sábado, 8 de octubre de 2016

Crónicas Globulares Serial 22: A-Port-Marus



Alh-par-cheh desmontó del escarabajo totalmente destrozado.
Era lógico, Barael tampoco podía creer lo que estaba viendo.
Lo que antes fuera una ciudad hermosa plagada de vida, risas y dulces voces, ahora era un mudo y humeante montón de escombros y cadáveres.
En los primeros kilómetros del extrarradio no encontraron a nadie con vida.
A medida que avanzaron, fueron encontrando heridos, escarabajos destrozados, plazas derruidas, duendes agonizantes, camilleros corriendo de un lado para otro, cucarachas con parihuelas cargando heridos, gritos de horror, gritos de miedo.
Pusieron sin demora rumbo hacia el Hospital General de Adunia con la intención de ayudar pero, desgraciadamente, donde hubiera de estar, no quedaban ya más que ruinas.
Desolados, se dirigieron entonces hacia la plaza principal. No hallaron nada; y cuando digo nada, es nada; ni arena; tan sólo un enorme cráter.
Barael se asomó. No se distinguía el fondo; parecía la boca del infierno. Un infierno en forma de sumidero maldito capaz de tragárselo todo.
Alh-par-cheh le golpeó en el hombro:
—Venga, vamos. Aquí ya no hay nada que ver.
—Espera un momento, mira. —Y señaló hacia el fondo del cráter.
Alh-par-cheh miró, notando un movimiento.
—¡Rápido! —gritó, y agarrando a Barael por un brazo, corrieron a montar en el escarabajo advirtiendo a todo el mundo:
—¡El Maligno, el Maligno regresa! ¡Huyan de aquí!
Las gentes, asustadas, corrieron en la dirección indicada.
Barael giró su cabeza y contempló al monstruo saliendo de su agujero: Sus formas y maneras se asemejaban pérfidamente a los de una especie de gigantesca serpiente de arena. Tenía cuatro ojos (dos a cada lado de la cabeza) y un par de ristras de afilados dientes en cada parte de la mandíbula.
Glotona, salió de su madriguera y comenzó a devorarlo todo. Se tragaba tanto escombros, como duendes, como escarabajos. Engullía absolutamente cualquier cosa que encontrara.
Un movimiento brusco hizo que Barael mirara hacia adelante. Alh-par-cheh cabalgaba enloquecidamente hacia el desierto dirigiendo a los ciudadanos de la mejor manera posible.
Barael le dijo:
—Espera, te ayudaré. Déjame a mí este escarabajo y monta tú en otro. Te será más fácil controlarlo, éste ya lo tengo dominado yo.
Alh-par-cheh comprendió enseguida y, al girar en una calle, saltó sobre uno que huía.
Lo agarró firmemente por las antenas y le impuso su voluntad[1].
Barael frenó el suyo y gritó a su compañero:
—¡Yo sacaré los que pueda por el este, ve tú por el oeste!
Alh-par-cheh asintió y, espoleando su escarabajo, se perdió entre las ruinas.
Hincando también los talones en su montura, el duende blanco condujo a toda la gente que pudo en dirección a las salidas de Adunia en un intento heroico de salvaguardar a cuantos, alocada o inconscientemente, escogían peligrosas escapatorias.
Sin desfallecimiento, se pudo decir en las páginas de la historia de Amarilia que ambos duendes cabalgaron frenéticamente procurando salvar al mayor número posible de gente, apoyados incondicionalmente por cuantos estamentos y fuerzas públicas se cruzaban en su empresa.
Mientras tanto, El Maligno, aún insatisfecho y voraz, continuaba su pérfida campaña tratando de dejar Adunia como un solar.
Reptaba rasgando los edificios, destrozando las calles con sus coletazos, desgarrando duendes con su enorme boca en dentelladas terribles. El espectáculo propio de un hijo de puta con balcones a la calle y palmeros rocieros.
Cuando los ciudadanos estuvieron fuera de la ciudad, Alh-par-cheh tuvo una idea.
Condujo a sus duendes a la Duna de la Relajación y les hizo esperar allí. Después, clavó sus zuecos en el cuerpo del bicho y camino en ayuda de Barael y del resto de los grupos de evasión.
Llegando al poblado, comprobó que todo marchaba correctamente. La gente corría ordenadamente guiada por Barael y el resto de los agentes del orden.
Se acercó al duende blanco y le dijo:
—Condúcelos a la Duna de la Relajación. Si el ataque del Maligno continúa y no regreso, marchad en dirección oeste hasta llegar al mar; luego, al sur; allí se encuentra mi puesto de escarabajos. Monta a los que puedas en ellos y condúcelos a la salida de Amarilia.
—¿Y tú?
—No te preocupes por mí, estaré bien. En cualquier momento me reuniré con vosotros.
Un cascote cayó en ese momento terminando la conversación.
—¡Vete, Barael! ¡Vete y salva a mí pueblo! —gritó Alh-par-cheh mientras se alejaba en dirección al monstruo.
Barael  obedeció las órdenes comunicándoselas a todos los agentes del orden que encontró. 

* * *

El criador, sobre su nuevo escarabajo, cabalgaba veloz adentrándose en una incertidumbre temblorosa difícil de soportar, semejando un proyectil disparado desde el desgarro de un alma herida.
Soltando impulsivamente las antenas superiores del insecto, aferró firmemente las inferiores y golpeó su bajo abdomen. El bicho abrió su caparazón y desplegó dos potentes alas, elevándose violentamente del suelo.
Con gran maestría, Alh-par-cheh hizo que ambos ascendieran lo suficiente como para salir incólumes del radio de acción de la hecatombe y se situó en una posición ventajosa.
Una vez elevado ya por encima de Adunia, el duende divisó al Gran Maligno. Sin pensárselo un instante, barrió un picado hacia él. ¡Comenzaba la contienda!
El monstruo permanecía enterrado entre edificios disfrutando de su catástrofe. Cómo lo supo, nadie lo sabe; lo cierto es que, levantando un ojo, divisó la maniobra del duende de forma más que natural. Sus fauces se abrieron entonces violentas y voraces.
El aullido vomitado desde sabe Dindorx dónde congeló la sangre de los duendes de Adunia en una expresión de júbilo digna de un enfermo homicida. A aquella bestia le gustaba la lucha, la sangre, la rivalidad. Anhelaba matar por encima de todo.
Alh-par-cheh dio una pasada cercana rodeando su cabeza.
El monstruo, en agradecida respuesta, lanzó una agresiva dentellada que terminó con un buen bocado al aire y el chasquido de un millar de dientes frustrados.
El duende revoloteó de nuevo a su alrededor tratando de confundirlo.
El monstruo clavó ahora los cuatro ojos en él, girándolos conscientemente en un ejercicio mistérico capaz de reconocer el patrón de movimiento de la presa. Una vez hecho, los ojos se cierran y el cazador termina por abalanzarse sobre su objetivo en el inevitable momento en que la presa será incapaz de evadirse.
Cuando llegó ese inmediato momento, el Maligno desplegó toda su furia asesina mientras Alh-par-cheh, conocedor también de tan mortífera técnica, tiraba de las antenas del escarabajo haciendo que aumentaran las revoluciones de sus alas y se precipitara suicida al interior de las ruinas.
La serpiente se abalanzó entonces sobre él enterrando la cabeza entre los escombros.
Fue como el impacto de un explosivo aerotransportado: Una gran sacudida y mucha humareda.
Tras unos tensos y silenciosos instantes, de entre las ruinas  irrumpió victorioso Alh-par-cheh describiendo una dorada estela. Los que lo recuerdan afirman que emergió como si lo hubiesen proyectado desde el cañón de un revólver.
La serpiente desenterró dolorida la cabeza y le siguió. Parecía aturdida, aunque también muy furiosa. La cosa no iba a quedar así, estaba claro.
El duende aceleró, saliendo como un cohete en dirección al cráter por el que había emergido el Maligno.

* * *

Mientras tanto, con Barael, los duendes ascendían raudos a la Duna de la Relajación.
Las fuerzas del orden los conducían militarmente mientras el duende blanco ayudaba a heridos y ancianos en una posesa carrera por el control de la situación.
Al escuchar el ensordecedor estruendo, todos volvieron sus cabezas contemplando horrorizados la enorme polvareda levantada por el Maligno y la heroica huida del mercader, entrando casi en parada cardiorrespiratoria.
—¡Es Alh!, ¡es Alh! —exclamó jubiloso Barael.
—¿Alh-par-cheh, el mercader de escarabajos? —preguntaron los presentes extrañados.
—¡El mismo! —respondió el duende blanco.
Entonces, se acordó del pergamino que le diera Amaronte. Lo sacó de su hatillo, lo desenroscó y leyó impresionado:
<<Coge el escarabajo en el que vas montado, introdúcete en el cráter y, con la ayuda de Alh-par-cheh, conducid al Gran Maligno a A-port-marus>>.

¿Cómo narices…?


* * *

Al principio, había poca luz; la que apenas penetraba valerosa por boca del cráter. Después, cuando el Gran Maligno se precipitó hacia él, ninguna.
Alh-par-cheh palpó el abdomen de su escarabajo hasta encontrar una pequeña protuberancia. La estrujó y tiró de ella. El bicho gimió.
—Tranquilo, muchacho —lo consoló mientras acariciaba su agitada cabeza.
De su bajo vientre comenzó a brotar una luz dorada.
Poco a poco, y mientras sorteaba los escollos del túnel excavado por el Maligno, la luz se tornó intensa; muy intensa. Tan intensa, que deslumbró al monstruo precipitándolo hacia uno de los laterales del corredor en lo que pudo haber sido el golpe definitivo que desplomara la galería.
El duende aferró firmemente las antenas del escarabajo y continuó su vertiginosa carrera por la abrupta caverna tratando de ganar la suficiente ventaja que le permitiera salir airoso de otra amenaza semejante.
El Maligno se incorporó y continuó la persecución.
Tras demasiado tiempo de puro delirio volador aquejado por el diabólico ensalmo de aquellas mandíbulas batientes, el duende llegó a una zona en donde el túnel dejaba de ser tal para transformarse en un conjunto de cavidades semejante a una especie de tupida red alveolar.
Estupefacto, redujo inconscientemente la velocidad permitiendo al monstruo cierto acercamiento hasta que, percatado de ello, hincó de nuevo los talones y se disparó por entre los alvéolos serpenteándolos con maestría y cierta temeridad enfundada de esperanza y temor.
Sorprendentemente, cuando el Maligno llegó allí, se detuvo en seco.
El duende lo sintió y frenó también su escarabajo. Aquello no era normal. Tampoco lógico. Pero era bueno; y quizá ventajoso. Así que, sin más, estrujó de nuevo la protuberancia bajo el abdomen del bicho y se sumió en las tinieblas encarando astuto a la bestia.
El leviatán husmeó, merodeó un par de veces, y terminó dando la vuelta sin dar ningún tipo de explicación.
¿Por qué?
¿Por qué?
La mente del tratante empezó a burbujear.
Pronto llegarían las respuestas.
Mientras el Maligno se daba en retirada, una impetuosa y desbocada ráfaga de viento pareció rozarle un ojo.
Esta despendolada ventolera sesgó en escorzo la figura del monstruo, dio un par de giros variados y se estrelló contra la red alveolar en un estrepitoso y descacharrante:
—¡Aaaahhhhh!
Alh-par-cheh maldijo su negra suerte a la vez que estrujaba de nuevo la protuberancia del escarabajo y lo espoleaba veloz.
¡Mierda!
¡Me cago en todo lo que se menea!
El Maligno, en respuesta y alertado gratamente por el resplandor, tomó las de regreso relamiéndose de gusto.
El duende amarillo chilló:
—¡Barael, grita!
—ay —fue la floja y aturdida respuesta.
—¡Más fuerte, joder!
—ay —aún en flojísimo.
—¡¿No puedes gritar más fuerte?!
—no.
Y era cierto.
Tal había sido la hostia y el despatarre, que resultaba difícil saber dónde empezaba el duende y dónde acababan los trozos de escarabajo.
En un esfuerzo ventral, el duende blanco expelió:
—¡Ayyyyy!
>>¡Aquííííí…
Entonces la luz se le acercó, un brazo le cogió fuertemente, y su cuerpo se elevó en el preciso momento en el que las fauces del Gran Maligno se estrellaban contra el lugar en donde él estuviese hace tan sólo un instante.
Alh-par-cheh le acomodó en el aire como pudo y espoleó su montura camino de los alvéolos deseando muy de veras encontrar una salida a todo aquello, porque lo llevaban de culo.
Además, esta vez, el Maligno gritaba emitiendo unos chillidos terribles, fruto de haberse jodido dos dientes, y le brillaban los ojos con un fulgor de esos en los que se refleja la sepultura de uno.
De hecho, iba tan ciego de ira, que penetró en el entramado alveolar destrozando cuantas celdillas encontraba a su paso sin cruzársele ni un momento por su unineuronal cerebro el hecho de estar desmontando todo el escenario y parte del continente sobre su cabeza.
Para quien estuviera en ese lugar en aquel instante, estar jodido formaba parte de la dimensión de los eufemismos impotentes de clase -1.000.000.
—Dios, la has hecho buena, amigo —exclamó Alh-par-cheh barruntando todo aquello.
—Lo siento —respondió dolorido Barael—, no podía dejarte solo en esto.
—Pues me has ayudado de cojones. Podrías haber hecho lo que te dije poniendo a salvo la ciudad.
—¡Y lo he hecho! Vine a revelarte algo mucho más importante.
—¡¿El qué?! —preguntó Alh-par-cheh mientras sorteaba un par de estrechas celdillas.
—¿Adónde vamos? —contestó Barael eludiendo la pregunta.
—Lejos de Adunia. Intento llevar a este monstruo a tomar por el culo. Una vez allí, ya pensaré algo, ¡¿TE SIRVE?!
Barael hizo uso de sus espaldas de teflón:
—No. No me sirve, conozco un lugar mejor.
—¿Mejor que a tomar por el culo…? ¡No hay! Ja, ja, ja.
—¡Sí: A-port-marus!
El duende amarillo rio aún más fuerte.
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo gracioso? —preguntó Barael enfadado.
—¿Quién te ha nombrado ese sitio? —respondió Alh-par-cheh.
—¿Qué importa? ¿Por qué demonios te ríes?
—Porque ese lugar es mitológico: No existe.
—¿Cómo que no existe?
—Pues que no existe. Es una leyenda. A-port-marus significa puerta al mar. Un lugar bajo tierra capaz de conectar las profundidades de Amarilia con las simas abisales sin romper el equilibrio agua-arena.
—Ese monstruo que nos sigue es de arena, ¿verdad? —preguntó Barael.
—¡Cojones, claro! ¿Por qué? —respondió Alh-par-cheh.
—¿Qué pasaría si lloviera sobre Adunia?
—Pues que la ciudad se convertiría en un enorme charco de barro y habría que reconstruirla.
—¿Y qué pasaría si esa serpiente se precipitara al mar?
—Que se desintegraría diluyéndose en el agua; pero..., eso es imposible; no existe tal puerta.
—¿Perdemos algo buscándola?
Alh-par-cheh suspiró:
—¡Maldita sea, no!
—Bien, bájale la luz al escarabajo. Si esa puerta existe su resplandor azulado nos alertará.
Mientras hablaban, el Maligno, aprovechando el descenso de velocidad del escarabajo propio de su exceso de peso, ya les estaba soplando la nuca destrozando todo tipo de estalactitas y estalagmitas mientras continuaba su estúpido holocausto alveolar.
—Baja más la luz —pidió Barael.
—No puedo. Si lo hiciera, el cabrón este dejaría de vernos y perdería el interés regresando a Adunia.
—Espera, espera: ¿oyes eso?
—No, ¿el qué?
—Presta atención, parece una corriente de agua. ¿Hay algún río en Amarilia?
—No —respondió Alh-par-cheh
—Entonces no podemos andar muy lejos. Acelera.


* * *


Habían perdido la noción del tiempo. Como al final de una sesión plenaria o de unas bodas de platino; momentos en donde uno ya babea y bate lentamente sus lastradas alas perdiendo velocidad y altura en un vuelo propio de una mosca pedorrera; y es que el Maligno les había embestido haría ya varias horas estrellándoles contra la pared de un alvéolo dejándolos en posición comprometida. Eso sí, gracias a la pericia del criador de escarabajos, lo único que perdieron fue una de las patas del bicho que, total, tenía un montón más[2] y podría apañarse.
Tras varias horas en voto de silencio, Alh-par-cheh, decidió jugárselo todo:
—¡Bajemos!
—¡¿Estás loco?! —exclamó Barael—. Nos devorará.
—¡No! ¡No nos devorará!
Alh-par-cheh estrujó (otra vez) la protuberancia del escarabajo y el abdomen de la criatura dejó de brillar haciendo que el Maligno se parara y agitara su cabeza en actitud de rastreo.
El duende amarillo hizo descender entonces al maltrecho escarabajo para que por fin tomara tierra y se desplomara exhausto. Los duendes descabalgaron.
—Está muy mal —comentó el tratante acariciándole la cabeza—. Si le espoleamos más, morirá.
—No tenemos mucho tiempo Alh.
—Ya lo sé, ¡maldita sea! Pero no puedo acabar con este insecto así.
—Es él o nosotros, Alh —espetó sarcásticamente Barael.
—¡No!
El monstruo oyó el desafortunado grito y embistió de nuevo.
Los duendes corrieron.
Corrieron y corrieron rezando cuanto conocían hasta que de repente Barael sintió cómo sus pies perdían apoyo precipitándole al vacío.
Desesperadamente intentó asirse a algo, siendo este algo la fornida mano de Alh-par-cheh, la cual, junto con el resto del cuerpo del tratante, cayó con el duende blanco a donde fuera que se estaban precipitando.
El Gran Maligno les siguió sin dudar. No era de dudar. Su actitud era la de no rodear y ¿por qué iba a hacerlo ahora? Así que, ¡Todos al pilón!
Rebotando cual muñecos en una saca, sus cuerpos probaron las paredes de la gruta camino de algo blando en el fondo.
Barael, dolorido, abrió los ojos con mucha dificultad y se incorporó de inmediato con renovadas fuerzas.
Un azulado resplandor iluminaba la cueva. Una cueva sin salida. Una cueva con el suelo de arena. Una cueva en donde yacía el cuerpo de Alh-par-cheh y el del Gran Maligno.
El resplandor surgía del fondo; de una pared vertical de agua que mostraba el mar sin dejarle entrar.
Barael se acercó hipnotizado e introdujo un dedo.
Salió húmedo.
Parecía una puerta abierta al infinito; abierta al mar. Se acordó de Azuria, del Castillo de Coral, de Azí, de los mineros, de miles de conchas, peces y almejas. De infinidad de cosas, hasta que, súbitamente, un esperado y aterrador ruido le hizo volverse.
Como había de ser, el Gran Maligno se levantaba aturdido mirando de un lado a otro.
Y como también había de ser, encontraría el apetitoso cuerpo de Alh-par-cheh dispuesto a ser devorado en una postura más que apetecible y provocadora.
Sin vacilación, abrió su enorme boca.
—¡Quieto, pedazo de cabrón! —gritó entonces Barael plantado frente a A-port-marus— ¡Cómeme a mí si tienes huevos!
El monstruo se lo pensó dos veces:
¿Que no hay huevos…?
¿Que no hay huevos…?
Y tras la muerte de su única neurona ante tamaño esfuerzo, se abalanzó enérgicamente dejando atrás todo cuanto era. Abriendo sus terroríficas fauces se tragó a Barael y todo cuanto A-port-marus atesoraba en su interior.
Una vez consciente de su hazaña, con todo el mar ahora apretándole la camisa, su rostro se contrajo en una estúpida mueca de perplejidad mientras su cuerpo explotaba en un borrón arenoso y Barael emergía triunfante agitando los brazos.
Como en un acto de liberación total, el pesado copete del duende cayó hacia el fondo del mar junto con sus incómodos chanclos.
Lo que también cayó con ellos, para desgracia de Barael, fue la seguridad que creía experimentaría siempre al nadar bajo las límpidas aguas de los mares de su planeta, pues, a diferencia de su periplo azul, el infortunio tomó forma de ausencia de aire e inundación de las vías respiratorias en lo que comúnmente se conoce como ahogamiento o igual la palmo por gilipollas.
Desesperado, nadó aterrado hacia la puerta.
Su cara se amorató; su cuerpo ardió por la falta de oxígeno; su mente se nubló; pero, lo consiguió: casi exhausto, penetró en A-port-marus antes de quedarse medio tonto.
Tras ello, pues lo hizo a una altura considerable, cayó de bruces maldiciendo su magullada existencia.
Vaya, nunca creí que echaría de menos los putos descensores de Azulindia.
No había terminado de recomponerse e hilvanar aquel pensamiento cuando una mano lo sobresaltó agarrándole por el hombro.
Era Alh-par-cheh.
—¿Te encuentras bien, compañero? —preguntó el tratante con una enorme sonrisa.
—Ahora sí —respondió Barael tosiendo fuertemente.
—¿Qué será eso por lo que has salido?
—Pues, qué va a ser: A-port-marus.
El tratante sonrió:
—Pero si no existe, tonto…
—Joder, pues para no existir, ¡casi me ahogo dentro!



[1] Por favor, jamás hagáis esto por vuestra cuenta y riesgo si sois seres de género masculino. Requiere de un control pélvico importante y de un calibre de la fruta de la pasión aún más importante. En caso contrario, simplemente silbad. Los escarabajos se morirán por vuestros huesos. Lo sé, lo sé. ¿Por qué si están castrados reaccionan a una cuestión tan meramente sexista? Pues por mera y simple comodidad. Con las hembras no se les clava nada en el cogote salvo que, como he dicho, poseáis de un control pélvico suficientemente alto o de un mango capaz de simular un leño que se acople indolentemente entre las juntas del exoesqueleto del coleóptero. 
[2] En la realización de esta historia no se ha maltratado a ningún animal por parte de este servidor; quede eso por delante. Ahora, lo que los bestias de algunos de mis personajes puedan hacer a los bichos, ya no lo sé: los hay muy jodidos de la cabeza. Pero bueno, eso es otra historia y la podréis encontrar en el Volumen XVI de la “Enciclopedia de malnacidos estelares”, concretamente en el Capítulo IV - “Animales y seres a respetar”. Por cierto, al final, resultó que el sonido de agua corriendo que escuchó Barael correspondía a una inaguantable micción del escarabajo, fruto de tanto estruje de vejigas y protuberancias varias. ¡Pobre animal! 


gracias
thanks
merci
спасибо
感謝
dank
go raibh maith agat
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)

No hay comentarios:

Publicar un comentario