Lo primero que vio Barael tras cruzar la
portezuela fue una empinada e interminable escalera de caracol flanqueada por
un duende mayordomo.
El sirviente le susurró mecánicamente:
—Suba los escalones hasta llegar a una
puerta de madera en cuyo frontal hay tallada una gran estrella. Una vez allí,
párese y utilice el llamador tres veces. En ese momento recibirá más
instrucciones.
Dicho esto, el mayordomo desapareció por
otra compuerta que había detrás de la escalera.
Barael comenzó enseguida la ascensión.
Lo primero que le sorprendió fue la
paupérrima iluminación. De hecho, estaba oscuro, bastante oscuro. Sólo de vez
en cuando la luz de alguna desangelada y raquítica antorcha le permitía ver las
escaleras.
En cuanto a los escalones, de hielo puro,
eran suaves pero excesivamente fríos. Eso realmente le disgustó; no era digno
de un palacio.
Al cabo de un rato de muda ascensión, se
encontró con un pequeño ventanuco totalmente escarchado. Lo limpió y se asomó.
Nada, no se veía ni torta. Nubes tan solo.
Tras lo que a él le pareció una aburridísima
eternidad, llegó finalmente al lugar indicado. Llamó y la puerta se abrió sin
ninguna espera.
Tras ella, encontró otro criado vestido de
manera más exquisita, el cual le invitó a entrar en una habitación ampliamente
iluminada ataviada con los muebles más suntuosos que jamás hubiera visto, junto
a un montón espejos de hielo.
—Por aquí —le indicó abriendo otra puerta al
fondo de la habitación.
Cansado y sofocado, entró.
Mi
madre pensó ¡no llego en la vida!
* * *
—Bueno, joven —comenzó la arrugada y postrada
figura del rey desde su lecho de voluptuosos doseles—: ¿ya sabe usted por qué está
aquí, verdad?
Barael asintió.
—Pues al igual que al resto de sus
compañeros —continuó el rey monótonamente—, he de explicarle un par de cosas:
>>Desde que nuestro dios Dindorx
finalizó la cruenta Guerra de los Colores y puso a la casta de duendes blancos
al frente de la monarquía y regencia del continente, un único requisito se les
ha pedido a los reyes de Blancuol. Éste, no es otro que el de conocer la
importancia del color blanco frente al resto de los colores.
>>Desde que se lo rebelara al primer
rey de Blancualín, ha sido un secreto entre el populacho. Sólo el rey lo podía
saber para que, en el caso de que los reinos de colores quisieran empezar de
nuevo la guerra, ésta se pudiera evitar. Esta revelación ha pasado de padres a
hijos durante generaciones en el más absoluto de los secretos y en el justo
momento de ser coronados.
>>Claro, que yo ahora me enfrento a un
problema, pues carezco de descendencia, así que sólo me queda la opción de
elegir como rey a aquél que conozca este secreto de forma innata. Ello
indicaría que Dindorx ha intercedido y lo ha elegido a él como solución a este
dislate. Francamente, me temo que este reino quedará sin regencia, pues llevo
ya muchos duendes entrevistados y a todos se les queda la misma cara de
gilipuertas que a ti se te está quedando cuando les hablo de esto.
>>En fin, concretando y rapidito.
—Tosió harto ya de la misma charla reiterativa—. ¿Tú sabes por qué el Blanco es
el más importante de todos los colores?
—Me temo que no, Su Duendeza —respondió
Barael totalmente desolado.
—Pues, ea, a hacer puñetas —fue la seca y
automática formalidad del rey Baradir mientras cogía una cuerda que colgaba a
la derecha de su cama y tiraba de ella sin la más mínima de las
contemplaciones.
Súbitamente, el suelo se abrió bajo los pies
de Barael precipitándolo al vacío.
—¡SIGUIENTE! —gritó Baradir.
* * *
—¡Ahhhhhhhhhhhhh........ —gritaba también
Barael mientras resbalaba hacia una oscura e incierta profundidad por un gélido
e interminable tobogán de hielo —…que me MUEROOOOOOO!
Cayó y cayó hasta aterrizar en un mullido
colchón de plumas.
Había llegado directamente a las
caballerizas. Allí, dos soldados le condujeron hasta una cubito-carroza, le
metieron rápidamente en ella, espolearon los caballos y exclamaron al unísono
monótonamente:
—Mañana por la mañana escuchad el bando en
la plaza mayor y gracias por la visita.
La carroza salió disparada hacia el pueblo y
Barael terminó vomitando el ágape que le dieron en el castillo… como todos sus
antecesores.
(c) Rafael Heka