domingo, 23 de octubre de 2016

Crónicas Globulares Serial 24: La audiencia




El caza espacial salió despedido por su tubo de eyección describiendo una órbita completa alrededor de Pelota Mecánica.
Su forma era la de un cono de base elipsoidal en cuyo trasero llameaba un potente motor y en cuya parte superior emergía una transparente cápsula con forma de paralelepípedo tras la que se podía padecer la enjuta cara de Esgorcio IV.
Sorteando con respeto las lunas militares de la clase Goma se acercó cautelosamente a la luna Graya.
El gnomo tiró de una palanca y el motor de la astronave disminuyó su llama reduciendo la velocidad. Había llegado hasta la cristalina esfera-escudo; la profilaxis suprema capaz de provocar el síndrome de Stendhal[1] con sólo poner la vista en su reflexiva superficie. Y es que si observar el firmamento en una oscura y despejada noche causa vértigo y privación, hacerlo sobre aquel escudo era cagarse. El espectáculo era tan espléndido, que algunos gnomos subían hasta allí sólo para ponerse.
Lamentablemente, Esgorcio IV no era de esos. A él le ponía el trabajo, la seriedad y dar de hostias hasta en el carnet a todo aquel que lo desobedeciera. Era como un funcionario de hacienda cabreado, falto de cafeína e infestado de hemorroides. Pero, aún más triste era saber que, ante aquel prodigio de la cristoalfarería, él solamente veía un molesto trozo de vidrio a rebasar, compadecido de la empresa a la que le tocara limpiarlo[2].
Acorde a este último razonamiento, apretó un brillante botón en la consola de mandos y exclamó:
—Glim, gluns:3245990-hj90.
Raudo, de alguna parte del interior de la cabina emergió esto otro:
—Gluc.
Esgorcio IV empujó con su mano izquierda el acelerador y se dirigió hacia la luna a través de la mayestática compuerta que se había rasgado frente a la nave.
Suavemente, penetro el vidriado escudo mientras la compuerta se sellaba herméticamente a su paso, fundiéndose de nuevo con el resto de la esfera.
Esgorcio IV descendió entonces hacia el astro.
Nunca había estado allí. Bueno, ni allí, ni en prácticamente ningún lugar lo suficientemente interesante como para competir con la luna peluda de Depilatus 3. Y es que ésta es  acongojante[3]: sus kilométricas playas te acarician las orejas con sus arenas rasuradas mientras los guntas te susurran en un crepúsculo sin fin propio de su permanente eclipse planetario. Una delicia…
Como ya dije, era un tipo gris repartidor de galletas, en un mundo de gafapastas quemadores de microscopios. Además, su trabajo no dependía para nada de la Iglesia y, la verdad, por afición, tampoco le llegó a apetecer. Tendría que estar todo el día confesando sus accesos incontrolados y esto le restaría eficiencia y tiempo de repartir.
Si a eso le sumamos que había nacido y crecido en un mundo de condiciones muy diferentes a cuantas le rodeaban, la ecuación se simplificaba:
Para empezar, en Pelota Mecánica nunca se divisaba el sol, por lo que no había ni plantas, ni árboles de ningún tipo; Allí, sin embargo, florecía un irritante bosque cubriendo todo cuanto podía.
También, la gente caminaba sobre la superficie empujada hacia ella por una gravedad natural insultante e impúdica. ¡Todo un reto a la cordura!
Vamos, que aquellos aspectos desorganizados y caóticos producían en la mente de Esgorcio IV una sensación extraña; un ligero mareo; una especie de jaqueca capaz de precipitarle a coger una ametralladora y organizar el panorama.
Lentamente, circundó la boscosa superficie de la luna cruzando el vasto río que la rodeaba y puso rumbo al recinto Mamal: El Domo Santo.
Desde aquella situación parecía un cuenco de cristal puesto boca abajo con la intención de atrapar pequeñas estructuras ingenuas y desprevenidas.
Aminoró la velocidad.
Acercándose lentamente al Domo, accionó de nuevo la radio:
—Glim, glunv, 4354509847-fgh.
—¡Glucn! —respondieron.
Del Domo se abrieron dos (NUEVAS) compuertas cuadradas.
La nave se escurrió hasta su interior.
Acababa de penetrar (OTRA VEZ) en la ciudad santa de Filiburcia XII.
Las compuertas volvieron (DE NUEVO) silenciosamente a su lugar.
La ciudad era una amalgama anárquica de estilos arquitectónicos salpicada de gentes y medios de transporte.
Por aclarar un poco, decir que mientras que por sus cielos flotaban multitud de aparatos voladores similares al de Esgorcio IV, bajo él, y a pocos kilómetros de la entrada, unos cilíndricos edificios intercambiaban pequeños transportes de obispos y cardenales.
A su vez, a la derecha, cubriendo gran parte del interior del Domo, se levantaba una enorme planta: El Gran Moho; un oráculo muy antiguo y terriblemente sabio del que se alababa su capacidad cognoscitiva casi tanto como lo inexpugnable de sus verdades. Todo un peligro que recordaba constantemente a sus ciudadanos el habitar bajo una cúpula de la que, en cualquier momento, podían recibir una lluvia de estrellas rosas...[4]
Para rematar, salpicando la planicie, agrupaciones de puntiagudas casetas monocilíndricas brotaban cual setas en un vergel: Eran las viviendas de los diáconos.
En fin, que al gnomo, después de todo aquello y pasados sus accesos genocidas, se le antojó un lugar sorprendente. Nada monótono en comparación con su planeta natal. Incluso divertido si se tomaba un par de detonadores gargáricos pangalácticos[5].
Girando el pad de control, deslizó suavemente la nave hacia su destino: La imponente Catedral de Metacrilato; una compleja estructura reluciente, opaca y translúcida, en la que residía la Mama Filiburcia XII y sus 3.000 criados.
Sí, sí, 3.000.
4.000 años gnomos se tardó en construirla.
¿Las pirámides...?, una mierda comparadas con el chalet de verano de la Mama. Dicho queda.
Además, (esto sé que no os lo debería de desvelar[6]) vuestras pirámides no son más que construcciones de prueba de un ingeniero de Orión en prácticas. Bueno..., ya os desarrollaré esto con más calma pero, por si os sirve de algo, me gustaría deciros seriamente que deberíais escuchar con mayor atención a vuestros ufólogos[7]; no todos son el Penumbra...@ [8]
Pero prosigamos con nuestro gnomo, pues su nave se acercaba inexorable a la construcción Mamal, amenazando con dejarle totalmente ebrio de arquitectura.
Y es que las torres de la catedral, más que relucir, diríase que brillaban. El edificio en cuestión no tenía una forma clara; en su lugar, representaba una burla a todo tipo de orden preestablecido. Eso sí, no había ni una sola columna, ni un solo travesaño, que amenazara con derrumbarse o caerse. Todo estaba calculado hasta grados insospechados de perfección.
Sobre una plataforma de metacrilato, y listo para la acción, reposaba majestuoso el transporte santo: Una astronave diseñada tanto para viajes planetarios de paseo y placer como para surcar las estrellas a velocidad luz o enfrentarse a una flota de la clase Goma3.
Era larga, perfilada, blanquecina; un cilindro aplanado y triangular de diminutas y redondas ventanas tan cómodo como peligroso.
Esgorcio IV descendió.
Ya, a menos altura, contempló cómo el inmenso camino que partía de la catedral al poblado era frecuentado por multitud de acólitos.
La nave circundó la catedral acercándose a su parte posterior.
Allí, en medio de la caótica estructura, habían horadado un puerto de atraque.
Apagó los motores.
La nave quedó suspendida en el aire, totalmente ingrávida.
Esgorcio IV accionó la radio:
—Glumni, glum, 321fg0.
La nave sufrió una sacudida de rayo-tractor y comenzó a aproximarse lentamente al interior del puerto.


* * *

El salón era muy grande, espacioso, cilíndrico.
En su altísimo techo no pendía ninguna araña ni ningún otro artefacto fúlgido, tan sólo un raso techo inclinado; fue concebido así para que su carácter translúcido fuera el que permitiera aquella umbría luminosidad tan apropiada.
De su única pared circunvalante, y a una altura considerable, pendían unos largos rodillos plateados a cuyo cuerpo iba enroscado, como una asfixiante serpiente, otro cilindro broncíneo, generando el místico símbolo de la casa espiritual gnoma.
Como no podía ser de otra manera, en el centro de la sala, majestuoso, sobre un gran atrio con escalinata, reposaba tranquilo el trono.
Sus formas redondeadas, y su transparencia, empastaban perfectamente con la decoración de la sala.
En él, desparramada sobre toda su amplitud, reposaba su inmensidad: la Mama Filiburcia XII.
Un largo hábito plateado, surcado por una franja broncínea que bajaba del cuello bifurcándose en la zona de la cintura rodeándola en un par de vueltas para volver de nuevo a bajar hasta los pies, contenía las voluptuosidades propias de una gnoma cuyos excesos no tenían control. Voluptuosidades que, en sus años jóvenes, habrían parecido agradables a según qué gnomo[9].
Sus manos no se mostraban, reposaban ocultas en unas gigantescas mangas intuyéndose como grotescos racimos de salchichas.
Sus aseados pies (de un calibre innombrable) sí eran dignos de admiración pública; amoratándose embutidos en unas ajustadas sandalias, deleitaban a la concurrencia con una película de corte trágico en donde unos rechonchos dedos con uñas pintadas de plata intentaban escapar de la gangrena. Toda una delicia. Como su cara, gorda, sebácea y, al igual que el resto de los gnomos, carente completamente de pelo.
Pero, si había algo que realmente realzara del todo su fealdad, eran aquellos pequeños ojos de mirada aviesa y esas grandes orejas más propias de un plato de callos que de una digna dirigente espiritual, de las que pendían unos bellísimos abalorios de bronce a juego con la pintura que adornaba sus porcinos labios.
Para rematar el eccehomo, su pelado cráneo recibía glorioso la corona santa: un inflado, alto y tallado casco de metacrilato que deformaba su cabeza asemejándola a la de un abad mitrado.
Esgorcio IV, vestido con su mejor traje color pirita-azurita, esperaba de pie frente a ella. En su mano derecha sujetaba un grueso cartapacio mientras que en la izquierda portaba un sobrio maletín.
La Mama abrió su enorme boca y exclamó levantando un brazo:
—Glumn.
Esgorcio IV posó en el suelo el maletín y, abriendo el cartapacio, dijo...

* * *

Bien, aquí he de hacer una deferencia para contigo, amable lector: he hablado seriamente con la diosa Graya y le he pedido que me permita hacer comprensible el lenguaje gnomo, si no de forma permanente, al menos, en esta parte. Estar con <<glíms>> y <<glumns>> iba a ser un coñazo más grande que el de Hilda 69. Quizás el nombre no os suene, era una antigua actriz exótica de una sala erótica perdida en los confines del universo conocido, famosa por un número en donde se introducía vaginalmente planetas del tamaño de vuestro Júpiter. Un espectáculo digno de verse si no fuera porque en cada pase se provocaba un genocidio de proporciones ominosas y cambios estelares propios de un fin de universo.
Bueno, el caso es que me puse duro con Graya y accedió. Lo de duro ya os lo explicaré, pero resultó muy desagradable, con pelos y todo eso... Al principio la diosa se hizo la remolona, aunque cuando obré mi magia ante sus sutiles amenazas y le dije que si os permitía entenderles, me pensaría lo de arreglar lo suyo con Dindorx: accedió como loca. Sólo me puso una condición: que la concesión serviría por un tiempo limitado. Concretamente, el que ella considerase. No se fiaba ni de mí, ni de los lectores. Según me dijo, siempre estaban de parte de los buenos, y ella, desde luego, pretendía salirse con la suya y no depilarse jamás.
Bien, dicho esto, me retiro a vomitar y proseguimos. Sólo será un segundo. 

* * *

—Su Excelentísima y Sabia Majestad Filiburcia XII —comenzó Esgorcio IV con gran pompa y boato.
—Canijo —espetó eléctrica y desdeñosa la interpelada—; corta las formalidades y explícame todo este alboroto. ¿A santo de qué me haces perder mi siesta de las tercias pidiéndome una audiencia tan urgente avalada por la credibilidad del gremio de cientifistas?
—Queridísima Mama, tengo una grata noticia que comunicarle —contestó el gnomo sin más—: He estado en el país de los demonios.
La Mama se levantó, dando muestras de una incomprensible y astuta agilidad:
—¡Guardias! —gritó—. ¡Apresad a este insensato!
(He aquí un pequeño ejemplo de que en gran parte de instituciones religiosas, ni Dios cree en aquello que predica).
Antes de que los guardias le redujeran el cuerpo a escombros, armados con unas estacas terroríficas, Esgorcio IV se acercó al trono con un trozo de papel:
—Tengo pruebas de ello, Majestad.
La Mama recogió impulsivamente el pliego y se sentó de nuevo, dejándose caer.
Pese a aquella acción digna de un paréntesis, los guardias ya se mordían ávidamente su labio inferior enarbolando unos brazos repletos de fornidos músculos, templados a base de desasnar infieles.
Retiraos —exclamó la Mama frustrando sus fantasías.
>>¿De dónde ha salido esto? —preguntó muy seria.
El gnomo contestó excitado:
—De mi cerebro, Majestad. Cuando regresé del viaje...
—¿De qué viaje? —le interrumpió.
—Verá, Su Majestad: me dedico a fabricar ingenios que luego vendo a una corporación encargada de distribuirlos. Una tarde, en mi laboratorio, mis operarios y yo probábamos un modelo nuevo de teletransportador. Al principio con los objetos inertes funcionó bien; luego, al probarlo yo personalmente, por razones todavía sin explicar, fui teletransportado a un planeta extraño. Allí fue donde tropecé con el ser que ahora veis en la imagen; Era un demonio, seguro; incluso intentó matarme disparándome con su arma. Para mi suerte, cuando ya me creía carbonizado, reaparecí en mi laboratorio.
>>Sin pérdida de tiempo realicé una serie de impresiones cerebrales para que las imágenes fueran lo más nítidas posibles. Una de ellas es la que ahora contempláis, Su Santidad.
La Mama le escuchaba con interés. Esgorcio IV se acercó a la carpeta y extrajo de ella más papeles. Luego, se acercó a la Mama diciendo:
—Aquí tenéis más imágenes, Alteza.
—¿Y esto es todo? —preguntó la Mama suspicaz.
—No, mi señora —exclamó ahora el gnomo triunfante—: También he recogido las coordenadas del lugar, localizándolas en las cartas estelares. Tengo el sitio, Majestad; lo tengo localizado. Ahora sabemos a ciencia cierta dónde viven los demonios.
La Mama le miró con avidez.
—¿Sabe de esto alguien más? —preguntó.
—No, Majestad; tan sólo mi segundo y yo. Pensé que lo mejor era hablar primero con usted.
—Y has hecho muy bien, hijo mío. Has hecho muy bien.
—Gracias, Majestad —contestó de nuevo el gnomo con humildad.
—¿Cómo te llamas?
—Esgorcio IV, Señoría.
—De acuerdo, Esgorcio IV. Ahora te conducirán a tus aposentos. En breve te darán instrucciones de lo que debes hacer. Reitero mi agradecimiento e imploro te retires.
—El agradecimiento es mutuo, Su Santidad —concluyó el científico.
La Mama sacó una rechoncha mano de debajo de la manga y con uno de sus rollizos dedos presionó en uno de los brazos del trono.
Un testigo verde se iluminó, reverberando al poco tiempo una metálica voz en la sala:
—¿Su Santidad?
—Mandad a alguien para que acompañe a nuestro invitado a sus aposentos y decidle a Calandro que se persone inmediatamente.
—Sí, Su Majestad.
A los pocos segundos otra sección distinta a la de antes se deslizó a las espaldas de Esgorcio IV. Penetraron por ella dos gnomos: uno fornido, con ropa de soldado y portando una pica; el otro, extremadamente delgado y con un casco cilíndrico de metacrilato, lucía una túnica parecida a la de la Mama pero de colores invertidos.
Al pasar, el primero ofreció a Esgorcio IV sus servicios, saliendo ambos juntos del salón.
El  segundo ocupó el lugar de Esgorcio IV y, cuando éste y el guardia hubieron desaparecido, preguntó:
—¿Mi Szzzeñora?
La Mama se levantó del trono y contestó:
—Calandro, el momento que tanto tiempo estuvimos esperando, y que ya profetizó el gran Rúlox, ha llegado. Esta vez nos haremos con el gobierno de Pelota Mecánica. Las gentes comerán de nuestras manos por haberles librado de los demonios. Ese viejo y decrépito presidente no volverá a salir electo.
>>Prepara la Santa Nave, partimos en tres miniunidades temporales. Ah, llama también a los medios de comunicación y diles que la Iglesia ha descubierto, por fin, el paradero de los demonios. Con la ayuda del gobierno salvaremos a la ciudadanía y erradicaremos el mal del universo. Hazlo constar también.
Y, dicho esto, la gorda Mama se levantó de su trono desapareciendo por una sección de la pared.
Después, Calandro lo hizo por otra.



[1] El “síndrome de Stendhal” (también denominado Síndrome de Florencia o "estrés del viajero") es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.
[2] Lo que el ingenuo no sabía es que la empresa de servicios Gnobal Grisol se forró con aquella contrata y ahora sus dueños beben coco-piña en las pléyades más lujosas del porciante NOE, limpiándose el ojete con billetes tamaño mesa de comedor.
[3] Perdón, quería decir acojonante.
[4] Cortesía de Richard Bachman…
[5] Consultar la “Guía del autoestopista galáctico”.
[6] Primera directriz, política de no injerencia, etc, etc; ya me entendéis: larga vida y prosperidad \\// ;-D.
[7] “El misterio de Orión”, de Robert Bauval.
[8] Afortunadamente, porque para ello habría que fumarse todos los petardos de la Galaxia IV, y eso, ya lo hizo él antes de llegar a vuestro planeta. Por lo demás, un gran tipo.
[9] Un enfermo mental, un caníbal de MlcomoTdo 342, un sadomasoquista sexual; qué sé yo, la lista de enfermos es tan larga...


gracias
thanks
merci
спасибо
go raibh maith agat
感謝
dank
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)




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