domingo, 30 de octubre de 2016

Crónicas Globulares Serial 25: Goma3




El suntuoso artefacto salía de la cúpula protectora de la luna Graya.
Su lechoso reflejo se empequeñecía en ella a medida que ésta se alejaba mientras el mayúsculo y elipsoidal escape refulgía verdosamente mefistofélico dejándolo todo atrás.
Traspasado el radio de gravedad de la perforada y metálica luna Fliquis el escape brilló intensamente: la nave aceleró.
Viró, circunvaló Pelota Mecánica en una bella maniobra y puso rumbo a un conjunto de tres lunas que gravitaban estratégicamente juntas.
Eran las lunas de la clase Goma.
La nave se acercó a una en particular caracterizada por sus cuatro gigantescos hangares ubicados en cada cardinal de su ecuador.
Tanto en su hemisferio superior como en el inferior, miríadas de antenas emisoras que brotaban multiformes amenazando con registrar (o llegar) allí donde fuera necesario hicieron su trabajo solicitando prioridad.
Por entre un fluido tráfico de cruceros de combate, cazas, naves insignia, cargueros y remolcadores, la Nave Mamal penetró en el Hangar Norte de Goma3 ya con tráfico despejado y unos acordes graves y solemnes dignos del mismísimo Palpatine[1].



* * *



Los generales Gommo1, Garp2 y Plumbo3 examinaban muy serios el holograma que brillaba frente a ellos.
Cada uno era el general correspondiente de Goma1, Goma2 y Goma3.
Todos vestían el uniforme de gala: Verde-óxido-de-bronce para el general de Infantería Gommo1, pulido-cobre para el general de Artillería Garp2 y aluminio-claro para el general de la Marina y almirante de toda la Flota Estelar Plumbo3. Los tres ostentaban medallas y condecoraciones varias, fruto de mil batallas, destripamientos y arrancamientos de nuez.
La estancia era abovedada y minúscula, de techo bajo, y lucía en la más absoluta oscuridad salvo por el citado holograma y los brillantes reflejos de los tres cúbicos cascos de los generales. Sobre estos últimos, en sus caras laterales, aparecía acuñados los símbolos de cada una de las divisiones en forma de puntos (uno, dos o tres según el general al que perteneciesen), mientras que en lo alto de su cara frontal todos lucían tres círculos alineados en forma de triángulo equilátero con el vértice hacia arriba.
El fulgor azulado del holograma iluminaba sus adustas y preocupadas caras. Las tres, igual de secas, igual de musculosas; sólo sus gafas las diferenciaba: triangulares para el general de Infantería, cuadradas para el de Artillería y redondas para el de Marina.
—¿Qué opinan, caballeros? —decía en ese momento este último con una voz profunda, áspera y dura.
Los dos generales restantes, moviendo incómodos sus cabezas, respondieron:
—La destinación corresponde a un lejano porciante del otro extremo de la Galaxia; será un viaje complicado.
Plumbo3 observó inquisitivo la representación holográfica estelar. Acercando un fornido dedo a la estrella alrededor de la cual giraba el planeta de los duendes la sección aumentó de tamaño mostrando el planeta y una especie de luna girando a su alrededor.
Plumbo3 ajustó sus gafas y puso de nuevo su dedo sobre la luna.
Ésta se amplió cubriendo todo el espacio del holograma.
—Señor —comenzó Garp2—, ése es el único escollo que podemos encontrar en la colonización del Planeta de los Demonios.
El holograma representaba un astro con forma semiesférica cubierto en su planicie por una civilización supradesarrollada.
Los oblongos edificios envolvían la totalidad del domo semiesférico mientras cientos de naves-pelota lo sobrevolaban como moscas alrededor de un pastel.
—¿Qué grado de desarrollo ostentan? —preguntó Plumbo3.
—Dos menos que el nuestro —respondió Garp2.
—Podríamos tener problemas —continuó Plumbo3.
—No lo creo, señor. Les superamos en número y tamaño —dijo Gommo1.
—Puede ser, veamos —concluyó Plumbo3 mientras ponía un dedo sobre un comando del holograma al lado de la luna.
Ésta retrocedió, permitiendo ver de nuevo el planeta de los duendes.
—¿Y éste? —preguntó.
—Mi señor —respondió Garp2 considerando irrelevante el dato—: el planeta, potencialmente, no representa ningún problema. Los poderes sobrenaturales que puedan tener esos demonios, sí.
—No me gusta —deliberó Plumbo3 mientras se quitaba las gafas y masajeaba su dolorida nariz—. No me gusta nada. ¿Cuándo debemos responder?
—Esta misma noche —contestaron los dos generales.
Plumbo3 levantó un dedo y accionó un comando del holograma.
La imagen del planeta desapareció, ocupando su lugar la de un duende negro junto a un gran muro negro en donde había un portón negro.
Los tres generales la miraron en silencio dejando correr multitud de dudas bajo sus cúbicos cascos...


* * *



Poco tiempo después, la gran Mama Filiburcia XII desparramaba sus kilos en un confortable sillón reforzado a tal fin con varios campos de fuerza plateados. A su lado derecho, de pie y aprovechando la potente red gui-fi militar (dicho sea de paso muy superior a la utilizada civilmente en Pelota Mecánica), Esgorcio IV manipulaba su comunicador intentando actualizar la última versión del software para así disponer de las aplicaciones necesarias capaces de permitirle trabajar con más eficiencia; A su izquierda, de pie también, Calandro meditaba con los ojos muy cerrados balanceándose gustoso mientras se rascaba los huevos aprovechando la capacidad de su hábito para ocultarle las manos.
No estaban solos. Tras ellos, a una distancia prudencial y divididos en tres secciones, los altos dirigentes militares ocupaban expectantes los asientos metálicos de aquel amplio salón de actos.
A espaldas del grasiento lomo derecho de la Mama relucían los verdes uniformes de la Infantería, del izquierdo, los cobrizos de Artillería, y de la presunta espina dorsal, el aluminio de la Marina.
Frente a todos ellos una mesa cruzaba horizontalmente de parte a parte el salón. Un mantel de color aluminio la cubría adornado con los emblemas de los tres cuerpos del ejército: A la derecha un gnomo portando un fusil indicando Infantería; A la izquierda un sofisticado carro de combate simbolizando el Cuerpo de Artillería; En el centro, aureolado, un crucero de batalla, símbolo por excelencia de la Flota Estelar.
Tras la mesa tres alargados y amplios ventanales mostraban el espacio exterior reflejando la impaciencia de los presentes mientras sus murmullos se iban transformando en un clamor.
Esgorcio IV, triunfante tras la actualización de su comunicador, se volvió para decir algo seguramente estúpido a la Mama cuando de debajo de la mesa emergieron los generales gnomo sentados en unos brillantes sillones plateados de respaldo alto.
Todos los gnomos de la sala, a excepción de la Santa Mama (hubiese hecho falta una grúa portuaria), se levantaron de sus sillas de diseño cuadrándose con una mano mientras con la otra trataban de no perder sus cúbicos cascos. Después, juntaron estruendosamente los talones de sus botas en un solo y estremecedor chasquido y se sentaron.[2]
Plumbo3 puso un dedo sobre la mesa y de ella brotó un micrófono.[3]
Acercando su boca, exclamó:
—Camaradas… Hoy es un gran día.
>>Yo, Plumbo3, Primer Almirante de la Flota Estelar y General por ello de todas las tropas de Pelota Mecánica, con la aprobación del presidente del planeta y el apoyo de los generales aquí presentes: Garp2, a mi izquierda comandando la Artillería y Gommo1, a mi derecha, apoyando con la Infantería, declaro la guerra al Planeta de los Demonios conocido en nuestras cartas estelares como jdt-45.
>>Ahora, les recomiendo que acudan a sus puestos y descansen. Mañana comenzarán los preparativos para la ofensiva. Gracias.
Y tal como surgieron, los tres generales desaparecieron junto con sus sillones.
Los gnomos, alegres, lanzaron sus cascos al aire vitoreando la decisión mientras la Mama Filiburcia XII reía estridentemente levantando los brazos al aire y Calandro abría los ojos aterrado ante la toma de consciencia de su última tocada de huevos.



[1] No, no: no fastidies. No me creo que tengas este libro en la mano y no sepas quién es Palpatine. Bueno, por si eres un ser de fuera de la Tierra o alguien que ha llegado a este barrio de la ciencia-ficción por casualidad, comentarte que es el malo malísimo de una serie de películas espaciales conocidas como “Saga Star Wars”, creadas por George Lucas, y que creo que tan sólo no han visto los monos capuchinos del África Ecuatorial. Por definir un poco al personaje, explicar que el término hijo de puta se le queda tan corto, que no hay más remedio que elevarlo a la angelical categoría de asesino violento, terrorista o violador anfetamínico.
[2] Lo cierto es que a la vez que brotaban los generales, de los asientos de los presentes también lo hacían unos pinchos para así asegurar la exigida reverencia. Y el taconeo tampoco os creáis que es voluntario; resulta ser el comando sonoro que desactiva los clavos...
[3] Ja, ja. Aquí ya no brota nada más, no os preocupéis.


gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)


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