domingo, 18 de diciembre de 2016

Crónicas Globulares 32: Intercambio



Amaronte miraba fijamente al hermano Vesperio.
El monje, amordazado y encadenado con férreos grilletes de pies y manos, había perdido momentáneamente toda su soberbia en pos de una serena decepción fruto de su inteligente consciencia.
Estaba jodido.
Sí, muy jodido.
Sabía lo que le esperaba: astillas bajo las uñas, prensas en los tobillos, hormigas por las orejas. Lo habitual…
Pero, ¿por qué estaba aún vestido?
Eso lo desconcertaba.
¿Podría decirse que estuviera acojonado? Probablemente.
Y es que Amaronte no estaba solo. A su lado había un robusto militar vestido con el uniforme del ejército de Verdol: boina, camisola, falda y bota. Bota, porque le faltaba una pierna; en su lugar apoyaba el aguijón de la avispa que se la arrebató. Un trofeo arrancado a ésta con sus propias manos mientras la pérfida aún se comía su trémula extremidad, y con el que de paso aprovechó para descargarla del indigno peso de sus entrañas.
Pero aquel aguijón no era su única apoyatura artropódica. También aferraba honorable un aguijón de abeja tallado con seis hexaedros rodeando su corona superior indicando la graduación de general. Una especie de cetro que lo superaba en altura dándole un aspecto fiero a la vez que honorable y mayestático.
En la cara, cuadrada, le crecía una perfilada barba de color verde intenso reflejando lo imbricado de sus raíces.
Su nombre, cómo no, era el de Vraton.
¿Suficiente para estar jodido? Algunos dirían que sí.
Vesperio sabía que no. Pero lo estaba.
Por eso siguió silencioso el escrutinio de aquella singular estancia hexaédrica contenida entre inquietantes paredes de cera verde.
Desconocía que aquella era la sala de conferencias del panal de abejas de Vrícuit. Conocía perfectamente la mirada de Amaronte y el general tras aquella mesa hexaédrica que los separaba.
Un soldado de Verdol uniformado como Vraton, pero sin graduación, le retiró la mordaza.
El general, que había aguantado su ira demasiado tiempo, bramó sin poder contener su saliva:
—¡Sucio bastardo, debería destriparte aquí ahora mismo!
Vesperio no contestó, simplemente alzó el rostro.
Vraton, levantándose con ayuda de su cetro, se aproximó al monje. Amaronte permanecía en silencio.
Ya a su lado, el general exclamó:
—La Ciudad de los Zarcillos, el rey, el ejército, TODO el mundo confiaba en vosotros, ¡¿POR QUÉ?!
Vesperio mantenía su silencio con la cabeza altiva.
Vraton continuó:
—Mediante la traición devastasteis un pueblo entero. Matasteis a sangre fría a ciento setenta mil duendes que dormían tranquilamente en sus casas colgantes. El rey, su mujer y sus pobres hijos nunca despertaron. Desplomasteis el Castillo de Enredaderas al vacío. ¡¿Tendréis ahora los huevos de revelar finalmente qué enajenó vuestro enfermo raciocinio?!
Vesperio le miró y gritó inesperadamente enloquecido:
—¡NOSOTROS NO MATAMOS A NADIE!
>>¡No matamos a nadie…!
Amaronte y Vraton se miraron.
—¡Fueron las huestes del Señor las que lo hicieron! —continuó mientras recuperaba el aliento con la mirada perdida en el pasado y en algún que otro podrido pozo mental— ¡Aquellos duendes no encajaban en el nuevo mundo que nosotros estamos creando! Créeme hermano —concluyó clavando sus terroríficos ojos en los de Vraton—, yo lo siento tanto como tú.
El general le señaló su prótesis y dijo aún más encolerizado:
—YA, Y LOS DIOSES ARREBATAN LAS VIDAS DE LOS DUENDES A LOMOS DE AVISPAS ¡¿VERDAD?!
Vesperio habló de nuevo:
—Dindorx cuidó de nosotros cuando llegó el Apocalipsis. No dudéis de que no lo vaya a hacer ahora.
Vraton levantó su bastón con la intención de partirle la cabeza. Amaronte le interrumpió:
—Vraton, ¡quieto!
El general se contuvo.
El brujo, levantándose de la mesa, se aproximó silenciosamente al monje. Una miraba inexplicable escapaba de sus ojos.
Acercándose más, el anciano le impuso sus huesudas manos en la cabeza sin que el desdichado pudiera zafarse de ellas a causa de sus ligaduras.
Antes de poder exhalar ni el más mínimo gañido de estupor, el monje quedó sumido en un profundo estado de somnolencia.
Amaronte entró entonces en shock. Sus ojos se quedaron en blanco y, de su cuerpo, brotó súbitamente un resplandor multicolor mientras Vesperio comenzaba a agitarse y Vraton, preocupado, se incorporaba de su silla sin atreverse a acercarse.
Los grilletes de Vesperio se aflojaron y se abrieron envueltos en un fulgor amarillo.
Después, flotando, se colocaron en las manos de Amaronte. Acto seguido, se cerraron: El brujo quedó así sorprendentemente encadenado de pies y manos.
El brillo que emitía su decrépito cuerpo aumentó de intensidad cegando a todos los presentes en un definitorio fogonazo.
La sala se quedó a oscuras.
Todo se quedó momentáneamente sumido en un efecto cegador de rápida recuperación.
Vraton no sabía que pensar.
Vesperio permanecía inconsciente en la silla y Amaronte acababa de desplomarse en el suelo.
Aproximándose al brujo, le zarandeó.
—¡Aparta tus manos de mí, sucio infiel! —fueron sus incomprensibles e inesperadas palabras.
Para ayudarle a incorporarse, el general le cogió por un brazo. Éste le apartó de un golpe diciendo:
—No me toques, sucio hereje. Sé levantarme yo solo.
Vraton respondió:
—¿Amaronte…?, no…
—No me llames así, soy Vesperio —contestó Amaronte poniéndose de pie bruscamente.
—General Vraton —sonó una voz.
El general se volvió y contempló a Vesperio de pie a su lado.
Amaronte los miró con una expresión de horror en el rostro.
—Sé que le resultará difícil de creer general, pero yo soy Amaronte —exclamó Vesperio sonriendo a la vez que le guiñaba un ojo.
Vraton, confundido y fascinado ante la repercusión que tendrían en el futuro los hechos acontecidos aquella noche, le cogió fuertemente por el brazo y, sonriendo, observaron a un Amaronte que gritaba horrorizado:
—¡Nooooooooooooooooooooo!


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(c) Rafael Heka ;-)

sábado, 10 de diciembre de 2016

Películas de Navidad 02

1946 - Qué bello es vivir


Un ángel que ha de ganarse sus alas es enviado a ayudar a un hombre dispuesto a quitarse la vida, fruto de la desesperación sobrevenida por la pérdida de un capital económico del que serían víctimas gran parte de sus vecinos, sin ser siquiera culpable, pero sí responsable. Antes del suceso trágico, podremos contemplar la vida de este hombre pasar (como a él) ante nuestros ojos, observando cómo su bondad hizo del sacrificio un darse a los demás. Tierna, amable, adorablemente viejuna, en glorioso blanco y negro y un canto a la solidaridad y a la grandeza de vivir, de la mano del gran Frank Capra.


1962 - La gran familia


Sin lugar a dudas, e historia ya del cine español, esta nostálgica ventana al pasado nos narra la cotidianeidad de una familia de ¡diecisiete miembros!, sus apuros económicos (huelgan las conjeturas, eran otras épocas, otro régimen) y unas Navidades en donde la pérdida del miembro más pequeño por la plaza mayor de Madrid acuñaron una manera propia de sentir la Navidad. Para toda la familia...  


1988 - La jungla de Cristal


Pues sí. Esta cinta repleta de tiros, peleas y testosterona es una película de Navidad. Y qué película.
John McClane, policía de Nueva York, viaja a los Ángeles para visitar a su mujer, a la sazón una ejecutiva de una empresa japonesa, acabando atrapado en un rascacielos, solo ante el peligro y más cabreado que una mona con candidiasis vaginal. Que sea Navideña es lo de menos. Lo cierto es que es ágil, divertida, bien resuelta, y el inicio de una saga que amenaza con no terminar jamás...

1988 - Los fantasmas atacan al jefe


Para mí, Navidad no es tal sin una versión de Cuento de Navidad de Dickens. En este caso he escogido ésta. Una versión al más puro estilo de Saturday Night Live, y con el gran Bill Murray de maestro de ceremonias. Para el que no conozca a Dickens o su Cuento de Navidad (vayan, por favor, haciéndose el harakiri), narra las peripecias de un desalmado prestamista en la Inglaterra Victoriana y de cómo su avaricia (explotando cruelmente empleados y allegados) terminará cuando su antiguo socio se le presente en plena Nochebuena de forma espectral, y le eduque mediante el envío de tres fantasmas capaces de hacerle ver sus errores en el pasado, el presente y el futuro. Imprescindible (Cuento de Navidad, la versión, allá cada cual).

1989 - S.O.S Ya es Navidad


Parodia perfecta de lo que somos -y nos convertimos- en Navidad, perpetrada por los parodistas de moda en Estados Unidos por aquella época, el magazine National Lampoon´s. El espejo perfecto para descubrir que, pese a la diferencia cultural, y temporal, quizá no seamos tan distintos, o difíciles de conquistar...

1990 - Solo en casa


Algo fácil y típico de estas fechas es olvidar a un hijo en casa cuando uno se marcha de vacaciones. También, que éste sea víctima de un par de ladrones y les dé una paliza de tres pares de yemas. Sin embargo, la película resulta divertida (sobre todo para los más pequeños, y todos aquellos quienes en su insana perversión anhelan, año tras año, tal situación), simpática y cargada de sentimientos. ¡Y el año siguiente se lo vuelven a dejar! Insuperable.

1998 - La primera noche de mi vida


Española, buena, agridulce, original, simpática, tierna, extraña, divertida, dramática, necesaria...

2000 - Family Man


Supongamos que le sale a uno el dinero por las orejas y que se encuentra más que satisfecho de sí mismo y de su carrera profesional, pero que se encuentra más solo que San Pedro en una orgía. Supongamos también que un día se nos cruza la mujer con la que siempre quisimos tener los quince hijos de la película de arriba (sobre todo comenzando a ensayar en la orgía antes citada) y que tras un encuentro fortuito, nos despertamos compartiendo cama y la vida familiar deseada con ella. ¿Sería un sueño o una pesadilla? :-D
 
2001 - Serendipity

     

La serendipia es la ciencia que estudia cómo las casualidades devienen casi siempre en sucesos que habrían de producirse en cualquiera de las condiciones. En otras palabras, que si algo ha de producirse (y que esto sea así depende de nuestra intención de que así sea), acabará ocurriendo, fruto de determinadas situaciones aparentemente casuales.
Ejemplo de dicha tesis, será el caso de los protagonistas de esta película romántica y necesaria, capaz de hacernos pensar sobre lo que hacemos de nuestra vida, o sucede a nuestro alrededor...

2006 - Vacaciones


Huyendo de sus respectivos fracasos amorosos, las protagonistas de esta película romántica intercambiarán sus viviendas en las dos semanas que dura la Navidad. Una dejará California camino de Inglaterra y viceversa. Como es de esperar, ambas tratarán de resolver su situación -camino de la emigración- al descubrir cuánto puede depararles mandar todo lo que dejan atrás al carajo. Sin embargo, ni todo es lo que puede parecer, ni las cosas son tan fáciles (sobre todo en Europa). Deliciosa.


Que tengas ¡Felices Fiestas!
Si falta alcohol o dulces, a comprarlos. Si quieres más películas navideñas, puedes visitar la anterior entrada.

(c) Rafael Heka


 

Crónicas Globulares 31: Tres días en Civitadeux



1

Los monjes caminaban frenéticamente entre los túneles excavados en la madera, subían y bajaban las escalinatas talladas en los árboles, y corrían chasqueando sus chanclos contra los pulidos suelos.
Todos ellos se dirigían a la Catedral de los Tubérculos, una megaestructura erigida en el roble más grueso, alto y magnífico de todo Verdol, a costa de infinitos trabajos de talla en la gran mayoría de sus tupidas ramas y el sudor de un centenar de infieles desasnados.
No tenía una forma definida. Se confundía con el roble salvo por la triple torre central de la que colgaban unas grandes y relucientes campanas, haciendo intuir un interior ampliamente generoso a juzgar por la miríada de acólitos que la invadían céleres precipitándose por aquel redondo y minúsculo corredor de acceso.
El solemne tañido de las tres susodichas campanas resonó súbitamente esparciendo reverberante una infección de euforia o desasosiego.
El reptante flujo de individuos aceleró su marcha.
Como era de esperar, las entrañas del enclave nublaban aún más el raciocinio, presentando unos techos altísimos incapaces de ser apreciados a simple vista a pesar de aquel permanente crepúsculo multicolor y decorativo que otorgaban sus bellísimas vidrieras alegóricas.
Tampoco parecía importarle mucho a los ya presentes, su atención era otra. El redondo y escalonado foro central, a modo de gradas, albergaba por lo menos un par de miles de nalgas monacales y otro par más de miles de ocultas miradas clavadas en la figura que se apoyaba en el curioso púlpito ubicado en el centro.
Este púlpito, con forma de lirio, coronaba una pétrea escalera de caracol con una gruesa enredadera como barandilla, la cual ascendía hasta colocar el estrado en una cristalera que representaba la imagen del hermano Vesperio.
Los monjes, poco a poco, ocuparon finalmente los escalones libres del anfiteatro mientras las ubicuas y amarillentas velas les iluminaban tenuemente regalando una estampa de siniestra repetición en masa.
Cuando ya todos estuvieron dentro, la gran puerta circular rodó empujada por los acólitos solapándose con el resto de la estructura. La entrada se selló.
Era el momento. Los monjes iniciaron estáticos un salmo.
En el frontal, a los lados del púlpito, un par de coros recogieron el murmullo y lo hicieron melodía hasta que, llegados a una parte de ésta, los encapuchados corearon fuertemente:
Verde es el color, líbrenos Señor de otros colores.
Instantes después, el hermano Vesperio ascendía al púlpito.
La canción terminó de inmediato.
El monje de luengos bigotes habló entonces enfáticamente:
—Hermanos… Hace tan sólo unas horas he sufrido un lamentable percance. Un lamentable percance, que vosotros compañeros…, pudisteis contemplar.
>>De mis manos, ¡de vuestras manos!, nos fue arrebatado un duende sumido, confundido, abocado diría yo…, al abismo de la herejía.
>>De nuestras manos, hermanos…, fue arrebatada la ocasión de hacerle ver la luz, de purificarle, de salvarle.
>>Pero no todo acaba ahí, ¡NO!
>>Las fuerzas del Mal, con su repugnante inquina, no conformes con recuperar a uno de sus adeptos, petrificaron mi sagrado cuerpo poniendo así en peligro mi sagrada vida. Una vida dedicada a servir a Dindorx y a vosotros.
>>Gracias a mis plegarias, el Señor me escuchó y rompió el maleficio[1].
>>Ved, hermanos: el Mal acecha, y ahora lo hace desde el interior de nuestros propios muros. En nuestro más sagrado santuario.
Vesperio tomó aliento.
El coro cantó de nuevo:
—El Mal acecha.
>>El Mal nos quiere devorar.
>>Tan sólo la oración.
>>Nos podrá salvar[2].
Vesperio continuó:
—La oración, hermanos.
>>La oración… puede salvar vuestras almas[3]. La oración me salvó a mí.[4] La oración nos salvará a todos[5]. La oración, hermanos…, la oración.
>>Recemos juntos. —E imploró con las manos.
Los encapuchados se levantaron. La catedral vibró al clamor de los prosélitos.

2

El grueso hermano Vunípero, el bajo hermano Venancio y führer[6] Vesperio, caminaban por los tupidos Jardines de Musgo.
Esta vasta extensión de verdín cubría una planicie situada en la copa de un gran castaño, dos árboles más allá del roble en donde se ubicaba la catedral. Su forma era la de un damero circular.
El musgo había sido recortado, representando en algunas de sus casillas a los ilustres monjes que habían ostentado el cargo de presidente de la congregación. En la circular casilla central crecía, cómo no, la figura del hermano Vesperio.
—¿Qué tal se encuentra, Hermano? —preguntó el seboso Vunípero, dejando al descubierto su prominente papada.
Vesperio contestó:
—Bien, el discurso me ha cansado un poco. Los acólitos, a veces, son difíciles de convencer y, la verdad…, los últimos acontecimientos no nos han ayudado mucho. ¿Habéis hecho las averiguaciones, Venancio?
—Sí, Su Santidad, pero no hemos encontrado nada. El destacamento tercero y el batallón cuarto de avispas han regresado hoy, y las noticias son desalentadoras: No han encontrado nada.
—Hermano Vunípero, ¿cómo va el departamento de captación? —increpó secamente Vesperio.
—Mal, Señor. La población desciende cada vez más, diríase que desaparece y, con ello, el número de adeptos a captar disminuye.
—Tenemos que estudiar eso, hermanos. Desde que derrocamos al rey de Verdol me juré llegar a las mismísimas puertas de Blancualín en nuestra misión sagrada de cumplir los designios de Dindorx. ¡No debemos flaquear!
Los monjes asintieron y caminaron diligentes por el tupido jardín plagado de estatuas seto hasta llegar a un bonito templete color caqui.
Allí se acomodaron prestos en unas labradas sillas de madera ante una mesa a juego con motivos florales. El ágape esperaba.
Su conversación continuó un rato por los derroteros que había comenzado hasta que, terminado el almuerzo, los acompañantes de Vesperio abandonaron sin más el templete marchándose a sus quehaceres.
Vesperio, con una taza en la mano, contemplaba entonces el jardín tratando de descargar su melancolía.
La bruma del mediodía difuminaba las estatuas otorgándoles un fantasmal aspecto, y aquello relajaba su intelecto borrando también sus preocupaciones.
Una repentina voz a su espalda le sobresaltó:
—¿Hermano Vesperio?
Posó la taza en la mesa y miró.
Era un monje encapuchado.
—¡Hermano… —comenzó irritado Vesperio.
—Su Santidad Vesperio —atajó éste valerosamente—: sé que ésta es su hora de descanso diaria y que da órdenes tajantes de que no se le moleste, pero he de comunicarle buenas noticias.
—¿Buenas noticias?
—Sí, Su Santidad. Es acerca de los infieles.
—¿De los infieles? —Los ojos de Vesperio centellearon.
Levantándose rápidamente de la silla, cogió al monje por la mano y le acompañó solícito a un tallado balcón en la ladera del árbol desde donde Civitadeux les golpeó inclemente blandiendo todo el esplendor. El típico y despiadado impacto orfebre de un grácil ejercicio de arquitectura forestal capaz de convertir un agreste soto en una variopinta ciudad circunscrita alrededor de una gigantesca y colgante colmena de avispas verdes. Un lugar en donde cada árbol cubriera necesidades específicas propias de una ciudad: catedral, iglesias, capillas, y ciertos enclaves como hongos circundantes y piñas colgantes acogieran necesidades aún más perentorias como las cocinas o las residencias de los prosélitos. Todo un espectáculo capaz de paralizar a cualquiera… menos al führer de los bigotes.
Vesperio se apoyó en el balcón juntando sus manos en actitud de oración a la vez que decía:
—Y bien: ¿cuáles son esas noticias?
El monje contestó:
—Hemos descubierto el escondite de los infieles.
—¿Dónde? —preguntó Vesperio conteniendo su excitación.
Un despiadado golpe en la cabeza fue la respuesta. Perdiendo el conocimiento, cayó ingrávido al suelo ante la impertérrita figura de su anónimo visitante.

3

Quedaba poco tiempo para la misa nocturna.
La misa matutina, la diaria y ésta, se impartían en la Catedral de los Tubérculos y, al igual que en el resto de ocasiones, los monjes ascendían taciturnos a ella por la escalinata tallada en el roble. Portaban, sí, sus sempiternas y terroríficas antorchas de las narices mientras la humedad rezumaba por los nudos del gran roble y en el interior se terminaban los preparativos. Un grueso pliego de tela se había colocado a la altura del techo para que, una vez desenrollado, cubriera la vidriera que representaba al semidiós Vesperio. No había que escatimar detalles…
Acabado el trabajo, y mientras el resto de los acólitos se sentaban en el anfiteatro, los desconocidos recogieron cautelosamente sus escaleras y desaparecieron raudos.
Los monjes terminaron de llenar el recinto, el circular portón se cerró y comenzó finalmente la misa con una bellísima pieza coral escogida especialmente para la ocasión.
Llegada la exquisita ejecución a un momento álgido, cesó de golpe y todos aguardaron constreñidos el advenimiento de su Mesías.
Para decepción de aquellos que se turbaron en exceso, pues una vez turbado, más allá, sólo se puede estás más-turbado, Vesperio no apareció.
Los monjes se miraron unos a otros y el coro, extrañado, repitió enseguida la última estrofa del canto, temeroso de haber cometido algún error irreparable digno del magnicidio más imprevisto y espaldero.
Los encapuchados se unieron al canto, esta vez muuuucho más constreñidos, y, cuando éste cesó y ellos también debían de hacerlo, lo hicieron y esperaron como auténticos enanos mentales.
A pesar de ello, Vesperio continuó sin aparecer.
El bajo hermano Venancio cayó entonces en la cuenta del rodillo de tela que descansaba plegado por encima del púlpito, y de cuya colocación (posicional) en absoluto había sido informado.
También fue consciente del grueso cordón que pendía de él, a pesar de que el gordo hermano Vunípero no paraba de martirizarle con cuchicheos versados en ensayadísimos procedimientos de evacuación para situaciones de cagada total.
El murmullo aumentó entre los congregados.
Era algo así como una mezcla entre rumor y gorgoteo de tripas flojas.
Venancio subió dificultosamente al púlpito y tiró finalmente del cabo esperando desvelar aquel misterio de una vez por todas.
La tela se devanó.
Todos los monjes enmudecieron mientras el ensordecedor estruendo de instrumentos precipitándose contra el suelo les aflojaba del todo los vientres.
Vunípero no pudo por más que cubrir su boca totalmente aterrorizado.
Venancio, de la impresión, casi se cae del púlpito torciendo el gesto en una mueca imposible cercana a la apoplejía.
La tela mostraba este mensaje:
<<Tenemos al hermano Vesperio. Sólo será liberado si la congregación es disuelta y rehúsa a mantener su tirano gobierno>>.
Toda la catedral, indignada pero aliviadísima, se puso en pie jurando venganza.


[1] Sí, por los cojones.
[2] Ídem.
[3] Ídem de ídem.
[4] Ídem de ídem de ídem.
[5] Ídem de ídem de ídem de ídem.
[6] Palabra alemana cariñosa y divertida que significa "líder", utilizada para designar personajes tan cariñosos y ecuánimes como Adolf Hitler.

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(c) Rafael Heka ;-)

sábado, 3 de diciembre de 2016

Crónicas Globulares 30: Venga, el capítulo más importante. Like a Silver Rainbow


Comienza la fiesta... Ahora sí ;-)



El treinta y uno de diciembre del 2013, Carla Villanueva decidió desde el asiento del conductor de su viejo Ford Fiesta del 75 que su vida era una mierda.
Tal era la magnitud de su desasosiego, que el maletero de su azulada antigualla albergaba una madeja de cuerda con el propósito de pender de ella su inerte cuerpo en cuanto la noche de aquel martes acogiera a todos en los cálidos senos de la embriaguez fiestera.
Carla tenía 38 años, un trabajo pútrido en el Museo del Oricio[1] de Gijón extrayendo gónadas de equinodermo por el que apenas ganaba lo suficiente para gasolina, una hipoteca de la que debía tres meses y un marido borrachuzo y finalizante de paro que además le ponía los cuernos con su mejor amiga.
¿Podría haber algo más estimulante para mantenerse aferrado a la existencia? 
Carla sonrió.
Por alguna extraña razón había deambulado con la mente en blanco comprado objetos de lo más extraño:
Una cuerda, un microondas, cinco litros de gasolina en una garrafa desechable, diez paquetes de cigarrillos Ducados y una cinta de Led Zepelling.
Apenas eran las ocho de la tarde, su coche la miraba con ojitos tristes desde el húmedo parking socavado bajo el Club Náutico de Gijón, y en media hora tenía que presentarse en su puesto de trabajo al final del paseo marítimo.
Con dramática parsimonia metió la cinta en el cassette, arrancó el coche, y puso rumbo a los acantilados somienses[2] de La Providencia. 

* * *

Los primeros brotes de anarcohippismo globular se produjeron allá por la Edad Media Galáctica. Concretamente, entre los años 100030005000.60 y 100050006000.89 de la Era Boliana. Por aquel entonces, la galaxia permanecía aún inmersa en cruentos conflictos con la galaxia anillo Nibelunguen, y entre ambas ideaban pérfidas estrategias para hacerse con el poder. Una de las peores fue la que desembocó en la epidemia conocida como Peste Burocrática.
La Peste Burocrática, supuestamente llegada a la galaxia globular en 100045005623.76 oculta en los algoritmos de un carguero anular, resultaba ser una viral suerte de normativas de amabilidad tal, que pronto todas las civilizaciones querían acatarlas. Acatarlas y ampliarlas, generando una estructura legal tan opresiva que anulaba la libertad y el libre albedrío individual.
En tan sólo 3000.34 años, el 80% de la galaxia se había convertido en un dinosaurio normativo incapaz de realizar ninguna acción sin 275.000 formalidades administrativas.
Hubo un planeta que vio todo esto venir y se plantó unilateralmente. Acuarius, el vergel esplendoroso de los Elfos Globulares, dijo que no. Que no había objeto más preciado en el universo que la libertad, y que se podían ir todas las normativas a tomar por el culo.
Dado a que aquello era imparable, y la anarquía no tiene cabida en ningún régimen social, los elfos de Acuarius decidieron dejarse los pelos largos y diseminarse secretamente en comunas inexistentes por toda la galaxia desde donde poder vivir en paz ajenos a los dictados de otros.
Una de aquellas comunas resultó el hogar de Beriadol. 

* * *

La magia es caprichosa y tiene muchos caminos.
Beriadol no tenía ni puta idea de cuál era el suyo, pero esa noche, parecía ser la noche.
Desde que llegara a aquella isla secreta oculta a los ojos de los duendes del Continente Estrellado, los elfos-magos le habían enseñado toda clase de mancias y encantamientos sin que al duende le pareciera suficiente.
No, realmente no lo era.
Beriadol había desembarcado con su pobre madre en el islote y desde muy joven, gracias a la férrea libertad con que les acogieron aquellos peludos hippies, supo que quería ser mago.
Los elfos le enseñaron, le guiaron, le moldearon, pero el duende blanco era consciente de que aún faltaba lo más importante.
Los elfos también, pero había de llegar el momento, y el momento era esa noche.  Reunidos todos alrededor de una brillante hoguera, Beriadol recibió su regalo de unción: la silla.


* * *

Ya desde tiempo inmemorial se conocen vestigios de sillas élficas de Acuarius.
A simple vista parecen simples sillones fraileros de piel y otros materiales ecológicamente nobles, pero si escucháramos a los legajos más decrépitos y antiguos de las bibliotecas más oscuras y tenebrosas jamás visitadas, los oiríamos hablar de estos objetos de poder capaces de conectar a cada nigromante con su auténtica esencia de poder mágico-cósmico.
Antes del abandono de  Acuarius, magos de toda la galaxia acudían a solicitar el honor de recibir su silla sin apenas esperanzas, pues de cada 1000 solicitudes, una sola era realmente merecedora del poder de la magia.
¿Sería el caso de Beriadol?

* * *

El duende blanco era ajeno a toda la historia de las sillas, de Acuarius y de la brillantez de una historia estelar ampliamente divertida.
Si no hubiese sido así, seguramente su adolescente corazón no hubiera superado el impacto de ser consciente de que aquello funcionaba.
Podía haberlo deducido al ver caer a todos los elfos de rodillas extasiados ante el prodigio, pero evidentemente, para hacer eso, no debería de estar con los ojos en blanco mientras su alma recorría dimensiones espaciotemporales a la velocidad de vértigo arrastrada por la fuerza de la corriente cósmica.

* * *

Cuando la conciencia de Beriadol recuperó su visión se encontró alojada de espectadora tras la de alguien que conducía un viejo Ford Fiesta del 75 serpenteando la ladera de una montaña.
Alguien envenenado de tristeza.
A su alrededor, la energía vital se disipaba como el agua vertida desde una cascada.
Pero todo eso cambió de repente.
Carla encendió el cassette.

* * *

¿Era posible?
Estaba claro que sí.
Tal como antes la energía de aquel ser se viera perdida en  torrentes de desolación, ahora revertía a su anfitrión en fuertes oleadas de poder al ritmo del rock de Led Zeppelin en su inicio del “Whole lotta love”.
Con la letra, un creciente bombeo cósmico explotó dentro de sus consciencias.
You need coolin, baby I´m not foolin´
I´m gonna send you back to schooling
Way down inside honey, you need it,
I´m gonna give you my love,
I´m gonna give you my love.
Lo siguiente sucedió ya muy rápido.
Carla pegó un volantazo, derrapó cambiando de sentido, y se precipitó enloquecida carretera abajo hasta llegar a su apartamento de La Calzada en donde se encontró a su novio esposado a la cama decúbito supino.
La otra salió medio en pelotas, despavorida, escaleras abajo, mientras Carla le ataba los genitales a su indefensa pareja con la cuerda, y precipitaba ésta por el balcón con el microondas en el otro extremo.
Luego, montó de nuevo en el Fiesta, salió zumbando al Museo del Oricio, y, desde la intransitada trasera, lo roció con gasolina y le prendió fuego, lanzando por la ventanilla el encendedor del coche, justo antes de dejar la mitad de los neumáticos en la escapada.
En una playa solitaria, cogió la bolsa de las cajetillas de tabaco, y descubrió el rasca que regalaban por la compra.
Eran las 24:00 del 2013 o las 00:00 del 2014, como prefiráis.
Carla rascó el boleto, y estalló en carcajadas.

* * *

La mirada de Beriadol, a su regreso, lo decía todo.
Tras los largos pelos que los elfos ostentaban con valiente rebeldía, sus ojos registraban el advenimiento de un gran mago.
Y así fue.
Beriadol se hizo hombre, mago, y su poder se extendió al auspicio de la energía del rock y sus derivados.
¿Es todo esto relevante?
Apostad a que sí.


[1] Erizo de mar.
[2] De Somió: Parroquia de Gijón.

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