El cuerpo de Arturo, reventado de
pecho para abajo, regaba de sangre el bosque.
Marcos no se molestó en ayudarle
lo más mínimo. De toda la historia que le contó, sólo creyó lo último, lo de
que había matado a Javier. Aquello le cegó hasta el punto de terminar con la
vida del escritor. Javier era su amigo y Arturo lo había matado.
El perro, sin embargo, se quedó
allí, esperando; esperando a que Marcos se perdiera de vista lo suficiente como
para devorar su sabrosa presa, por segunda vez.
Y allí estaba, babeando por sus
fauces diabólicas, relamiéndose como una pútrida bestia infernal mientras
Arturo se retorcía en grotescos movimientos consumiendo sus últimos hálitos de
vida.
El perro se acercó un poco más y
se dispuso a devorarlo cuando una voz inesperada lo detuvo.
—¡QUIETO! —atronó ésta a sus
espaldas.
El perro se volvió rabioso.
¿Quién osaba molestarle en ese momento?
Devoraría a quien fuera, a quien
fuera...
Menos a ÉL.
Un anciano de encorvada figura,
largas barbas y retorcido cayado, clavó sus luminosos ojos azules sobre él.
—Ni se te ocurra tocarlo —exclamó
desafiante.
El perro gruñó y erizó todo su
cuerpo.
No podía ser.
NO.
En un fiero ademán, saltó sobre el
anciano.
Con un simple movimiento de mano,
el perro recibió el impacto de mil muros golpeándole los huesos.
Cayó dolorido al suelo.
El anciano sonrió:
—Eres un infeliz —dijo
decepcionado.
>>Nunca aprenderás nada...
El perro apretó tanto los dientes
que su rechinar hizo crujir el cielo con un trueno ensordecedor.
Por más que quisiese, sabía que no
tenía nada que hacer.
El anciano hizo el amago de
levantar la mano de nuevo, mas no hizo falta, el perro se perdió en la
espesura, como alma que lleva el
diablo...
* * *
Cuando se despertó, su instinto le
hizo llevarse las manos al vientre.
Allí, para su sorpresa, encontró
otras. Las de un venerable anciano.
Ya no había heridas, ya no había
sangre. No había dolor.
El anciano le sonreía.
—¿Qué ha pasado? Debería estar
muerto —preguntó.
—Y quizás lo estés; o al menos, en
una forma corpórea —fue la respuesta.
Arturo escuchó.
—He decidido darte un don, mi buen
amigo.
>>Ya fuiste LA JUSTICIA, y
no funcionó.
>>Quizás fuera porque tu
sensibilidad puede ayudar más, que un par de revólveres empuñados con coraje.
>>Es cierto que no hay
muchas almas que estén dispuestas a pagar con su vida física una deuda que les
es ajena, por dos veces. Por eso, desde ahora, serás El Contador de Historias.
La gente necesita de estas más que el pan, pues les dicen cómo vivir, y el
porqué. Instruyen la conciencia y forman el espíritu. Y tú eres un buen
narrador.
A cada palabra del anciano, Arturo
experimentaba una paz tremenda.
—Pero Marcos, Javier, las
Craenarias, el planeta... —balbuceó.
El anciano endureció su semblante.
—Las cosas han de ser como son
—comenzó—. Unas veces se gana, otras, se pierde. Es el precio del libre
albedrío. Cada uno obtendrá la recompensa de lo que labre su alma. Algunos
desaparecerán, otros volverán a la vida en otro tiempo, otro lugar, otro
cuerpo. La vida física no es sino el destinatario de una porción de alma
cósmica que recibís los seres al nacer dentro de vuestro propio universo. Por
eso descubrís arquetipos que os atraen, aun cuando las centurias separen dichas
reencarnaciones.
>>No pases temor ni
aprensión por tu muerte física: es un mero trámite antes del reencuentro. Una
antesala del renacimiento. Así tú lo has experimentado. Así has de narrar a
otros tus historias.
>>Todo don conlleva una gran
responsabilidad y espero de ti que hagas buen uso del que te brindo, pues,
hacia quienes irás encaminado, serán seres que necesiten una historia y no otra
cosa. Guiarás, ayudarás. Junto a ti dejo mi opción. De ti sólo dependerá
aceptarla.
Y tal como apareció, el anciano se
marchó internándose en la espesura.
Arturo se durmió con sus palabras
arrullándole en la mente.
* * *
Una
nueva sensación recorrió su rostro. Lo estaban lamiendo.
Sorprendido, Arturo se despertó.
Aún seguía lloviendo, pero esta
vez la humedad venía de la lengua de un tremendo animal blanco, a medio camino
entre un perro y un gato.
Una brillante luz verde salida de
un bastón clavado en la tierra los iluminaba a los tres.
El Jardinero le acercó un cuenco
de madera a la boca y le hizo beber un líquido fosforescente.
En unos instantes, Arturo se pudo
incorporar.
Un poco después, ayudado por El
Jardinero, se perdió en el fondo del bosque.
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спасибі
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(c) Rafael Heka ;-)
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