Mok es un méketrek. Un méketrek, como casi
todos los méketreks, con la salvedad de que su vida y trabajo se circunscriben
al vetusto y fascinantemente aburrido Observatorio Astronómico de Mekitón.
Sus hobbies son: Disfrutar mirando las
estrellas y espiar de vez en cuando a los duendes del Continente Estrellado
mientras ayuda al emérito profesor Makus en sus minuciosos e infinitos trabajos
varios.
En el observatorio se estudian, catalogan y
observan: Galaxias, estrellas, planetas y todo lo que entre en el radio de
acción de aquel supertelescopio.
Tan grande es, que si cogiéramos a la mitad
de los méketreks de Meke y los introdujéramos en su tubo de lentes, todavía
sobraría sitio para meter a la otra mitad.
Es enorme, inmenso. De hecho, se han
realizado estudios afirmando que su ubicación en el polo sur de Meke hace que
el eje de la luna mantenga una inclinación idónea para que su orbitaje no la
precipite al planeta.
¡Bestial!
Afortunadamente, no fue Mok quien los
realizó; ni lo hubiera hecho aquella tarde, pues era su tarde libre y la tenía
reservada para disfrutar con su pot.
Sí. Mok tenía un pot. Un pot estupendo:
redondo, brillante, azulado… Quizás, el más rápido de Meke.
Desde hacía muchos meses, esperaba que le
aceptaran la solicitud en las Carreras Federales de pots en Rumsplot.
Aquellas carreras eran importantes. Pero no
por la cuantía pecuniaria —que era más que suculenta—, sino porque el ganador
obtenía el derecho a reparar su pot a perpetuidad, cosa que, teniendo en cuenta
la pasión de los meks por los pots, y que los meks viven unos ciento cincuenta
años méketreks, es decir, unos 300 años duendiles, o sea, 1000 años de los
nuestros, resultaba realmente interesante.
Y a ese interés obedecía que Mok pilotara su
pot esa tarde a toda velocidad, <<entrenarse para futuras y gloriosas
carreras>>.
Los días que libraba solía hacerlo. Se subía
a su nave, accionaba el mapa holográfico, elegía un destino plagado de planetas
y de lunas con las que practicar sus (cada vez más ajustadas) maniobras de
pilotaje y partía zumbando rumbo a la excitación.
Aquella tarde había elegido el sector
4356rfb. (Para los locos de las localizaciones: Tirando de Meke se pasa el
planeta de los duendes y se gira a la derecha, desde allí se bordean un par de
constelaciones y luego hay que pasar un planeta verde con 25 anillos y dos
enanas blancas. ¡Chupado!).
4356rfb es un sector tranquilo. Bueno, todo
lo tranquilo que puede resultar un constreñido campo de asteroides,
evidentemente.
Pero es que Mok adoraba aquel sector. Era el
lugar ideal para aprender, o palmarla. Pocos meks lo conocían y, si lo hacían,
rehusaban volver a pasar por semejante experiencia agradeciendo el poder haber
escapado con vida.
Sin embargo, la pelotuda criatura disfrutaba
de lo lindo en su particular infierno realizando cabriolas imposibles,
jugándose su gomosa vida esquivando pedruscos insensibles, adentrándose en
meteoritos como aquél a cuya salida, seguramente, nunca esperó encontrar la
incognoscible imagen que le hizo parar en seco apelmazando casi la totalidad de
sus células grises en su frente interminable.
Incrédulo a lo que su enorme ojo le mostraba[1],
ocultó rápidamente la nave tras un feo (pero apropiado[2])
asteroide de traslación lenta.
Dindorx, móvil divino en mano, alerta de
intrusos activada, alerta de intrusos proyectada a toda definición, escupió la
decimocuarta copa que se estaba tomando en aquella disco de tercera junto con
un más que convincente <<Pero, ¿qué cojones…?>>.
La tropa gnoma había irrumpido soberbia en
el sector haciéndose hueco entre los asteroides.
Mok intentó inútilmente asociarla a alguna
civilización conocida pero le fue imposible. Aún más cuando la gran G3 viró
dejando al descubierto una miríada de pacificadores y hambrientos cañones
saludando desde la G2.
Mok no lo dudó dos veces.
Pisó la plancha del acelerador y, agarrando
firmemente los controles de su pot, salió como un tiro en dirección a Meke[3].
* * *
El pot azulado de Mok entró en la escotilla
a tanta velocidad que partió las redes del freno de seguridad precipitándose
después al suelo del hangar en un ejercicio divertidamente mortal amenizado con
chispas y esquirlas asesinas multicolores.
Tal fue ímpetu de su embestida, que la nave
se arrastró impúdicamente despendolada sin ningún tipo de cortapisa, salvo el
del inminente fondo del hangar, el cual terminó toda aquella sinrazón con un
sopapo final justo y más que merecido. ¿Qué formas eran esas de penetrar en
ningún sitio…?
Mok, azaroso, dio un puñetazo en un gran
botón rojo al lado del panel de control haciendo que la semiesférica escotilla
se deslizara hacia atrás escamoteándose en la carrocería y saltó velozmente del
interior precipitándose sin la más mínima pérdida de tiempo por unos
concurridos pasillos gesticulando totalmente poseso con las manos.
Al final de uno de ellos había dos puertas
de laboratorio.
Aún corriendo, se apoyó sobre sus manos y,
como un mono de circo, hizo uso de sus robustos pies y las abrió de un golpe
dejando perplejos a los múltiples operarios del gran telescopio de Mekitón.
Aunque se quedaron más turbados[4]
al sufrir sus ademanes camino de una consola concreta en donde introdujo
frenético unas coordenadas que no dejaban de golpearle incesantemente toda su
enorme mente carente del enorme espacio perdido en la gestión de la necesidad
de excretar.
De repente, el ilustre Makus entró en la
sala y cogió a Mok por un brazo tratando de refrenar aquellos inapropiados
impulsos tan estúpidamente inesperados.
Éste se zafó en seguida haciendo caso omiso
a los peligrosos gestos de su mentor, muy consciente de la consiguiente mano de
hostias que, muy probablemente, iba a percibir de forma gratuita y eficiente.
En el justo momento en que dos gruesos
méketreks le iban a echar a patadas (muy seguramente donde ustedes y yo tenemos
los genitales)[5],
Mok rogó a Makus que mirara por el monocular.
El Ilustre se acercó con desconfianza y miró
por el gran telescopio aún con la palma de la mano hacia arriba a punto de
elevar sus falanges.
No fue el caso. En su lugar, el enorme
párpado, que en un principio forzaba postura en su trabajo de permitir una
correcta visión por la lente del artefacto, se replegó obscenamente
aterrorizado transformando a aquel viejo méketrek en un trasunto de Ojete[6]
con pantalones.
Y es que, contra todo retinóstico[7],
la circular del telescopio lucía infestada del mayor despliegue armamentístico
que jamás los gnomos hubieran soñado formar, incluido en de su bienal y
apocalíptico Día de las Fuerzas Armadas[8].
Al frente, violenta y con la escotilla de
proa abierta escupiendo naves de batalla, se acercaba la G3 rompiendo el campo
de asteroides como el que desliza una tijera por una hoja de papel.
Tras ella, y escoltada por millares de
cazas, surgían terroríficamente intratables la G2 y la G1.
Más allá, el resto de la flota (cuatro naves
más con sus respectivos despliegues y rémoras), terminaban por exigir a la
pupila del Gran Makus el enfoque definitivo que confirmaba el fin de la vida
tal como hasta ahora la conocía.
Mok, antes de que alguien se lo dijera,
saltó por encima del catártico profesor y rompió con la ¿frente? el cristal de
un contenedor de seguridad empotrado al fondo de la sala accionando un gran
pulsador negro.
La luna Meke comenzó a temblar.
Los méketreks habían sido avisados.
La guerra acababa de empezar.
[1] Enorme y único; recordad que no cagaban…
[6] Sí. Éste era un héroe barbárico de un planeta
ya olvidado del sistema Cimerius cuya morfología básica tomaba reflejo de un
ojo desnudo erguido sobre unos recios nervios, los cuales le servían de
piernas, brazos y asidero para el mastodóntico mandoble con el que reventaba
ñhúes y otros irracionales por el estilo llenos de cuernas, pezuñas y lomos
hirsutos.
[7] Pronóstico méketrek, mezcla de precognición,
clarividencia y un colirio espectacular con capacidades lisérgicas del planeta
Vis-pimh-725.
[8] Joder, suelen confundirles con la plaga de
termitas estelares que asola cada año el vacío Botchi…
(c) Rafael Heka ;-)