—¡Ooooooohaaaaaaaaa! —gritaba Barael
tratando inútilmente de controlar el Rsjfgs-cóptero. Unos espectros con forma
de bolas de billar golpeaban insistentemente el casco mientras el taco y las
tizas intentaban destrozar las alas.
Tirando de un par de palancas consiguió que
el aparato entrara en barrena trazando curvas, en una trayectoria que no dejaba
lugar a dudas en su intento por precipitarlos a aquel espeso mar de kétchup.
—¡Súbelo, Barael! ¡Súbelo! —gritó asustado
Rsjfgs.
Empujó hasta el fondo la palanca central y
tiró con todas sus fuerzas de las palancas laterales: el artefacto se elevó
dejando momentáneamente atrás a los espectros.
—¡Aceléralo! —gritó.
Rsjfgs giró una maneta situada sobre su
cabeza hasta llegar al tope. El aparato sufrió un espasmo: acababan de reventar
dos válvulas delanteras. ¿La hélice? A todo trapo.
Barael aferró entonces las palancas y pilotó
lo más concentrado y hábil que pudo. Los espectros volaban velozmente hacia
ellos y no buscaban charlar de tangas, precisamente.
Rsjfgs, alarmado ante la increíble velocidad
que podía adquirir la magia solidificada, gritó:
—¡Tira de la segunda palanca comenzando por
la izquierda!
Un “clack” y de la parte trasera del
cacharro se abrió una compuerta que liberó una red cuyo objetivo se cumplió al
atrapar las bolas de billar, cerrarse y etiquetarlas con un membrete que
rezaba:
“Se acabó el juego”.
El taco y las tizas miraron incrédulas como
sus compañeras caían al mar.
Las tizas, obedeciendo a un cuchicheo del
taco, se colocaron entonces frente a él y esperaron.
Rsjfgs le dijo a Barael:
—¡Cuando yo te diga, te tiras en picado!
—¡Vale!
El taco se movió como si fuera un bate de
baseball y bateó las dos tizas
—¡AHORA! —gritó Rsjfgs.
Barael empujó las palancas laterales y el
artefacto cayó en el justo momento en
que iba a ser impactado.
Las tizas, incapaces de controlar su vuelo,
se estrellaron contra uno de los innumerables muros del castillo fantasma.
Barael trazó una hábil maniobra de elevación
y sobrevoló la tapia esquivando dos almenas muy altas.
Desde aquella altura ya sí que pudieron por
fin contemplar el castillo en todo su esplendor: Cinco extraños torreones en
las aristas del pentágono que conformaba sus muros, un patio central pentagonal
plagado de árboles y heterodoxas torres y, cómo no, un ejército de espectros
pululando por todos lados.
—¡¿Y ahora qué?! —preguntó Barael.
Rsjfgs echó un vistazo:
—¡Ni se te ocurra bajar. Si lo haces, nos
devoran!
Los espectros, advertidos por su presencia a
causa del ruido tan atronador que emitía el aparato, iniciaron sus amistosas
maniobras de acercamiento.
Fijando la vista, Barael exclamó:
—¿Seguro?
No fue extraño que dudara. Aquellas
apariciones, más que dar miedo, hacían gracia. Había espectros de botellas que,
antaño llenas, ahora sólo conservaban parte de la etiqueta. También había
espectros de jugadas de póker que, pudiendo ganar, no lo hicieron por cobardía.
Espectros de vasos a medio llenar; espectros de animales muertos; espectros de
gusanos gigantes; de búhos con vista de lince; de linces con vista de topo; de
topos con ojos de telescopio; vamos, cosas normales de andar por casa que uno
se encontraría nada más salir a la calle. Hasta había grupos de espectros, como
el que formaba aquella boca junto a la víbora cornuda y el león; o la doble
mecha de lino trenzado junto a los dos brazos apuntando al cielo haciendo una
u; o el ojo y la jarra de alfarero; o el laurel sujetando al enamorado, a la
rueda, a la fuerza, al loco, a la torre, al juicio, a aquella otra rueda y a un
mago.
Vamos, que Barael nunca había visto junta
tanta cosa rara en su vida, y eso que creía, ingenuamente, que después de haber
luchado contra el gran maligno lo había visto todo.
—¡Bueno y ¿cuál es el plan?! —preguntó.
—¡Tenemos que encontrar al amo del castillo!
Barael pensó que eso ya se le había ocurrido
a él, pero no se lo dijo pues tuvo que esquivar a un látigo de siete colas que
amenazaba con arrancarle el casco.
Mientras driblaba un par de espectros con
forma de amarracos miró de nuevo a los torreones ubicados en los vértices de la
muralla pentagonal.
Los contempló con detenimiento. Eran todos
muy distintos y dispares.
Cada uno representaba un tipo de juego: El
torreón más alejado, alto y presuntuoso, semejaba una atalaya fabricada con
naipes; La más cercana, algo más humilde, parecía exactamente un gran cubilete
de dados vuelto del revés; otra, un poco más alejada, era tal cual, tal cual,
una torre de ajedrez; Los dos torreones que faltaban tampoco desmerecían, uno
tenía forma de ficha de dominó ( concretamente, el seis doble) y el otro retaba
al observador constantemente a adivinar su forma en un ejercicio de
desconcierto visual sin precedentes.
El aparato dio un brinco en el aire.
—¡¿Qué pasa?! —preguntó Barael.
—¡Tenemos problemas!
—¡¿Son muy graves?!
—¡Me temo que sí! —respondió el jorobado
mientras se limpiaba el aceite de la cara—. ¡Se ha partido un piñón de
transmisión!
—¡¿Lo que significa…?!
—¡Que el Rsjfgs-cóptero se parará!
—¡¿Se parará, de pararse?!
Los espectros se acercaron más.
—¡No! —apostilló Rsjfgs—. ¡Se parará, de
hostiarnos vivos!
—¡Nunca debí de hacerte caso!
—¡Ahora ya no importa mucho, ¿no crees?!
¡Pilota y calla!
—¡Joder que no! ¡Ahora es cuando más
importa!
La hélice comenzó a girar lentamente.
Los espectros, sobre todo los que tenían
forma de amarracos -unos cuarenta, aproximadamente-, les rodearon.
Barael tiró de las palancas hacia atrás,
pero apenas obtuvo resultado. La hélice motriz no giraba ya con suficiente
fuerza como para sacarles del atolladero.
El aparato inició el descenso
peligrosamente, por no decir que lo más triste de todo aquello iba a ser que
nadie podría discernir qué resultó aparato, qué anatomías.
Los amarracos se acercaron más.
Unas fichas de apostar taponaron, por si
acaso era un truco, la salida ascensional.
Sólo les quedaba la opción de bajar y tomar
tierra; ¡y vaya si se iban a hartar!
¡Clock! La hélice se paró definitivamente,
el tiempo, igual de lo mismo, y el aparato no fingió más, cayendo como una
piedra mientras la barba de Barael se subía tapándole la cara y los congojos le
aprisionaban la garganta amenazando con salírsele por la boca.
Los espectros los acogotaron a gusto.
—¡Gafe! —espetó Rsjfgs.
—¡Que sí, que sí! —No, si al final va a
ser verdad.
Y realmente pensó que aquella iba a ser su
última estúpida equivocación hasta que todo se paró milagrosamente como en una
pausa de un vídeo doméstico dejándolos colgados cual soga en un patíbulo.
Barael se quitó la barba de la cara, tragó
saliva y congojos y miró a los inmóviles espectros.
Los amarracos se separaron entonces como
títeres en manos de quien ahora se abría paso a través de ellos deslizándose
por el aire erguido sobre un dado de seis caras sin marcar. Alguien que no
podía ser otro que el gran brujo artífice de toda aquella majadería: ¡Un
muchacho!
Un muchacho, sí. Y a juzgar por su aspecto,
un muchacho al que no le vendrían mal un buen par de hostias. Pero todo a su
debido tiempo.
Para empezar, era algo gordo y venía
cubierto únicamente[1]
con una túnica rojo claro. Una especie de asquerosa bata-manta (ideada en la
demencia para poder hasta cagar sin desvestirse[2])
llena de lamparones y manchas entre las que se adivinaban parches representando
palos de baraja como: piedras, rubíes, gatos, perros, etc.
El barbilampiñismo en esa cara porcina con
la que insultaba a la humanidad y rompía superficies reflectantes se compensaba
con una greñuda pelambrera escarlata digna de alguna que otra fiera de esas que
deambulan por las sabanas africanas o los conciertos de Obús.
Eso sí, sus ojos, carentes de pupilas, eran
de un rojo sangre tan penetrante e intenso que inferían autentico miedo. Algo
tenía que tener el chaval.
—Hola —exclamó con una voz entre chillona,
profunda, risueña y excesivamente contenta, teniendo en cuenta la situación.
Barael saludó tímidamente con la mano y
Rsjfgs no pudo decir nada, tan sólo tragó saliva, nadie supo jamás dónde tenía
sus congojos.
* * *
Los tres estaban sentados a una mesa
pentagonal.
En ella había un tapete de fieltro rojo y
sobre él tres cartas.
—Esta mano la gano yo —dijo el muchacho,
llevándose los naipes hacia sí—. Canto las once y media en kétchup.
Barael posó sus cartas sobre la mesa y
exclamó:
—Mira, Renemías: no queremos jugar más a los
naipes. Ya llevamos dos días. Estamos un poco hasta esto que rima con la tribu
esta… ¿cómo eran Rsjfgs?
—Suevos.
—Pues eso.
—Sólo una mano más —pidió el niño.
—No si no nos dices por qué has hecho
desaparecer a los duendes del poblado de Rsjfgs.
El niño no contestó y soltó una carta sobre
la mesa.
—Renemías, ¿por qué? —preguntó Rsjfgs
molesto ante su indiferencia.
—Sigues tú, Barael —respondió el niño sin
hacer el menor caso al comentario del jorobado.
—No jugaré más —sentenció Barael cruzando
los brazos.
—Muy bien, tú lo has querido —respondió el
niño levantando una de sus manos sin dejar de mirar sus cartas.
Automáticamente, Barael se convirtió en una
botella de vino.
—Oh… no. Otra vez no —comenzó Rsjfgs
enterrando la cabeza entre sus brazos—. Es la tercera vez que tengo que ganarle
a este niñato para que vuelvas a tu forma normal, ya está bien…
Renemías levantó la mano y dijo:
—¿Eso de niñato va por mí?
Rsjfgs dijo:
—No, no, no. Juguemos, juguemos pedazo de
mamón.
—Ah —contestó Renemías bajando la mano—.
Creía. Venga, tú sales.
* * *
—Cierro a rubíes —sentenció Renemías
colocando una ficha de dominó en su lugar—. Gano yo. Como te gane otra vez
habrás perdido.
Barael, sentado al lado de una cantimplora
gigante en una mesa circular de mármol rojo, contestó:
—No me vas a ganar.
—¿Tan seguro te crees?
—Tan seguro —respondió.
—Y ¿qué te hace estar tan seguro?
—Pues que si pierdo me deberías de convertir
en algo agradable a tu vista como has hecho con mi amigo. Pero si lo haces no
tendrás con quien jugar. Así que, dudo mucho de que pierda.
Renemías le miró enfadado.
Después, levantó una mano y cerró los ojos.
Barael también.
Con un “plof”, Rsjfgs dejó de ser una
cantimplora para convertirse en un duende jorobado y, esta vez, jorobado de
verdad.
—Bueno, ahora estamos como al principio y sí
te puedo convertir en lo que quiera. Ea, a jugar —le espetó Renemías
desafiantemente.
Barael colocó de muy malos modos una ficha
de dominó para abrir la partida.
—Te dimos una paliza a las cartas en la que
tú llamas la Torre Ennaipada. Prometiste que si lo hacíamos, nos dirías el
porqué de las desapariciones. ¡Dínoslo!
El niño respondió colocando una ficha en la
mesa:
—Porque me harté de los juegos estúpidos. En
particular de uno.
—¿De cuál? —preguntaron.
—Si conseguís ganarme en esta torre os lo
diré.
Barael y Rsjfgs continuaron jugando ininterrumpidamente.
Desgraciadamente, perdieron.
* * *
Aquella era la Torre del Ajedrez.
La mesa era triangular y labrada en humo.
El tablero también era triangular y estaba
divido en 96 casillas triangulares.
Cada uno de los duendes estaba sentado en un
lado del triángulo controlando un ejército de fichas.
Unos espectros de perros contemplaban la
partida.
Barael iba ganando.
—¿De dónde sois? —preguntó Renemías.
—¿Y tú cabronazo? —contestó ásperamente Barael.
Después, adivinando las consecuencias de su insolencia insinuó: —. Esta vez en
taza de cerveza, por favor. Es que me hace ilusión.
Renemías respondió sonriendo mientras se
comía con una ficha de gato una ficha de duenda de Rsjfgs:
—Yo soy de aquí, de Rojo.
—Pues yo de Blancualín.
—Bonito país —respondió el niño.
Barael, así como quien no quiere la cosa,
dejó caer:
—¿No sabrás por qué el Blanco es el más
importante de los colores, verdad?
El niño contestó escuetamente:
—No. —Y movió ficha.
Barael movió también y luego lo hizo Rsjfgs:
—Te dije que eso no lo sabe nadie aquí en
Rojo.
—Puede que alguien si lo supiera, pero está
demasiado enfermo como para decir nada —respondió Barael comiéndose una oruga
de Renemías.
—¿Y se puede saber quién es ese duende? —le
preguntó éste enfadado por la pérdida de la ficha.
—El rey Rojnald —contestó Barael.
Renemías se quedó petrificado con su ficha
aún colgando de los dedos:
—¿Has dicho que está muy enfermo?
—Así es. —Y colocó una ficha en el centro
del tablero a la vez que exclamaba triunfante:
>>¡Raque moche!
Renemías pareció perder interés a lo que iba
a decir y miró el tablero con ira.
Los espectros de los perros aplaudieron con
sus patas.
—Gracias —les dijo Barael saludándolos
amablemente.
Renemías levantó un dedo fríamente y todos
los chuchos desaparecieron ante la mirada sobresaltada del duende blanco. Será
cabrón…
Rsjfgs preguntó:
—Bueno, creo que nos debes una respuesta. ¿De
qué juego es del que te cansaste?
—Del rócol —respondió enviando una
sorprendente mirada de preocupación hacia Barael.
Rsjfgs no entendió el juego de miradas y
preguntó ingenuamente:
—Bueno, ¿y si te ganamos en la próxima torre
nos dirás ya por qué te cansaste del rócol e hiciste desaparecer a la población
de mi pueblo?
—Quizás —respondió preocupado Renemías.
* * *
El golpe seco sobre la mesa resonó en toda
la habitación como un trueno: no por nada la Torre del Cubilete era la de mejor
resonancia del castillo.
Renemías levantó el vaso de cuero y retiró
dos dados con el mismo dibujo: un anillo.
Después, agitó los cuatro dados restantes en
el cubilete y lo puso boca abajo. Miró el contenido sin que nadie más lo
pudiera ver y, pasándoselo a Rsjfgs, sentenció:
—Brik de anillos-diademas.
Rsjfgs levantó el cubilete diciendo:
—No me lo creo. —Y, efectivamente, los dados
del cubilete junto con los que había fuera de él no creaban la jugada cantada
por el niño.
Barael anotó la letra O de la palabra
Perdedor en un bloc y, mientras Rsjfgs batía los dados de nuevo, le preguntó a
Renemías:
—El juego ese de que nos hablaste que te
habías cansado, el rócol, ¿en qué consiste?
La cara del niño se convirtió en el espejo
de la ira. Contestó:
—En un juego estúpido donde un grupo de
duendes ha de introducir una roca en el pozo del equipo contrario. Fíjate qué
estupidez. Un juego en el que no se utiliza para nada la inteligencia. Un juego
que cansa al verlo dos veces seguidas. Un juego para descerebrados, para
idiotas, para… —Su cuerpo se estremeció con espasmos convulsivos.
Rsjfgs se levantó rápidamente de su silla y
le sujetó mientras Barael lo tranquilizaba.
Ya más calmado, se enjugó el sudor frío de
la frente y les pidió que se sentaran cada uno en su sitio para continuar el
juego.
Barael, que veía la oportunidad del siglo,
le preguntó:
—¿Tú creaste el hechizo, no es así?
El muchacho le miró ahora culpable con sus
auténticos ojos de niño. Inesperadamente, chasqueó los dedos y desapareció.
—Yo no entiendo nada —exclamó Rsjfgs con
cara de gilipollas.
—Pues fíjate una cosa, compañero. Por
primera vez desde que estoy en Rojeria, comienzo a comprender las cosas
—contestó Barael.
* * *
Barael y Rsjfgs aguardaban en la Torre de las Adivinanzas.
Esta vez Renemías apareció en la habitación
de la misma manera que desapareció la noche anterior.
Barael lo esperaba con ansiedad.
El niño empezó con mucha calma:
—He de deciros que, tanto como si me ganáis
en las adivinanzas, como si no, os dejaré marchar.
Rsjfgs preguntó bastante contento:
—¿Pero nos dirás que ha sido de la gente del
poblado…
El niño no respondió.
Barael le dijo:
—¿Vas a ir a verle, verdad?
El niño le miró. Sus insondables ojos
parecían preocupados.
—¿Tan mal está?
—Sí —respondió Barael muy serio.
Rsjfgs les miraba atónito sin saber qué
decir.
El niño rompió a llorar.
Barael se acercó y le colocó la cabeza en su
regazo.
Rsjfgs iba a decir algo, pero la señal de
Barael le conminó a lo contrario.
—Yo no quería hacerle daño —balbuceó
Renemías entre sollozos.
Después se soltó y le dijo a Barael en tono
de disculpa regada en lágrimas:
—No me hacía caso, tampoco a mi madre o a mi
hermana. Todo el día se lo pasaba con sus amigotes viendo los malditos partidos
de rócol.
>>En los pueblos la gente pasaba las
horas muertas practicando ese estúpido deporte. Hasta viajaban de todos los
lugares del país al estadio de palacio para ver el partido de la liga que él
mismo creó.
De nuevo, volvió a llorar desconsoladamente
mientras gritaba:
—¡Mi madre se marchó con mi hermana y yo me
quedé solo con él! Y no porque mi madre no quisiera llevarme con ella, sino
porque mi propio padre decretó que si ella se iba y se llevaba a mi hermana, yo
habría de quedarme a su lado. Mi madre no pudo hacer nada: huyó desesperada
para salvarse de la muerte por depresión profunda. Huyó de él como de la peste
o las enfermedades. Se fue destrozada y él ni siquiera fue capaz de pedirle que
se quedara. No fue capaz de rectificar. Se lo pasaba mejor riéndose a su costa
con sus malditos amigos, haciéndola sufrir.
Se enjugó los mocos en la túnica y continuó
hablando y llorando:
—Con mi madre en palacio las cosas no iban
bien, pero se soportaban. Cuando ella se marchó la situación se hizo
inaguantable.
>>Mi padre me dejó absolutamente de
lado y siguió preocupándose de su puñetero rócol. Nada de lo que yo pudiera
hacer le parecía interesar. Tanto fue lo que le odié por toda la culpa que
tenía de que nuestra familia se hubiese roto, que me aficioné a la magia.
Bueno, me aficioné…, me refugié en ella. Creé a mis amigos: los espectros; creé
este castillo. Creé muchas cosas hasta que ya, no pudiendo soportarlo más, me
dije: Muy bien, Renemías: <<¿para tu padre no es el rócol lo más
importante? ¿No lo ha antepuesto a absolutamente todo y a todos, incluida a su
familia? Pues hagamos que de ahora en adelante, realmente, sólo viva para
contemplar ese maldito deporte>>. Y lancé un hechizo fortísimo que
obligaba contra su voluntad a todo aquel espectador de rócol que presenciara un
encuentro o parte de él a no poder dejar de mirar nunca al estadio, y a que los
jugadores, empezado ya el partido, tampoco pudieran dejar de jugar. Luego me
vine a vivir aquí, con mis espectros, mis cartas, mis dados, mi dominó…
>>¿Por qué no me fui con mi madre? Por
miedo, por temor a no ver en qué acababan las cosas, no lo sé. Al principio la
conciencia no me remordió, pero, de un tiempo a esta parte, noté demasiada
maldad en algunos de mis espectros. Ellos debieron de ser los que devastaron tu
poblado. Se me han ido de las manos. Se me ha ido la olla —concluyó triste
mirando a Rsjfgs. Después cayó de rodillas en el suelo y reventó a llorar.
Rsjfgs no terminaba de comprender. Barael le
explicó lo sucedido en el Palacio de Roca.
El jorobado se agachó con Barael y ambos
consolaron al infeliz muchacho.
[1] Y quiero decir: “Únicamente”.
[2] El producto existe y lo podéis adquirir. No, no
es coña. Bucead por vuestras redes de información digital. Luego daré más
pistas.