sábado, 30 de septiembre de 2017

Crónicas Globulares 50: ¿No lo ves...? Pues ahora lo ves


Barael descorrió la cortina con un amplio bostezo.
Ya había amanecido y la suave claridad de la mañana le recibía cordial calentando gratamente sus mejillas mientras al fondo, el jorobado, sentado en un taburete, observaba más meditabundo que curioso un espléndido rubí aprisionado en un colgante de bronce.
Aún desperezándose, se acercó:
—Uauuu —gañó, rascándose las nalgas.
Sin dejar de mirar el objeto, el jorobado le aclaró:
—Era de mi madre.
Barael hizo por observarlo más detenidamente y sacó en claro que era pequeño, triangular, de cuatro facetas y que brillaba como mil demonios engarzado en aquel bruñido medallón. Pues eso, un rubí cojonudo, ¿y?
El jorobado lo sujetó por su cadena haciéndolo oscilar como un péndulo a la vez que su mirada se perdía en viejas memorias y Barael aprovechaba para hacer la típica rascada de entrenalgas mañanera.
Verás, ahora es cuando saca una motosierra y me hace carne para hamburguesas...
—Mi madre —comenzó Lo dicho, ahora viene lo de <<…me dijo que no anduviese con mujeres como tú>> y: uno dos, cuchillada va, uno dos, cuchillada viene— me lo colgó del cuello antes de morir. Es de piedra roja. La piedra roja más antigua conocida.
Es incluso más antigua que los reinos de Rojo y Roja.
Su mirada continuó perdida.
>>Gracias a él —concluyó regresando a la realidad—, pude construir mis artilugios… —su tono mostró pena—…, ten, es tuyo. —Y se lo lanzó a Barael como si nunca lo hubiese poseído.
Barael le miró sorprendido:
—¿Por qué? —preguntó.
El jorobado no contestó. Miró con cariño la gema, la extrajo de su engarce y le dijo (por no decirle: <<eres más tonto que pichote>>):
—Déjame tu medallón.
Barael, hurgando bajo sus pieles, se lo tendió.
Pues a ver si al final éste va a ser el más normal de todos cuantos me he encontrado en esta casa de p
El jorobado cogió la gema y la encajó en uno de los huecos libres. Sorprendentemente, se amoldaba a la perfección. Como la perla que le diera Azión.
Ajustando el cierre, le devolvió el medallón.
—¿Lo ves? Esto te pertenecía desde hace muchos años, y ni tú ni yo lo sospechábamos. Qué raro es el destino…
Para cagarse, Y se colocó de nuevo el medallón en el pecho, asintiendo con el típico gesto bovino acompañado del levantar de hombros característico.
La gema brilló magnífica en su pecho.

* * *

El jorobado se acercó entonces a una mesita de madera repleta de cachivaches y le trajo algo a Barael.
—Toma —exclamó con fruición—; cuando yo te diga, te las pones —(Eran unas gafas de aviador como las que lucía él, pero mucho más cutres -si es que esto es posible, claro-).
—Ahora ven —profirió invitándole a acercarse al periscopio que reposaba cerca de la ventana. Miró por él, lo calibró y se lo cedió triunfante.
Nada relevante. Sólo una gran extensión de líquido rojo.
—¿Y bien? —preguntó el duende blanco.
—Ése es el Lago de Ketchup —fue la respuesta del jorobado.
Barael le hizo un gesto como de decir: <<Estupendo, como si me dices que te huelen los pies>>.
—No, espera: ¿qué es el kétchup?
—No quieras saberlo.
—Quiero saberlo.
El jorobado puso cara circunspecta y exclamó:
—Una especie de eugenesia tomatil a base de azúcar y reducciones.
—¿Eugenesia? ¿Tomate? ¿Reducción?
—Salsa de tomate concentrada y dulce.
—¿Y está buena?
—Según con qué.
—¿Y con qué está buena?
—Con salchichas, carnes, acompañada de mostaza.
—Interesante…
El jorobado le pidió ahora que se colocara los anteojos y repitiera la operación.
El mundo entonces se hizo rojo a los ojos de Barael. Como un niño, miró de un lado para otro disfrutando de la sensación. El jorobado rogó enseguida celeridad. Parecía tomarse todo aquello muy en serio a pesar de que le encantara desbocar su contenida erudición.
Cuando por fin el duende blanco miró por el artefacto, su cara se transformó: ¡¿Acaso no había allí un gigantesco castillo fantasma plagado de torreones apoyado sobre un grueso remolino?!
Venga, no jodas…
Pero, ¿y esos espectros multiformes volando a su alrededor? Mediocuerpos, cubos, esferas, animales…
Venga…, venga…
—¿Cómo es posible? —preguntó Barael confundido.
—¿Comprendes ahora…? —contestó el jorobado.
Barael dejó de mirar la aparición para preguntar:
—¿Fueron esos monstruos los que me atacaron anoche?
El jorobado asintió.
Barael, en ese momento, descubrió que en aquella habitación había más cosas de las que viera sin las gafas. Lo que más le llamó la atención fue un hacha de doble filo que colgaba de la pared.
El jorobado, que advertía lo que Barael pensaba, se explicó:
—Todas esas armas que ves por ahí se las arrebaté a los espectros.
Barael se acercó a una estaca y la cogió.
Tenía la textura de una estaca, pesaba como una estaca, incluso parecía una estaca, pero…
Retirando las gafas, pudo comprobar cómo seguía sintiendo todo esto a pesar de no verla. Se las volvió a poner.
—¿De qué están hechas estas armas? —preguntó muy sorprendido.
—De lo mismo que los espectros y ese castillo que acabas de descubrir: de magia solidificada.
Barael dejó la estaca en su sitio.
—Espera, espera, ¿y esa muñeca con los brazos extendidos y la boca abierta? ¿Y esto que pone Anal-Intruder™ con forma de taladradora y multiformes cabezales intercambiables?
—¡Buah! Cachivaches. A Esmeralda la encontré en cerca del campanario, se la quité a un espectro que hacía llamarse Frolo y que tenía más mala leche que un ciego en una orgía. Lo otro aún no he podido descifrar su utilidad, pero se carga a los espectros que es un gusto. Sobre todo por detrás.
—Bueno, bueno, y ¿quién vive en ese castillo entonces?
—Pues no lo sé. Pero llevo años planeando una excursión hasta allí.
Barael escuchó con interés.
Anda, mira: un pisapapeles con forma de ¿polla? ¡Y vibra!
—Mejor será que te cuente las cosas desde el principio —comenzó.
Barael asintió con la cabeza mientras se sentaban en unos tocones.
¡Cómo molan esos pantalones de cuero con las nalgas abiertas junto al cartel de La Ostra Azul!
—Hace ya muchos años —continuó—, bastantes después de que el reino se dividiera en dos, la gente del pueblo empezó a desaparecer. Al principio lo achacaban a la falta de diversión que tenía la localidad -sobre todo teniendo en cuenta que los condados del sur son verdaderos vergeles de juego y diversión-, pero los días pasaban y las desapariciones aumentaban sin razón aparente junto con el inquietante hecho de que nadie volvía a tener noticias de los desaparecidos. Así que la gente se asustó; cundió el pánico; se corrió la voz; y llegó un momento en que hasta los tenderos dejaron de venir por aquí. Yo, que siempre he sido una persona aislada del resto de la sociedad -por motivos que son evidentes y porque la compañía de la gente nunca me entusiasmó mucho- llegué a quedarme solo. Y cuando digo solo, digo solo. Mi madre murió a los pocos días de darme a luz a causa de mis deformidades, y a mi padre nunca lo conocí.
Barael le miró con cierta compasión.
Manual de Bolas Chinas: Lubríquese bien la zona e introduzc
—Vivir en una ciudad desierta —siguió— no estaba tan mal. Sobre todo si eres una persona introvertida.
>>Cogí tanto cariño al poblado, que no había pensado nunca en mudarme hasta que recibí el primer ataque de los espectros.
>>Era una de esas noches en las que yo salía a pasear meditando sobre mis objetos de estudio.
>>Cuando giré uno de los recodos que dan a la plaza de abastos, algo me golpeó en la cabeza. Aturdido, miré quién había podido golpearme. Al no ver nada, pensé que podía haber sido una alucinación producida por el exceso de horas de estudio acompañadas del ayuno.
>>Continué mi paseo hasta que algo me sujetó por el brazo derecho. Asustado, me zafé y corrí hasta regresar aquí.
>>Al día siguiente, asustado y sin haber podido pegar ojo en toda la noche, decidí salir de nuevo a la calle.
>>Ese día no sucedió nada.
Mira, un librito: Hiperbucake en tres lecciones. Palangana no incluida.
>>Ni ese, ni los restantes de ese mes.
>>Pero, hete aquí que, al mes siguiente, recibí en otro de mis paseos una nueva agresión. Ésta más fuerte. Tal fue, que si no llego a tener un poco de suerte, no lo cuento.
>>Decidí inmediatamente recluirme aquí y no salir a no ser para lo más imprescindible.
>>Pues bien, una mañana, mientras realizaba una de mis maquetas, movido no sé si por el recuerdo de mi madre o por el cansancio, colgué esa gema que te di en aquel lugar. —Y señaló un clavo encima del periscopio.
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>>Al cabo de un rato, sentí trinar un petirrojo y me volví para mirarlo. Entonces, a través de la gema, observé algo que me llamó la atención. Me levanté totalmente excitado.
>>Miré por la ventana, pero no vi nada. Así es que cogí, me senté de nuevo en mi taburete, e iba a seguir con la maqueta cuando, de nuevo, algo espoleó mi curiosidad. Me volví y miré. Esa vez no había lugar a equívoco, allí había algo.
>>Cogí la gema y poniéndomela en el ojo así. —E hizo el ademán de colocarse un monóculo—. Miré por la ventana: sobre el Lago de Ketchup parecía haber algo suspendido. Cogí el periscopio y miré por él con el ojo en el que tenía colocada la gema.
>>En ese momento contemplé por primera vez aquel castillo fantasmal. El castillo y todo lo demás, claro.
>>No podía estar más satisfecho. Ahora podía ver a los espectros, y ¡acabar con ellos!
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>>Mis primeras incursiones fueron ingenuas. Me limitaba tan sólo a ver cómo los fantasmas pululaban por las calles buscándome.
>>Más tarde, construí estas gafas que llevo puestas. —Se las señaló a Barael—. Y me dediqué en serio a defender el poblado de los monstruos. Esas armas que ves, son algunas de las piezas que recaudé.
>>Tras mucho luchar con aquellos descerebrados engendros, me di cuenta de que eran esbirros mentales de un ser superior a ellos, de un ente inteligente que los gobernaba y que vivía en ese castillo sobre el Lago de Kétchup.
>>Así fue como se me ocurrió la idea de construir el Rsjfgs-cóptero.
Barael se le quedó mirando incrédulo ante tanta sarta de inverosimilitudes.
El jorobado explicó:
—Rsjfgs por mí, pues ese es mi nombre, y cóptero, porque vuela gracias a un sistema de propulsión basado en unas grandes aspas.
Barael exclamó sarcásticamente:
—No, si dicho así, queda clarísimo.
Lo dicho, como que te olieran lo pies.
Rsjfgs continuó:
—Sin embargo, después de trabajar durante años y años, sortear hordas de espectros y subsistir a peligros inimaginables para poder conseguir las piezas necesarias, me di cuenta de un pequeño detalle que debería haber tenido en cuenta antes de ponerme a construir el artefacto:
>>Se necesitan como mínimo dos duendes para hacerlo volar: uno que se encargue del sistema de propulsión, y otro de manejar los controles.
Este tío será muy listo, hablará muy bien, pero es completamente gilipollas.
Barael le miró entonces a la defensiva entendiendo lo que le iba a pedir.
—¿Y por qué malgastaste tanto tiempo construyendo un artefacto que no ibas a poder pilotar?
El jorobado se ruborizó:
—Qué podía hacer. Saqué los planos del único manual que tenía: Éste. —Y se lo tendió a Barael— Aquí no hay bibliotecas, ¿sabes?:
“Manual de construcción de artefactos voladores para dummies”
Por el profesor Hans Fritch.
—De dónde salió, nunca lo supe[1], ya lo tenía en la librería antes de fallecer mi madre. Ninguno se puede pilotar por un único duende, mira. El más sencillo es el que he construido yo y se necesitan dos; mira, mira.
>>Pero claro…, teniendo en cuenta que ahora estás tú aquí…
—Podríamos meternos en tu pichinglás-cóptero, volar a ese castillo de las maravillas invisibles, sortear un ejército de espectros, y enfrentarnos con un no menos poderoso brujo, monstruo, superfantasma o lo que sea —terminó Barael.
El jorobado asintió excitado, moviendo de arriba abajo la cabeza.
El duende blanco le contestó rotundamente:
—Pues no. Y no te digo lo de ¡un mojón pa ti! porque me has salvado la vida y me has dado la pieza del medallón que faltaba, que si no, cortecito de mangas y lo dicho Lo siento, pero no. Yo he de irme de este país que bastante me ha retrasado ya. No puedo perder tanto tiempo.
—¿Y cómo volverás? —preguntó suspicaz Rsjfgs.
—Pues…, pues…. Déjame que piense. Voy a coger mi zurrón, voy a atravesar un país plagado de espectros, alimañas y jugadores deseosos de romperme el orto. Lo voy a hacer solo… No sé,  a lo mejor salgo con vida, ¿no?
>>Joder —Barael se sentó de nuevo en su tocón totalmente abatido y a punto de llorar.
El jorobado le miraba sonriente y triunfante.
Barael exclamó a regañadientes:
—¡De acuerdo, te acompañaré! Pero sólo con una condición.
—¿Cuál? —preguntó el jorobado sonriendo.
—Que en el caso de que ese artefacto tuyo funcione y salgamos con vida de la visita al castillo de las atracciones sin fin, me acerques hasta el Muro de los Colores.
Rsjfgs le posó una mano en el hombro y contestó solemne:
—Amigo, eso está hecho.
—Ah, y me cojo a Esmeralda que voy a mirar a ver si le encuentro un mecanismo que me suena a mí que…
—Bueeeeeeeeeeeeeeeno.
—¡Y las bolas chinas! ¡Qué coño, a tumba abierta!

(c)Rafael Heka ;-)


[1] ¿Que en vuestro mundo no lo hay? Pues es una pena, porque es un best-seller estelar. ¡Menudos cohetes! Está hasta el diseño de una nave espacio-temporal con forma de cabina de teléfonos de la Policía de Londres que es más grande por dentro que por fuera.