Allá por los orígenes de todo, cuando los
dioses jugaban al billar con las estrellas en formación y al pin-ball con las
galaxias, coincidió que un joven Dindorx tenía por novia a una diosa no muy fea
llamada Graya.
En aquellos tiernos comienzos donde los
adolescentes e imberbes dioses llenaban las cafeterías, bailaban al ritmo de la
música celestial, aspiraban granizados de ambrosía y estudiaban para llegar a
ser dioses de esto, dioses de lo otro, dioses de lo de más allá especializados
en lo de acullá, Dindorx y Graya eran felices.
Cuando se iniciaron en el divertido mundo
universitario, la cosa cambió. Ambos fueron a la facultad para la creación y
conservación de seres menudos. Dindorx se especializó en “Duendes”, Graya en
“Gnomos”.
La cosa, así contada, no tiene más misterio
ni parece motivo suficiente para romper una relación. El problema vino cuando,
en el último curso, Dindorx y la bella Fliquis coincidieron en la clase de
“Encanijamiento en caso de que tu raza menuda tienda a crecer demasiado”.
Fliquis era tierna, agradable, inteligente, guapa e iba para diosa de ninfas
acuáticas, mientras que Graya, algo así como tirando a fea, era poco esbelta,
con una mala hostia capaz de encanecer a un orangután y unos modales dignos de
un dragón con priapismo.
Como es de entender, Dindorx y Fliquis
congeniaron enseguida. A Dindorx le apasionaban los estudios sobre las ninfas
pero, por culpa de su nota en los estudios primarios, se tuvo que fastidiar y
tirar por la rama de duendes. A pesar de ello, la afición por las ninfas nunca
le desapareció.
Se hicieron rápidamente buenos amigos y
comenzaron a estudiar juntos; luego, a salir por ahí en pandilla; después, a
salir, pero no en pandilla; y terminaron... donde terminaron, en el apartamento
de Dindorx tomándose una copa y lo que no era una copa.
Graya enloqueció y, para empezar, después de
enterarse de lo sucedido en el apartamento, rompió su relación con Dindorx.
Eso sí, a los dos les puso a caldo. Los
insultos y las voces cruzaron galaxias, universos, y alguna que otra dimensión
paralela.
Finalmente, juró venganza.
Dindorx y Fliquis continuaron con su
relación, se graduaron y se fueron a vivir juntos. Claro, que las letras del
apartamento había que pagarlas y hubieron de ponerse a trabajar los dos. Ahí
fue donde se hizo presente la venganza de Graya. El padre de ésta era un
ejecutivo muy influyente en la asignación de destinos laborales para dioses
primerizos e hizo que, para que su pequeña niña no llorara, que estaba feo,
destinaran a Dindorx y a Fliquis lo más lejos posible. Pero no de Graya. Entre
sí.
De esta forma Dindorx se convirtió en el
dios de los duendes de la galaxia globular que nos ocupa y Fliquis en la diosa
de las ninfas marinas en una monísima galaxia espiral, a muchísimos miles de
millones de años luz.
Las faenas que Graya le hizo a Fliquis y las
palizas que le dio a Dindorx para que éste volviera a su lado sólo ellos las
saben. Pero el hecho es que las conjuras, a veces, salen a la luz y el pobre de
Dindorx, que bastante tenía con tener que verse con su amada Fliquis tan sólo
los domingos y muy poco, acabó por descubrir los entresijos de aquella que le
estaba llevando por la calle de la amargura, de la farmacia y del sicólogo.
Al enterarse de que su situación actual se
la debía a la pérfida Graya, montó en cólera, rompió absolutamente todo tipo de
relación con ella y le metió una bronca que generó incluso disrupciones
espaciales cerca de Gallifrey[1].
Graya, acojonada, se marchó disuadida ante
la irrefrenable cólera de su amor platónico pero juró venganza. No en ése
momento, no poco después, en el momento preciso, en un momento tan remoto en el
tiempo que, nadie, absolutamente nadie, la tacharía de culpable.
Mientras las décadas, los siglos, los
milenios pasaron, Graya hizo evolucionar a sus ahijados, los gnomos, hasta un
extremo casi divino.
Durante todos aquellos años los educó
religiosamente, identificando a los duendes como los apocalípticos demonios que
un día podrían acabar con toda su civilización. Alimentó el odio de sus
criaturas hacia los vástagos de Dindorx de tal manera, que consiguió incluso
llegar a ver cómo estos erigían su religión primaria bajo la máxima de apoyar a
su diosa en la defensa y lucha diaria contra los duendes-demonio. Las gnomas,
contaban cuentos a sus hijos en donde los malos siempre acababan siendo los
duendes. Cuando un niño gnomo no se portaba bien, su padre le decía que iba a
venir el duende del saco y se lo llevaría. Total, que con los eones, el plan de
Graya fue surtiendo el efecto esperado engendrando toneladas y toneladas de ira
refinada, visceral y eminentemente hambrienta. Su venganza tomaba forma
divisándose cada vez más próxima en un marco de cruel destrucción y machaque de
higadillos. La despechada diosa había conseguido finalmente lo que ansiaba
camino de su ominosa venganza: un mundo bajo sus pies, repleto de ciegos
fanáticos que no dudarían ni un instante en escabechar a todo aquel duende que
encontraran en su camino.
Dindorx podía ir preparándose.
[1] Gallifrey es un planeta de la serie británica “Doctor Who”, siendo el mundo natal del Doctor y de los Señores del Tiempo. Está
localizado en la constelación de Kasterborous y se encuentra a 250 millones de años luz de distancia de la Tierra. Esto la coloca en el exterior de la Vía Láctea, la cual cuenta con un diámetro de unos cien mil
años luz. Un emisario de los Señores del Tiempo indicó que había viajado 29.000
años luz, lo que lleva a pensar que ésa era la distancia hasta el mundo natal
de éstos, aunque se toma como canon la cifra determinada en la película de
1996.
(c) Rafael Heka