sábado, 26 de octubre de 2013

...porque todo tiene un principio

Cuando creé Alfa, ni siquiera se llamaba así. Su título era El Finde.
Con el paso del tiempo me di cuenta del error al considerarla una novela de finales, cuando realmente lo era de principios, de heroísmo, de ti y de mí.
Pues, en definitiva, este texto sobre el compromiso de las personas comunes ante sucesos fantásticos que irrumpen inesperadamente en la realidad cotidiana es una síntesis de eso.
Siempre he creído en que como parte del Alma Universal, nuestro alma individual desempeña una función en ese gigantesco mecanismo espiritual, dándonos una oportunidad de mejorar a cada reencarnación. Lo cierto, es que no siempre entendemos esto así o no nos reconocemos en nuestro paradigma universal.
Tal como fuere, en Alfa, he intentado hablar de todo ello en torno a grupo de amigos que un fin de semana deciden reencontrase tras muchos años de ausencia.
Os dejo un fragmento:



PRÓLOGO

 

 

   CLACK

   El pistolero la miró aliviado. Descargado. 
   Se acabó... —pensó.
   >>He terminado.
   Con tranquilidad, se la guardó en los vaqueros.
   Estaba cansado. Llevaba unas cuantas horas allí recostado y le dolían hasta los huevos.
   Pensaba dejarla en la tumba del Jardinero junto con su bastón. De algo serviría después de la escabechina. Porque iba a haber una buena matanza en cuanto saliera. Las cosas habían llegado demasiado lejos.
   Alargó la mano y abrió la guantera.
   Al verla, esbozo una sonrisa.
   Ohhhh, vieja amiga, ya casi no me acordaba de ti.
   Y era cierto, nadie podría adivinar el tiempo que había pasado desde la última vez que sus labios la rozaron.
   Recogió del interior la brillante armónica y entonó unas cuantas notas arrastradas y profundas.
   Su sonido vibrante le trajo a la memoria recuerdos de vidas pasadas.
   Y entonces la vio.
   Allí estaba. Blanca, brillante.
   No había reparado en ella.
   Apretó más la armónica y la hizo vibrar de nuevo.
   Esta vez más seria, más ronca, más profunda. Fúnebre.
   Se dio cuenta.
   No habría matanza.
   No.
   Habría justicia.
   Joder..., tiene gracia. Mucha gracia —pensó exhalando un amargo suspiro.
   Bueno, la próxima vez, vieja amiga —dijo devolviendo la armónica a la guantera y recogiendo la tiza.
   Se incorporó. Vestía un guardapolvos negro en cuyo pecho izquierdo brillaba una bella insignia. De su cintura colgaban un par de relucientes revólveres plateados.
   Caminó a oscuras unos pasos. Lo justo para estar convencido.
   Cogió la tiza y, empezando por el suelo, dibujó en el aire un rectángulo lo suficientemente grande como para pasar por él.
   Aquel objeto era UNO de los objetos, uno que permitía enmendar una acción injusta. Sólo podía usarse una vez. Y, tan pronto como terminó el dibujo, la tiza se desvaneció.
   Frente al pistolero se abrió una puerta a un bosque nocturno en medio de una horrible tormenta. El agua le salpicó, los rayos le iluminaron y los truenos ensordecieron sus oídos.
   No lo dudó. Era un Justiciero. Dio un paso al frente.
   Tras él, la fisura se cerró para siempre. 

     (c) Rafael Heka 2010

sábado, 12 de octubre de 2013

Escritos Útiles



De Perseidas (33 Ediciones)
Decía Buda que:
<<Dieciséis veces más importante que la luz de la Luna, es la luz de Sol; dieciséis veces más importante que la luz del Sol, es la luz de la mente; dieciséis veces más importante que la luz de la mente, es la luz del corazón>>.

Una jarra con licencia

   En un pueblo llamado Narraciones, de un reino llamado Sed, existieron dos alfareros que un buen día presentaron ante el maestro del pueblo sus trabajos con la intención de obtener licencia.
  El primero, un hombre refinado y de familia pudiente, presentó unas jarras estupendas llenas de brocados y pedrerías, capaz de encandilar al más reticente de los com-pradores.
   El segundo, un muchacho de pocos posibles y aspecto desaseado, presentó también lo mejor de sí mismo, unas piezas burdas y toscas que podían parecer cualquier cosa, antes que el objeto intencionado de su creador.
   El maestro miró ambas mesas y se decantó, ante la mirada atónita de todos, por la del joven.
   ¿Cómo es posible? Le preguntaron.
   La respuesta fue sucinta:
   —Las bellas jarras no tienen oquedad por la que introducir agua, ergo son inútiles; y de lo burdo, se llega a lo trabajado.

Natural

   —Maestro, ¿cuál es el estado natural del ser humano?
   —La alegría.
   —¿La alegría?
   —Efectivamente. Puedes comprobarlo en un recién nacido. Es un ser puro sin ningún tipo de condicionamiento, ni doctrinal, ni sapiencial; y ¿sabes qué hace todo el día?
   >>Sonreír.

Lo más difícil

   —Papá, ¿Qué es lo más difícil de la vida?
   —Ver.
   —¿Y después?
   —No escuchar.
   —¿Y luego?
   —Callarse.
   —¿Y tras eso?
   No hubo respuesta...  

© Rafael Heka 2013