Alh-par-cheh desmontó del
escarabajo totalmente destrozado.
Era lógico, Barael tampoco
podía creer lo que estaba viendo.
Lo que antes fuera una ciudad
hermosa plagada de vida, risas y dulces voces, ahora era un mudo y humeante
montón de escombros y cadáveres.
En los primeros kilómetros
del extrarradio no encontraron a nadie con vida.
A medida que avanzaron,
fueron encontrando heridos, escarabajos destrozados, plazas derruidas, duendes
agonizantes, camilleros corriendo de un lado para otro, cucarachas con
parihuelas cargando heridos, gritos de horror, gritos de miedo.
Pusieron sin demora rumbo
hacia el Hospital General de Adunia con la intención de ayudar pero,
desgraciadamente, donde hubiera de estar, no quedaban ya más que ruinas.
Desolados, se dirigieron
entonces hacia la plaza principal. No hallaron nada; y cuando digo nada, es
nada; ni arena; tan sólo un enorme cráter.
Barael se asomó. No se
distinguía el fondo; parecía la boca del infierno. Un infierno en forma de
sumidero maldito capaz de tragárselo todo.
Alh-par-cheh le golpeó en el
hombro:
—Venga, vamos. Aquí ya no hay
nada que ver.
—Espera un momento, mira. —Y
señaló hacia el fondo del cráter.
Alh-par-cheh miró, notando un
movimiento.
—¡Rápido! —gritó, y agarrando
a Barael por un brazo, corrieron a montar en el escarabajo advirtiendo a todo
el mundo:
—¡El Maligno, el Maligno
regresa! ¡Huyan de aquí!
Las gentes, asustadas,
corrieron en la dirección indicada.
Barael giró su cabeza y
contempló al monstruo saliendo de su agujero: Sus formas y maneras se
asemejaban pérfidamente a los de una especie de gigantesca serpiente de arena.
Tenía cuatro ojos (dos a cada lado de la cabeza) y un par de ristras de
afilados dientes en cada parte de la mandíbula.
Glotona, salió de su
madriguera y comenzó a devorarlo todo. Se tragaba tanto escombros, como
duendes, como escarabajos. Engullía
absolutamente cualquier cosa que encontrara.
Un
movimiento brusco hizo que Barael mirara hacia adelante. Alh-par-cheh cabalgaba
enloquecidamente hacia el desierto dirigiendo a los ciudadanos de la mejor
manera posible.
Barael le dijo:
—Espera,
te ayudaré. Déjame a mí este escarabajo y monta tú en otro. Te será más fácil
controlarlo, éste ya lo tengo dominado yo.
Alh-par-cheh comprendió
enseguida y, al girar en una calle, saltó sobre uno que huía.
Lo agarró
firmemente por las antenas y le impuso su voluntad[1].
Barael frenó el suyo y gritó
a su compañero:
—¡Yo sacaré los que pueda por
el este, ve tú por el oeste!
Alh-par-cheh asintió y,
espoleando su escarabajo, se perdió entre las ruinas.
Hincando también los talones
en su montura, el duende blanco condujo a toda la gente que pudo en dirección a
las salidas de Adunia en un intento heroico de salvaguardar a cuantos, alocada
o inconscientemente, escogían peligrosas escapatorias.
Sin desfallecimiento, se pudo
decir en las páginas de la historia de Amarilia que ambos duendes cabalgaron
frenéticamente procurando salvar al mayor número posible de gente, apoyados
incondicionalmente por cuantos estamentos y fuerzas públicas se cruzaban en su
empresa.
Mientras tanto, El Maligno,
aún insatisfecho y voraz, continuaba su pérfida campaña tratando de dejar
Adunia como un solar.
Reptaba rasgando los
edificios, destrozando las calles con sus coletazos, desgarrando duendes con su
enorme boca en dentelladas terribles. El espectáculo propio de un hijo de puta
con balcones a la calle y palmeros rocieros.
Cuando los ciudadanos
estuvieron fuera de la ciudad, Alh-par-cheh tuvo una idea.
Condujo a sus duendes a la
Duna de la Relajación y les hizo esperar allí. Después, clavó sus zuecos en el
cuerpo del bicho y camino en ayuda de Barael y del resto de los grupos de
evasión.
Llegando al poblado, comprobó
que todo marchaba correctamente. La gente corría ordenadamente guiada por
Barael y el resto de los agentes del orden.
Se acercó al duende blanco y
le dijo:
—Condúcelos a la Duna de la
Relajación. Si el ataque del Maligno continúa y no regreso, marchad en
dirección oeste hasta llegar al mar; luego, al sur; allí se encuentra mi puesto
de escarabajos. Monta a los que puedas en ellos y condúcelos a la salida de
Amarilia.
—¿Y tú?
—No te preocupes por mí,
estaré bien. En cualquier momento me reuniré con vosotros.
Un cascote cayó en ese
momento terminando la conversación.
—¡Vete, Barael! ¡Vete y salva
a mí pueblo! —gritó Alh-par-cheh mientras se alejaba en dirección al monstruo.
Barael obedeció las órdenes comunicándoselas a todos
los agentes del orden que encontró.
* * *
El criador, sobre su nuevo
escarabajo, cabalgaba veloz adentrándose en una incertidumbre temblorosa
difícil de soportar, semejando un proyectil disparado desde el desgarro de un
alma herida.
Soltando impulsivamente las
antenas superiores del insecto, aferró firmemente las inferiores y golpeó su
bajo abdomen. El bicho abrió su caparazón y desplegó dos potentes alas,
elevándose violentamente del suelo.
Con gran maestría,
Alh-par-cheh hizo que ambos ascendieran lo suficiente como para salir incólumes
del radio de acción de la hecatombe y se situó en una posición ventajosa.
Una vez elevado ya por encima
de Adunia, el duende divisó al Gran Maligno. Sin pensárselo un instante, barrió
un picado hacia él. ¡Comenzaba la contienda!
El monstruo permanecía
enterrado entre edificios disfrutando de su catástrofe. Cómo lo supo, nadie lo
sabe; lo cierto es que, levantando un ojo, divisó la maniobra del duende de
forma más que natural. Sus fauces se abrieron entonces violentas y voraces.
El aullido vomitado desde
sabe Dindorx dónde congeló la sangre de los duendes de Adunia en una expresión
de júbilo digna de un enfermo homicida. A aquella bestia le gustaba la lucha,
la sangre, la rivalidad. Anhelaba matar por encima de todo.
Alh-par-cheh dio una pasada
cercana rodeando su cabeza.
El monstruo, en agradecida
respuesta, lanzó una agresiva dentellada que terminó con un buen bocado al aire
y el chasquido de un millar de dientes frustrados.
El duende revoloteó de nuevo
a su alrededor tratando de confundirlo.
El monstruo clavó ahora los
cuatro ojos en él, girándolos conscientemente en un ejercicio mistérico capaz
de reconocer el patrón de movimiento de la presa. Una vez hecho, los ojos se
cierran y el cazador termina por abalanzarse sobre su objetivo en el inevitable
momento en que la presa será incapaz de evadirse.
Cuando llegó ese inmediato
momento, el Maligno desplegó toda su furia asesina mientras Alh-par-cheh,
conocedor también de tan mortífera técnica, tiraba de las antenas del
escarabajo haciendo que aumentaran las revoluciones de sus alas y se
precipitara suicida al interior de las ruinas.
La serpiente se abalanzó
entonces sobre él enterrando la cabeza entre los escombros.
Fue como el impacto de un
explosivo aerotransportado: Una gran sacudida y mucha humareda.
Tras unos tensos y
silenciosos instantes, de entre las ruinas
irrumpió victorioso Alh-par-cheh describiendo una dorada estela. Los que
lo recuerdan afirman que emergió como si lo hubiesen proyectado desde el cañón
de un revólver.
La serpiente desenterró
dolorida la cabeza y le siguió. Parecía aturdida, aunque también muy furiosa.
La cosa no iba a quedar así, estaba claro.
El duende aceleró, saliendo
como un cohete en dirección al cráter por el que había emergido el Maligno.
* * *
Mientras tanto, con Barael,
los duendes ascendían raudos a la Duna de la Relajación.
Las fuerzas del orden los
conducían militarmente mientras el duende blanco ayudaba a heridos y ancianos
en una posesa carrera por el control de la situación.
Al escuchar el ensordecedor
estruendo, todos volvieron sus cabezas contemplando horrorizados la enorme
polvareda levantada por el Maligno y la heroica huida del mercader, entrando
casi en parada cardiorrespiratoria.
—¡Es Alh!, ¡es Alh! —exclamó
jubiloso Barael.
—¿Alh-par-cheh, el mercader
de escarabajos? —preguntaron los presentes extrañados.
—¡El mismo! —respondió el
duende blanco.
Entonces, se acordó del
pergamino que le diera Amaronte. Lo sacó de su hatillo, lo desenroscó y leyó
impresionado:
<<Coge el escarabajo en
el que vas montado, introdúcete en el cráter y, con la ayuda de Alh-par-cheh,
conducid al Gran Maligno a A-port-marus>>.
¿Cómo narices…?
* * *
Al principio, había poca luz;
la que apenas penetraba valerosa por boca del cráter. Después, cuando el Gran
Maligno se precipitó hacia él, ninguna.
Alh-par-cheh palpó el abdomen
de su escarabajo hasta encontrar una pequeña protuberancia. La estrujó y tiró
de ella. El bicho gimió.
—Tranquilo, muchacho —lo
consoló mientras acariciaba su agitada cabeza.
De su bajo vientre comenzó a
brotar una luz dorada.
Poco a poco, y mientras
sorteaba los escollos del túnel excavado por el Maligno, la luz se tornó
intensa; muy intensa. Tan intensa, que deslumbró al monstruo precipitándolo
hacia uno de los laterales del corredor en lo que pudo haber sido el golpe
definitivo que desplomara la galería.
El duende aferró firmemente
las antenas del escarabajo y continuó su vertiginosa carrera por la abrupta
caverna tratando de ganar la suficiente ventaja que le permitiera salir airoso
de otra amenaza semejante.
El Maligno se incorporó y continuó la
persecución.
Tras demasiado tiempo de puro
delirio volador aquejado por el diabólico ensalmo de aquellas mandíbulas
batientes, el duende llegó a una zona en donde el túnel dejaba de ser tal para
transformarse en un conjunto de cavidades semejante a una especie de tupida red
alveolar.
Estupefacto, redujo
inconscientemente la velocidad permitiendo al monstruo cierto acercamiento
hasta que, percatado de ello, hincó de nuevo los talones y se disparó por entre
los alvéolos serpenteándolos con maestría y cierta temeridad enfundada de
esperanza y temor.
Sorprendentemente, cuando el
Maligno llegó allí, se detuvo en seco.
El duende lo sintió y frenó
también su escarabajo. Aquello no era normal. Tampoco lógico. Pero era bueno; y
quizá ventajoso. Así que, sin más, estrujó de nuevo la protuberancia bajo el
abdomen del bicho y se sumió en las tinieblas encarando astuto a la bestia.
El leviatán husmeó, merodeó
un par de veces, y terminó dando la vuelta sin dar ningún tipo de explicación.
¿Por qué?
¿Por qué?
La mente del tratante empezó
a burbujear.
Pronto llegarían las
respuestas.
Mientras el Maligno se daba
en retirada, una impetuosa y desbocada ráfaga de viento pareció rozarle un ojo.
Esta despendolada ventolera
sesgó en escorzo la figura del monstruo, dio un par de giros variados y se
estrelló contra la red alveolar en un estrepitoso y descacharrante:
—¡Aaaahhhhh!
Alh-par-cheh maldijo su negra
suerte a la vez que estrujaba de nuevo la protuberancia del escarabajo y lo
espoleaba veloz.
¡Mierda!
¡Me cago en todo lo que se menea!
El Maligno, en respuesta y
alertado gratamente por el resplandor, tomó las de regreso relamiéndose de
gusto.
El duende amarillo chilló:
—¡Barael, grita!
—ay —fue la floja y aturdida
respuesta.
—¡Más fuerte, joder!
—ay —aún en flojísimo.
—¡¿No puedes gritar más
fuerte?!
—no.
Y era cierto.
Tal había sido la hostia y el
despatarre, que resultaba difícil saber dónde empezaba el duende y dónde
acababan los trozos de escarabajo.
En un esfuerzo ventral, el
duende blanco expelió:
—¡Ayyyyy!
>>¡Aquííííí…
Entonces la luz se le acercó,
un brazo le cogió fuertemente, y su cuerpo se elevó en el preciso momento en el
que las fauces del Gran Maligno se estrellaban contra el lugar en donde él
estuviese hace tan sólo un instante.
Alh-par-cheh le acomodó en el
aire como pudo y espoleó su montura camino de los alvéolos deseando muy de
veras encontrar una salida a todo aquello, porque lo llevaban de culo.
Además, esta vez, el Maligno
gritaba emitiendo unos chillidos terribles, fruto de haberse jodido dos
dientes, y le brillaban los ojos con un fulgor de esos en los que se refleja la
sepultura de uno.
De hecho, iba tan ciego de
ira, que penetró en el entramado alveolar destrozando cuantas celdillas
encontraba a su paso sin cruzársele ni un momento por su unineuronal cerebro el
hecho de estar desmontando todo el escenario y parte del continente sobre su
cabeza.
Para quien estuviera en ese
lugar en aquel instante, estar jodido formaba parte de la dimensión de los
eufemismos impotentes de clase -1.000.000.
—Dios, la has hecho buena,
amigo —exclamó Alh-par-cheh barruntando todo aquello.
—Lo siento —respondió
dolorido Barael—, no podía dejarte solo en esto.
—Pues me has ayudado de
cojones. Podrías haber hecho lo que te dije poniendo a salvo la ciudad.
—¡Y lo he hecho! Vine a
revelarte algo mucho más importante.
—¡¿El qué?! —preguntó
Alh-par-cheh mientras sorteaba un par de estrechas celdillas.
—¿Adónde vamos? —contestó
Barael eludiendo la pregunta.
—Lejos de Adunia. Intento
llevar a este monstruo a tomar por el culo. Una vez allí, ya pensaré algo, ¡¿TE
SIRVE?!
Barael hizo uso de sus
espaldas de teflón:
—No. No me sirve, conozco un
lugar mejor.
—¿Mejor que a tomar por el
culo…? ¡No hay! Ja, ja, ja.
—¡Sí: A-port-marus!
El duende amarillo rio aún
más fuerte.
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo
gracioso? —preguntó Barael enfadado.
—¿Quién te ha nombrado ese
sitio? —respondió Alh-par-cheh.
—¿Qué importa? ¿Por qué
demonios te ríes?
—Porque ese lugar es
mitológico: No existe.
—¿Cómo que no existe?
—Pues que no existe. Es una
leyenda. A-port-marus significa puerta al mar. Un lugar bajo tierra capaz de
conectar las profundidades de Amarilia con las simas abisales sin romper el
equilibrio agua-arena.
—Ese monstruo que nos sigue
es de arena, ¿verdad? —preguntó Barael.
—¡Cojones, claro! ¿Por qué?
—respondió Alh-par-cheh.
—¿Qué pasaría si lloviera
sobre Adunia?
—Pues que la ciudad se
convertiría en un enorme charco de barro y habría que reconstruirla.
—¿Y qué pasaría si esa
serpiente se precipitara al mar?
—Que se desintegraría
diluyéndose en el agua; pero..., eso es imposible; no existe tal puerta.
—¿Perdemos algo buscándola?
Alh-par-cheh suspiró:
—¡Maldita sea, no!
—Bien, bájale la luz al
escarabajo. Si esa puerta existe su resplandor azulado nos alertará.
Mientras hablaban, el
Maligno, aprovechando el descenso de velocidad del escarabajo propio de su
exceso de peso, ya les estaba soplando la nuca destrozando todo tipo de
estalactitas y estalagmitas mientras continuaba su estúpido holocausto
alveolar.
—Baja más la luz —pidió
Barael.
—No puedo. Si lo hiciera, el cabrón este dejaría de vernos y perdería
el interés regresando a Adunia.
—Espera, espera: ¿oyes eso?
—No, ¿el qué?
—Presta atención, parece una
corriente de agua. ¿Hay algún río en Amarilia?
—No —respondió Alh-par-cheh
—Entonces no podemos andar
muy lejos. Acelera.
* * *
Habían perdido la noción del
tiempo. Como al final de una sesión plenaria o de unas bodas de platino;
momentos en donde uno ya babea y bate lentamente sus lastradas alas perdiendo
velocidad y altura en un vuelo propio de una mosca pedorrera; y es que el
Maligno les había embestido haría ya varias horas estrellándoles contra la
pared de un alvéolo dejándolos en posición comprometida. Eso sí, gracias a la
pericia del criador de escarabajos, lo único que perdieron fue una de las patas
del bicho que, total, tenía un montón más[2]
y podría apañarse.
Tras varias horas en voto de
silencio, Alh-par-cheh, decidió jugárselo todo:
—¡Bajemos!
—¡¿Estás loco?! —exclamó
Barael—. Nos devorará.
—¡No! ¡No nos devorará!
Alh-par-cheh estrujó (otra
vez) la protuberancia del escarabajo y el abdomen de la criatura dejó de
brillar haciendo que el Maligno se parara y agitara su cabeza en actitud de
rastreo.
El duende amarillo hizo
descender entonces al maltrecho escarabajo para que por fin tomara tierra y se
desplomara exhausto. Los duendes descabalgaron.
—Está muy mal —comentó el
tratante acariciándole la cabeza—. Si le espoleamos más, morirá.
—No tenemos mucho tiempo Alh.
—Ya lo sé, ¡maldita sea! Pero
no puedo acabar con este insecto así.
—Es él o nosotros, Alh
—espetó sarcásticamente Barael.
—¡No!
El monstruo oyó el
desafortunado grito y embistió de nuevo.
Los duendes corrieron.
Corrieron y corrieron rezando
cuanto conocían hasta que de repente Barael sintió cómo sus pies perdían apoyo
precipitándole al vacío.
Desesperadamente intentó
asirse a algo, siendo este algo la fornida mano de Alh-par-cheh, la cual, junto
con el resto del cuerpo del tratante, cayó con el duende blanco a donde fuera
que se estaban precipitando.
El Gran Maligno les siguió
sin dudar. No era de dudar. Su actitud era la de no rodear y ¿por qué iba a
hacerlo ahora? Así que, ¡Todos al pilón!
Rebotando cual muñecos en una
saca, sus cuerpos probaron las paredes de la gruta camino de algo blando en el
fondo.
Barael, dolorido, abrió los
ojos con mucha dificultad y se incorporó de inmediato con renovadas fuerzas.
Un azulado resplandor
iluminaba la cueva. Una cueva sin salida. Una cueva con el suelo de arena. Una
cueva en donde yacía el cuerpo de Alh-par-cheh y el del Gran Maligno.
El resplandor surgía del
fondo; de una pared vertical de agua que mostraba el mar sin dejarle entrar.
Barael se acercó hipnotizado
e introdujo un dedo.
Salió húmedo.
Parecía una puerta abierta al
infinito; abierta al mar. Se acordó de Azuria, del Castillo de Coral, de Azí,
de los mineros, de miles de conchas, peces y almejas. De infinidad de cosas, hasta que, súbitamente, un esperado
y aterrador ruido le hizo volverse.
Como había de ser, el Gran
Maligno se levantaba aturdido mirando de un lado a otro.
Y como también había de ser,
encontraría el apetitoso cuerpo de Alh-par-cheh dispuesto a ser devorado en una
postura más que apetecible y provocadora.
Sin vacilación, abrió su
enorme boca.
—¡Quieto, pedazo de cabrón!
—gritó entonces Barael plantado frente a A-port-marus— ¡Cómeme a mí si tienes
huevos!
El monstruo se lo pensó dos
veces:
¿Que no hay huevos…?
¿Que no hay huevos…?
Y tras la muerte de su única
neurona ante tamaño esfuerzo, se abalanzó enérgicamente dejando atrás todo
cuanto era. Abriendo sus terroríficas fauces se tragó a Barael y todo cuanto
A-port-marus atesoraba en su interior.
Una vez consciente de su
hazaña, con todo el mar ahora apretándole la camisa, su rostro se contrajo en
una estúpida mueca de perplejidad mientras su cuerpo explotaba en un borrón
arenoso y Barael emergía triunfante agitando los brazos.
Como en un acto de liberación
total, el pesado copete del duende cayó hacia el fondo del mar junto con sus
incómodos chanclos.
Lo que también cayó con
ellos, para desgracia de Barael, fue la seguridad que creía experimentaría
siempre al nadar bajo las límpidas aguas de los mares de su planeta, pues, a
diferencia de su periplo azul, el infortunio tomó forma de ausencia de aire e
inundación de las vías respiratorias en lo que comúnmente se conoce como
ahogamiento o igual la palmo por
gilipollas.
Desesperado, nadó aterrado
hacia la puerta.
Su cara se amorató; su cuerpo
ardió por la falta de oxígeno; su mente se nubló; pero, lo consiguió: casi
exhausto, penetró en A-port-marus antes de quedarse medio tonto.
Tras ello, pues lo hizo a una
altura considerable, cayó de bruces maldiciendo su magullada existencia.
Vaya, nunca creí que echaría de menos los putos descensores de
Azulindia.
No había terminado de
recomponerse e hilvanar aquel pensamiento cuando una mano lo sobresaltó
agarrándole por el hombro.
Era Alh-par-cheh.
—¿Te encuentras bien,
compañero? —preguntó el tratante con una enorme sonrisa.
—Ahora sí —respondió Barael
tosiendo fuertemente.
—¿Qué será eso por lo que has
salido?
—Pues, qué va a ser:
A-port-marus.
El tratante sonrió:
—Pero si no existe, tonto…
—Joder, pues para no existir, ¡casi me ahogo dentro!
[1] Por favor, jamás hagáis esto por vuestra cuenta y
riesgo si sois seres de género masculino. Requiere de un control pélvico
importante y de un calibre de la fruta de la pasión aún más importante. En caso
contrario, simplemente silbad. Los escarabajos se morirán por vuestros huesos.
Lo sé, lo sé. ¿Por qué si están castrados reaccionan a una cuestión tan
meramente sexista? Pues por mera y simple comodidad. Con las hembras no se les
clava nada en el cogote salvo que, como he dicho, poseáis de un control pélvico
suficientemente alto o de un mango capaz de simular un leño que se acople
indolentemente entre las juntas del exoesqueleto del coleóptero.
[2] En la realización de esta historia no se ha
maltratado a ningún animal por parte de este servidor; quede eso por delante.
Ahora, lo que los bestias de algunos de mis personajes puedan hacer a los
bichos, ya no lo sé: los hay muy jodidos de la cabeza. Pero bueno, eso es otra
historia y la podréis encontrar en el Volumen XVI de la “Enciclopedia de
malnacidos estelares”, concretamente en el Capítulo IV - “Animales y seres a
respetar”. Por cierto, al final, resultó que el sonido de agua corriendo que
escuchó Barael correspondía a una inaguantable micción del escarabajo, fruto de
tanto estruje de vejigas y protuberancias varias. ¡Pobre animal!
gracias
thanks
merci
спасибо
感謝
dank
go raibh maith agat
спасибі
спасибі
(c) Rafael Heka ;-)
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