sábado, 15 de octubre de 2016

Lineal C Serial 14: Alfa



El cuerpo de Arturo, reventado de pecho para abajo, regaba de sangre el bosque.
Marcos no se molestó en ayudarle lo más mínimo. De toda la historia que le contó, sólo creyó lo último, lo de que había matado a Javier. Aquello le cegó hasta el punto de terminar con la vida del escritor. Javier era su amigo y Arturo lo había matado.
El perro, sin embargo, se quedó allí, esperando; esperando a que Marcos se perdiera de vista lo suficiente como para devorar su sabrosa presa, por segunda vez.
Y allí estaba, babeando por sus fauces diabólicas, relamiéndose como una pútrida bestia infernal mientras Arturo se retorcía en grotescos movimientos consumiendo sus últimos hálitos de vida.
El perro se acercó un poco más y se dispuso a devorarlo cuando una voz inesperada lo detuvo.
—¡QUIETO! —atronó ésta a sus espaldas.
El perro se volvió rabioso.
¿Quién osaba molestarle en ese momento?
Devoraría a quien fuera, a quien fuera...
Menos a ÉL.
Un anciano de encorvada figura, largas barbas y retorcido cayado, clavó sus luminosos ojos azules sobre él.
—Ni se te ocurra tocarlo —exclamó desafiante.
El perro gruñó y erizó todo su cuerpo.
No podía ser.
NO.
En un fiero ademán, saltó sobre el anciano.
Con un simple movimiento de mano, el perro recibió el impacto de mil muros golpeándole los huesos.
Cayó dolorido al suelo.
El anciano sonrió:
—Eres un infeliz —dijo decepcionado.
>>Nunca aprenderás nada...
El perro apretó tanto los dientes que su rechinar hizo crujir el cielo con un trueno ensordecedor.
Por más que quisiese, sabía que no tenía nada que hacer.
El anciano hizo el amago de levantar la mano de nuevo, mas no hizo falta, el perro se perdió en la espesura, como alma que lleva el diablo...


* * *


Cuando se despertó, su instinto le hizo llevarse las manos al vientre.
Allí, para su sorpresa, encontró otras. Las de un venerable anciano.
Ya no había heridas, ya no había sangre. No había dolor.
El anciano le sonreía.
—¿Qué ha pasado? Debería estar muerto —preguntó.
—Y quizás lo estés; o al menos, en una forma corpórea —fue la respuesta.
Arturo escuchó.
—He decidido darte un don, mi buen amigo.
>>Ya fuiste LA JUSTICIA, y no funcionó.
>>Quizás fuera porque tu sensibilidad puede ayudar más, que un par de revólveres empuñados con coraje.
>>Es cierto que no hay muchas almas que estén dispuestas a pagar con su vida física una deuda que les es ajena, por dos veces. Por eso, desde ahora, serás El Contador de Historias. La gente necesita de estas más que el pan, pues les dicen cómo vivir, y el porqué. Instruyen la conciencia y forman el espíritu. Y tú eres un buen narrador.
A cada palabra del anciano, Arturo experimentaba una paz tremenda.
—Pero Marcos, Javier, las Craenarias, el planeta... —balbuceó.
El anciano endureció su semblante.
—Las cosas han de ser como son —comenzó—. Unas veces se gana, otras, se pierde. Es el precio del libre albedrío. Cada uno obtendrá la recompensa de lo que labre su alma. Algunos desaparecerán, otros volverán a la vida en otro tiempo, otro lugar, otro cuerpo. La vida física no es sino el destinatario de una porción de alma cósmica que recibís los seres al nacer dentro de vuestro propio universo. Por eso descubrís arquetipos que os atraen, aun cuando las centurias separen dichas reencarnaciones.
>>No pases temor ni aprensión por tu muerte física: es un mero trámite antes del reencuentro. Una antesala del renacimiento. Así tú lo has experimentado. Así has de narrar a otros tus historias.
>>Todo don conlleva una gran responsabilidad y espero de ti que hagas buen uso del que te brindo, pues, hacia quienes irás encaminado, serán seres que necesiten una historia y no otra cosa. Guiarás, ayudarás. Junto a ti dejo mi opción. De ti sólo dependerá aceptarla.
Y tal como apareció, el anciano se marchó internándose en la espesura.
Arturo se durmió con sus palabras arrullándole en la mente.



* * *

  

Una nueva sensación recorrió su rostro. Lo estaban lamiendo.
Sorprendido, Arturo se despertó.
Aún seguía lloviendo, pero esta vez la humedad venía de la lengua de un tremendo animal blanco, a medio camino entre un perro y un gato.
Una brillante luz verde salida de un bastón clavado en la tierra los iluminaba a los tres.
El Jardinero le acercó un cuenco de madera a la boca y le hizo beber un líquido fosforescente.
En unos instantes, Arturo se pudo incorporar.
Un poco después, ayudado por El Jardinero, se perdió en el fondo del bosque.

gracias
thanks
merci
спасибо
感謝
dank
go raibh maith agat
спасибі

(c) Rafael Heka ;-)




No hay comentarios:

Publicar un comentario