, florecía un irritante bosque cubriendo todo cuanto podía.
También, la gente caminaba sobre la superficie empujada hacia ella por una gravedad natural insultante e impúdica. ¡Todo un reto a la cordura!
Vamos, que aquellos aspectos desorganizados y caóticos producían en la mente de Esgorcio IV una sensación extraña; un ligero mareo; una especie de jaqueca capaz de precipitarle a coger una ametralladora y organizar el panorama.
Lentamente, circundó la boscosa superficie de la luna cruzando el vasto río que la rodeaba y puso rumbo al recinto Mamal: El Domo Santo.
Desde aquella situación parecía un cuenco de cristal puesto boca abajo con la intención de atrapar pequeñas estructuras ingenuas y desprevenidas.
Aminoró la velocidad.
Acercándose lentamente al Domo, accionó de nuevo la radio:
—Glim, glunv, 4354509847-fgh.
—¡Glucn! —respondieron.
Del Domo se abrieron dos (NUEVAS) compuertas cuadradas.
La nave se escurrió hasta su interior.
Acababa de penetrar (OTRA VEZ) en la ciudad santa de Filiburcia XII.
Las compuertas volvieron (DE NUEVO) silenciosamente a su lugar.
La ciudad era una amalgama anárquica de estilos arquitectónicos salpicada de gentes y medios de transporte.
Por aclarar un poco, decir que mientras que por sus cielos flotaban multitud de aparatos voladores similares al de Esgorcio IV, bajo él, y a pocos kilómetros de la entrada, unos cilíndricos edificios intercambiaban pequeños transportes de obispos y cardenales.
A su vez, a la derecha, cubriendo gran parte del interior del Domo, se levantaba una enorme planta: El Gran Moho; un oráculo muy antiguo y terriblemente sabio del que se alababa su capacidad cognoscitiva casi tanto como lo inexpugnable de sus verdades. Todo un peligro que recordaba constantemente a sus ciudadanos el habitar bajo una cúpula de la que, en cualquier momento, podían recibir una lluvia de estrellas rosas...[4]
Para rematar, salpicando la planicie, agrupaciones de puntiagudas casetas monocilíndricas brotaban cual setas en un vergel: Eran las viviendas de los diáconos.
En fin, que al gnomo, después de todo aquello y pasados sus accesos genocidas, se le antojó un lugar sorprendente. Nada monótono en comparación con su planeta natal. Incluso divertido si se tomaba un par de detonadores gargáricos pangalácticos[5].
Girando el pad de control, deslizó suavemente la nave hacia su destino: La imponente Catedral de Metacrilato; una compleja estructura reluciente, opaca y translúcida, en la que residía la Mama Filiburcia XII y sus 3.000 criados.
Sí, sí, 3.000.
4.000 años gnomos se tardó en construirla.
¿Las pirámides...?, una mierda comparadas con el chalet de verano de la Mama. Dicho queda.
Además, (esto sé que no os lo debería de desvelar[6]) vuestras pirámides no son más que construcciones de prueba de un ingeniero de Orión en prácticas. Bueno..., ya os desarrollaré esto con más calma pero, por si os sirve de algo, me gustaría deciros seriamente que deberíais escuchar con mayor atención a vuestros ufólogos[7]; no todos son el Penumbra...@ [8]
Pero prosigamos con nuestro gnomo, pues su nave se acercaba inexorable a la construcción Mamal, amenazando con dejarle totalmente ebrio de arquitectura.
Y es que las torres de la catedral, más que relucir, diríase que brillaban. El edificio en cuestión no tenía una forma clara; en su lugar, representaba una burla a todo tipo de orden preestablecido. Eso sí, no había ni una sola columna, ni un solo travesaño, que amenazara con derrumbarse o caerse. Todo estaba calculado hasta grados insospechados de perfección.
Sobre una plataforma de metacrilato, y listo para la acción, reposaba majestuoso el transporte santo: Una astronave diseñada tanto para viajes planetarios de paseo y placer como para surcar las estrellas a velocidad luz o enfrentarse a una flota de la clase Goma3.
Era larga, perfilada, blanquecina; un cilindro aplanado y triangular de diminutas y redondas ventanas tan cómodo como peligroso.
Esgorcio IV descendió.
Ya, a menos altura, contempló cómo el inmenso camino que partía de la catedral al poblado era frecuentado por multitud de acólitos.
La nave circundó la catedral acercándose a su parte posterior.
Allí, en medio de la caótica estructura, habían horadado un puerto de atraque.
Apagó los motores.
La nave quedó suspendida en el aire, totalmente ingrávida.
Esgorcio IV accionó la radio:
—Glumni, glum, 321fg0.
La nave sufrió una sacudida de rayo-tractor y comenzó a aproximarse lentamente al interior del puerto.


* * *

El salón era muy grande, espacioso, cilíndrico.
En su altísimo techo no pendía ninguna araña ni ningún otro artefacto fúlgido, tan sólo un raso techo inclinado; fue concebido así para que su carácter translúcido fuera el que permitiera aquella umbría luminosidad tan apropiada.
De su única pared circunvalante, y a una altura considerable, pendían unos largos rodillos plateados a cuyo cuerpo iba enroscado, como una asfixiante serpiente, otro cilindro broncíneo, generando el místico símbolo de la casa espiritual gnoma.
Como no podía ser de otra manera, en el centro de la sala, majestuoso, sobre un gran atrio con escalinata, reposaba tranquilo el trono.
Sus formas redondeadas, y su transparencia, empastaban perfectamente con la decoración de la sala.
En él, desparramada sobre toda su amplitud, reposaba su inmensidad: la Mama Filiburcia XII.
Un largo hábito plateado, surcado por una franja broncínea que bajaba del cuello bifurcándose en la zona de la cintura rodeándola en un par de vueltas para volver de nuevo a bajar hasta los pies, contenía las voluptuosidades propias de una gnoma cuyos excesos no tenían control. Voluptuosidades que, en sus años jóvenes, habrían parecido agradables a según qué gnomo[9].
Sus manos no se mostraban, reposaban ocultas en unas gigantescas mangas intuyéndose como grotescos racimos de salchichas.
Sus aseados pies (de un calibre innombrable) sí eran dignos de admiración pública; amoratándose embutidos en unas ajustadas sandalias, deleitaban a la concurrencia con una película de corte trágico en donde unos rechonchos dedos con uñas pintadas de plata intentaban escapar de la gangrena. Toda una delicia. Como su cara, gorda, sebácea y, al igual que el resto de los gnomos, carente completamente de pelo.
Pero, si había algo que realmente realzara del todo su fealdad, eran aquellos pequeños ojos de mirada aviesa y esas grandes orejas más propias de un plato de callos que de una digna dirigente espiritual, de las que pendían unos bellísimos abalorios de bronce a juego con la pintura que adornaba sus porcinos labios.
Para rematar el eccehomo, su pelado cráneo recibía glorioso la corona santa: un inflado, alto y tallado casco de metacrilato que deformaba su cabeza asemejándola a la de un abad mitrado.
Esgorcio IV, vestido con su mejor traje color pirita-azurita, esperaba de pie frente a ella. En su mano derecha sujetaba un grueso cartapacio mientras que en la izquierda portaba un sobrio maletín.
La Mama abrió su enorme boca y exclamó levantando un brazo:
—Glumn.
Esgorcio IV posó en el suelo el maletín y, abriendo el cartapacio, dijo...

* * *

Bien, aquí he de hacer una deferencia para contigo, amable lector: he hablado seriamente con la diosa Graya y le he pedido que me permita hacer comprensible el lenguaje gnomo, si no de forma permanente, al menos, en esta parte. Estar con <<glíms>> y <<glumns>> iba a ser un coñazo más grande que el de Hilda 69. Quizás el nombre no os suene, era una antigua actriz exótica de una sala erótica perdida en los confines del universo conocido, famosa por un número en donde se introducía vaginalmente planetas del tamaño de vuestro Júpiter. Un espectáculo digno de verse si no fuera porque en cada pase se provocaba un genocidio de proporciones ominosas y cambios estelares propios de un fin de universo.
Bueno, el caso es que me puse duro con Graya y accedió. Lo de duro ya os lo explicaré, pero resultó muy desagradable, con pelos y todo eso... Al principio la diosa se hizo la remolona, aunque cuando obré mi magia ante sus sutiles amenazas y le dije que si os permitía entenderles, me pensaría lo de arreglar lo suyo con Dindorx: accedió como loca. Sólo me puso una condición: que la concesión serviría por un tiempo limitado. Concretamente, el que ella considerase. No se fiaba ni de mí, ni de los lectores. Según me dijo, siempre estaban de parte de los buenos, y ella, desde luego, pretendía salirse con la suya y no depilarse jamás.
Bien, dicho esto, me retiro a vomitar y proseguimos. Sólo será un segundo. 

* * *

—Su Excelentísima y Sabia Majestad Filiburcia XII —comenzó Esgorcio IV con gran pompa y boato.
—Canijo —espetó eléctrica y desdeñosa la interpelada—; corta las formalidades y explícame todo este alboroto. ¿A santo de qué me haces perder mi siesta de las tercias pidiéndome una audiencia tan urgente avalada por la credibilidad del gremio de cientifistas?
—Queridísima Mama, tengo una grata noticia que comunicarle —contestó el gnomo sin más—: He estado en el país de los demonios.
La Mama se levantó, dando muestras de una incomprensible y astuta agilidad:
—¡Guardias! —gritó—. ¡Apresad a este insensato!
(He aquí un pequeño ejemplo de que en gran parte de instituciones religiosas, ni Dios cree en aquello que predica).
Antes de que los guardias le redujeran el cuerpo a escombros, armados con unas estacas terroríficas, Esgorcio IV se acercó al trono con un trozo de papel:
—Tengo pruebas de ello, Majestad.
La Mama recogió impulsivamente el pliego y se sentó de nuevo, dejándose caer.
Pese a aquella acción digna de un paréntesis, los guardias ya se mordían ávidamente su labio inferior enarbolando unos brazos repletos de fornidos músculos, templados a base de desasnar infieles.
Retiraos —exclamó la Mama frustrando sus fantasías.
>>¿De dónde ha salido esto? —preguntó muy seria.
El gnomo contestó excitado:
—De mi cerebro, Majestad. Cuando regresé del viaje...
—¿De qué viaje? —le interrumpió.
—Verá, Su Majestad: me dedico a fabricar ingenios que luego vendo a una corporación encargada de distribuirlos. Una tarde, en mi laboratorio, mis operarios y yo probábamos un modelo nuevo de teletransportador. Al principio con los objetos inertes funcionó bien; luego, al probarlo yo personalmente, por razones todavía sin explicar, fui teletransportado a un planeta extraño. Allí fue donde tropecé con el ser que ahora veis en la imagen; Era un demonio, seguro; incluso intentó matarme disparándome con su arma. Para mi suerte, cuando ya me creía carbonizado, reaparecí en mi laboratorio.
>>Sin pérdida de tiempo realicé una serie de impresiones cerebrales para que las imágenes fueran lo más nítidas posibles. Una de ellas es la que ahora contempláis, Su Santidad.
La Mama le escuchaba con interés. Esgorcio IV se acercó a la carpeta y extrajo de ella más papeles. Luego, se acercó a la Mama diciendo:
—Aquí tenéis más imágenes, Alteza.
—¿Y esto es todo? —preguntó la Mama suspicaz.
—No, mi señora —exclamó ahora el gnomo triunfante—: También he recogido las coordenadas del lugar, localizándolas en las cartas estelares. Tengo el sitio, Majestad; lo tengo localizado. Ahora sabemos a ciencia cierta dónde viven los demonios.
La Mama le miró con avidez.
—¿Sabe de esto alguien más? —preguntó.
—No, Majestad; tan sólo mi segundo y yo. Pensé que lo mejor era hablar primero con usted.
—Y has hecho muy bien, hijo mío. Has hecho muy bien.
—Gracias, Majestad —contestó de nuevo el gnomo con humildad.
—¿Cómo te llamas?
—Esgorcio IV, Señoría.
—De acuerdo, Esgorcio IV. Ahora te conducirán a tus aposentos. En breve te darán instrucciones de lo que debes hacer. Reitero mi agradecimiento e imploro te retires.
—El agradecimiento es mutuo, Su Santidad —concluyó el científico.
La Mama sacó una rechoncha mano de debajo de la manga y con uno de sus rollizos dedos presionó en uno de los brazos del trono.
Un testigo verde se iluminó, reverberando al poco tiempo una metálica voz en la sala:
—¿Su Santidad?
—Mandad a alguien para que acompañe a nuestro invitado a sus aposentos y decidle a Calandro que se persone inmediatamente.
—Sí, Su Majestad.
A los pocos segundos otra sección distinta a la de antes se deslizó a las espaldas de Esgorcio IV. Penetraron por ella dos gnomos: uno fornido, con ropa de soldado y portando una pica; el otro, extremadamente delgado y con un casco cilíndrico de metacrilato, lucía una túnica parecida a la de la Mama pero de colores invertidos.
Al pasar, el primero ofreció a Esgorcio IV sus servicios, saliendo ambos juntos del salón.
El  segundo ocupó el lugar de Esgorcio IV y, cuando éste y el guardia hubieron desaparecido, preguntó:
—¿Mi Szzzeñora?
La Mama se levantó del trono y contestó:
—Calandro, el momento que tanto tiempo estuvimos esperando, y que ya profetizó el gran Rúlox, ha llegado. Esta vez nos haremos con el gobierno de Pelota Mecánica. Las gentes comerán de nuestras manos por haberles librado de los demonios. Ese viejo y decrépito presidente no volverá a salir electo.
>>Prepara la Santa Nave, partimos en tres miniunidades temporales. Ah, llama también a los medios de comunicación y diles que la Iglesia ha descubierto, por fin, el paradero de los demonios. Con la ayuda del gobierno salvaremos a la ciudadanía y erradicaremos el mal del universo. Hazlo constar también.
Y, dicho esto, la gorda Mama se levantó de su trono desapareciendo por una sección de la pared.
Después, Calandro lo hizo por otra.



[1] El “síndrome de Stendhal” (también denominado Síndrome de Florencia o "estrés del viajero") es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.
[2] Lo que el ingenuo no sabía es que la empresa de servicios Gnobal Grisol se forró con aquella contrata y ahora sus dueños beben coco-piña en las pléyades más lujosas del porciante NOE, limpiándose el ojete con billetes tamaño mesa de comedor.
[3] Perdón, quería decir acojonante.
[4] Cortesía de Richard Bachman…
[5] Consultar la “Guía del autoestopista galáctico”.
[6] Primera directriz, política de no injerencia, etc, etc; ya me entendéis: larga vida y prosperidad \\// ;-D.
[7] “El misterio de Orión”, de Robert Bauval.
[8] Afortunadamente, porque para ello habría que fumarse todos los petardos de la Galaxia IV, y eso, ya lo hizo él antes de llegar a vuestro planeta. Por lo demás, un gran tipo.
[9] Un enfermo mental, un caníbal de MlcomoTdo 342, un sadomasoquista sexual; qué sé yo, la lista de enfermos es tan larga...


gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)