El suntuoso artefacto salía
de la cúpula protectora de la luna Graya.
Su lechoso reflejo se
empequeñecía en ella a medida que ésta se alejaba mientras el mayúsculo y
elipsoidal escape refulgía verdosamente mefistofélico dejándolo todo atrás.
Traspasado el radio de
gravedad de la perforada y metálica luna Fliquis el escape brilló intensamente:
la nave aceleró.
Viró, circunvaló Pelota
Mecánica en una bella maniobra y puso rumbo a un conjunto de tres lunas que
gravitaban estratégicamente juntas.
Eran las lunas de la clase
Goma.
La nave se acercó a una en
particular caracterizada por sus cuatro gigantescos hangares ubicados en cada
cardinal de su ecuador.
Tanto en su hemisferio
superior como en el inferior, miríadas de antenas emisoras que brotaban
multiformes amenazando con registrar (o llegar) allí donde fuera necesario
hicieron su trabajo solicitando prioridad.
Por entre un fluido tráfico
de cruceros de combate, cazas, naves insignia, cargueros y remolcadores, la
Nave Mamal penetró en el Hangar Norte de Goma3 ya con tráfico despejado y unos
acordes graves y solemnes dignos del mismísimo Palpatine[1].
* * *
Los generales Gommo1, Garp2 y
Plumbo3 examinaban muy serios el holograma que brillaba frente a ellos.
Cada uno era el general
correspondiente de Goma1, Goma2 y Goma3.
Todos vestían el uniforme de
gala: Verde-óxido-de-bronce para el general de Infantería Gommo1, pulido-cobre
para el general de Artillería Garp2 y aluminio-claro para el general de la
Marina y almirante de toda la Flota Estelar Plumbo3. Los tres ostentaban
medallas y condecoraciones varias, fruto de mil batallas, destripamientos y
arrancamientos de nuez.
La estancia era abovedada y
minúscula, de techo bajo, y lucía en la más absoluta oscuridad salvo por el citado
holograma y los brillantes reflejos de los tres cúbicos cascos de los
generales. Sobre estos últimos, en sus caras laterales, aparecía acuñados los
símbolos de cada una de las divisiones en forma de puntos (uno, dos o tres
según el general al que perteneciesen), mientras que en lo alto de su cara frontal todos lucían tres círculos
alineados en forma de triángulo equilátero con el vértice hacia arriba.
El fulgor azulado del
holograma iluminaba sus adustas y preocupadas caras. Las tres, igual de secas,
igual de musculosas; sólo sus gafas las diferenciaba: triangulares para el
general de Infantería, cuadradas para el de Artillería y redondas para el de
Marina.
—¿Qué opinan, caballeros?
—decía en ese momento este último con una voz profunda, áspera y dura.
Los dos generales restantes,
moviendo incómodos sus cabezas, respondieron:
—La destinación corresponde a
un lejano porciante del otro extremo de la Galaxia; será un viaje complicado.
Plumbo3 observó inquisitivo
la representación holográfica estelar. Acercando un fornido dedo a la estrella
alrededor de la cual giraba el planeta de los duendes la sección aumentó de
tamaño mostrando el planeta y una especie de luna girando a su alrededor.
Plumbo3 ajustó sus gafas y
puso de nuevo su dedo sobre la luna.
Ésta se amplió cubriendo todo
el espacio del holograma.
—Señor —comenzó Garp2—, ése
es el único escollo que podemos encontrar en la colonización del Planeta de los
Demonios.
El holograma representaba un
astro con forma semiesférica cubierto en su planicie por una civilización
supradesarrollada.
Los oblongos edificios
envolvían la totalidad del domo semiesférico mientras cientos de naves-pelota
lo sobrevolaban como moscas alrededor de un pastel.
—¿Qué grado de desarrollo
ostentan? —preguntó Plumbo3.
—Dos menos que el nuestro
—respondió Garp2.
—Podríamos tener problemas
—continuó Plumbo3.
—No lo creo, señor. Les
superamos en número y tamaño —dijo Gommo1.
—Puede ser, veamos —concluyó
Plumbo3 mientras ponía un dedo sobre un comando del holograma al lado de la
luna.
Ésta retrocedió, permitiendo
ver de nuevo el planeta de los duendes.
—¿Y éste? —preguntó.
—Mi señor —respondió Garp2
considerando irrelevante el dato—: el planeta, potencialmente, no representa
ningún problema. Los poderes sobrenaturales que puedan tener esos demonios, sí.
—No me gusta —deliberó
Plumbo3 mientras se quitaba las gafas y masajeaba su dolorida nariz—. No me
gusta nada. ¿Cuándo debemos responder?
—Esta misma noche
—contestaron los dos generales.
Plumbo3 levantó un dedo y
accionó un comando del holograma.
La imagen del planeta
desapareció, ocupando su lugar la de un duende negro junto a un gran muro negro
en donde había un portón negro.
Los tres generales la miraron
en silencio dejando correr multitud de dudas bajo sus cúbicos cascos...
* * *
Poco tiempo después, la gran
Mama Filiburcia XII desparramaba sus kilos en un confortable sillón reforzado a
tal fin con varios campos de fuerza plateados. A su lado derecho, de pie y
aprovechando la potente red gui-fi militar (dicho sea de paso muy superior a la
utilizada civilmente en Pelota Mecánica), Esgorcio IV manipulaba su comunicador
intentando actualizar la última versión del software para así disponer de las
aplicaciones necesarias capaces de permitirle trabajar con más eficiencia; A su
izquierda, de pie también, Calandro meditaba con los ojos muy cerrados
balanceándose gustoso mientras se rascaba los huevos aprovechando la capacidad
de su hábito para ocultarle las manos.
No estaban solos. Tras ellos,
a una distancia prudencial y divididos en tres secciones, los altos dirigentes
militares ocupaban expectantes los asientos metálicos de aquel amplio salón de
actos.
A espaldas del grasiento lomo
derecho de la Mama relucían los verdes uniformes de la Infantería, del
izquierdo, los cobrizos de Artillería, y de la presunta espina dorsal, el
aluminio de la Marina.
Frente a todos ellos una mesa
cruzaba horizontalmente de parte a parte el salón. Un mantel de color aluminio
la cubría adornado con los emblemas de los tres cuerpos del ejército: A la
derecha un gnomo portando un fusil indicando Infantería; A la izquierda un
sofisticado carro de combate simbolizando el Cuerpo de Artillería; En el
centro, aureolado, un crucero de batalla, símbolo por excelencia de la Flota
Estelar.
Tras la mesa tres alargados y
amplios ventanales mostraban el espacio exterior reflejando la impaciencia de
los presentes mientras sus murmullos se iban transformando en un clamor.
Esgorcio IV, triunfante tras
la actualización de su comunicador, se volvió para decir algo seguramente
estúpido a la Mama cuando de debajo de la mesa emergieron los generales gnomo
sentados en unos brillantes sillones plateados de respaldo alto.
Todos los gnomos de la sala,
a excepción de la Santa Mama (hubiese hecho falta una grúa portuaria), se
levantaron de sus sillas de diseño cuadrándose con una mano mientras con la
otra trataban de no perder sus cúbicos cascos. Después, juntaron estruendosamente
los talones de sus botas en un solo y estremecedor chasquido y se sentaron.[2]
Plumbo3 puso un dedo sobre la
mesa y de ella brotó un micrófono.[3]
Acercando su boca, exclamó:
—Camaradas… Hoy es un gran
día.
>>Yo, Plumbo3, Primer
Almirante de la Flota Estelar y General por ello de todas las tropas de Pelota
Mecánica, con la aprobación del presidente del planeta y el apoyo de los
generales aquí presentes: Garp2, a mi izquierda comandando la Artillería y
Gommo1, a mi derecha, apoyando con la Infantería, declaro la guerra al Planeta
de los Demonios conocido en nuestras cartas estelares como jdt-45.
>>Ahora, les recomiendo
que acudan a sus puestos y descansen. Mañana comenzarán los preparativos para
la ofensiva. Gracias.
Y tal como surgieron, los
tres generales desaparecieron junto con sus sillones.
Los gnomos, alegres, lanzaron
sus cascos al aire vitoreando la decisión mientras la Mama Filiburcia XII reía
estridentemente levantando los brazos al aire y Calandro abría los ojos
aterrado ante la toma de consciencia de su última tocada de huevos.
[1] No, no: no fastidies. No me creo que tengas este
libro en la mano y no sepas quién es Palpatine. Bueno, por si eres un ser de
fuera de la Tierra o alguien que ha llegado a este barrio de la ciencia-ficción
por casualidad, comentarte que es el malo malísimo de una serie de películas
espaciales conocidas como “Saga Star Wars”, creadas por George Lucas, y que
creo que tan sólo no han visto los monos capuchinos del África Ecuatorial. Por
definir un poco al personaje, explicar que el término hijo de puta se le queda
tan corto, que no hay más remedio que elevarlo a la angelical categoría de asesino violento, terrorista o violador anfetamínico.
[2] Lo cierto es que a la vez que brotaban los
generales, de los asientos de los presentes también lo hacían unos pinchos para
así asegurar la exigida reverencia. Y el taconeo tampoco os creáis que es
voluntario; resulta ser el comando sonoro que desactiva los clavos...
[3] Ja, ja. Aquí ya no brota nada más, no os
preocupéis.
gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі
(c) Rafael Heka ;-)
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