si no leéis los libros de Stephen King, os condenaréis...
A lo nuestro (la semana que viene hablaremos de American Gods). Música, música, ¡MÚSICA!, Maestro ;-)
El duende blanco caminaba con dificultad por
la estrecha vereda que discurría en torno a aquel peligroso desfiladero. El
terreno accidentado, pedregoso e incómodamente lindado a las izquierdas por un
recio muro de piedra roja no hacía más que acrecentar su ansiedad con sus
soterradas incitaciones al descalabramiento.
Según le contara el portero en el corto rato
que decidió acompañarle (más por sonsacarle que por instruirle, y justo hasta
la irrupción del acantilado), aquel era el famoso Muro de la Discordia. Cuando
ya muchísimos años atrás el reino de Rojeria se dividió en dos (el Reino de los
Duendes Rojos o Reino de Rojo y el Reino de las Duendes Rojas o Reino de Roja),
ambas partes se pusieron de acuerdo para edificar un muro que dividiera el país
en dos partes exactamente iguales y simétricas. Una obra faraónica que tardó
muchos años en ser construida. Por un lado las duendes levantaron su gruesa
empalizada de rubíes mientras por el otro los duendes alzaron rocas y rocas
hasta conseguir quedar aislados por completo. La discordia que había hecho
dividir el país ya nadie la recordaba pero la hostilidad, desgraciadamente,
aumentaba con el paso del tiempo y nadie parecía tener ya el más mínimo interés
por solventarla. Quizás él lo hiciera. Todo era posible: llegar a la corte de
Rojo, escoñarse grotescamente allá abajo, que aquel carroñero graznante le
arrancase los ojos.
¿Carroñero graznante? ¿Arrancar? ¿Ojos?
El enorme bicho, como si en aquel justo
momento le hubiera leído el pensamiento, descendió desafiante con ojitos de sincera
amistad teniendo muy claro su necesidad imperiosa de inflarlo a caricias.
Barael aceleró entonces la marcha a pesar
del enorme peligro que esto representaba para su propia integridad física. Una
integrad física investida hortera e indignamente de unos pantalonzucos de cuero
rojo y una camiseta (obsequio de su nuevo admirador, a la orden
de <<ropa de macho>>) a juego con el mefistofélico entorno. No
sabía qué le iba a dar más rabia, si que se lo merendara el bicho o que lo
hiciera vestido de chulo de playa.
El carroñero hizo caso omiso a la disyuntiva
siguiéndole a corta distancia. No era racista. Para él todo lo que se movía por
ahí abajo era comida con la que apaciguar esa sensación criminal que le brotaba
a veces desde el estómago.
Barael se intranquilizó (por no decir otra
cosa con pelos), cogió su zurrón, sacó un trozo de carne seca de abeja y la
lanzó en dirección al carroñero. Quizás aquello lo contuviera.
Éste la cazó al vuelo, la engulló y graznó
agradecido por la tapa mientras se tiraba en picado a por su benefactor,
deseoso ya de carne magra y palpitante. ¡A buenas horas con fruslerías!
Todo estaba perdido. Iba de culo, cuesta
abajo y sin frenos, por lo que emprendió a la desesperada una carrera
totalmente irracional, convencido de estar viendo ya al de la guadaña tamaño
familiar sonriendo cruelmente de oreja a oreja.
El carroñero, en respuesta también, abrió
sus fauces y le tiró un buen mordisco. Ya sabéis, uno de esos que defenestran
búfalas calvas de tropecientos kilos y de paso siegan el monte. El pobrecico
dio un instintivo salto para esquivarlo y… lo esquivó. De lo que no se dio
cuenta fue de que su salto le precipitaba de lleno al abismo que tanto había
intentado evitar.
Como el Coyote en una de los Looney Tunes su
cuerpo cayó y cayó y cayó, hasta que las rápidas garras del bicho se le
clavaron salvajemente en la espalda detonando un par de tremendas
deflagraciones sanguíneas. Antes de haber podido abrir otro nuevo cráter
en el Valle de los Hoyos, Barael se desmayó.
Un poco de inercia, músculos, batir
esforzado de alas y listo. El carroñero levantó triunfante el vuelo más
contento que Jason[1]
en una guardería y se cruzó en apenas un pestañeo el Muro de la Discordia
camino de Roja. Una corta travesía desgraciadamente delatada por la verde
sangre del duende pues, de repente (ahí lo de corta), una saeta rasgó el aire
sentenciando un último verso de esa justicia que apellidan poética.
El carroñero buscó estúpidamente pero no
captó la visual hasta ser demasiado tarde. El asta de acero impactó en su pecho
lanzándolo hacia atrás como si se hubiera empotrado contra un obstáculo
invisible o Harry Callahan hubiese apretado el acerado gatillo de su 44 Magnum.
Las pupilas se le dilataron, un dolor insoportable lo laceró, sus garras se
abrieron y el cuerpo inerte de Barael cayó al vacío, terminando entre las rocas
tras cientos de metros de vueltas y trompicones. Molesto, el animal se retorció
en el aire tensando su musculatura precipitándose también al vacío más muerto
que vivo pocos instantes después.
Allí se retorcía agitando las alas y
borboteando sangre por el pico, cuando a los pocos instantes un felino enorme
con la piel jaspeada de rojo y rosa se abalanzó sobre él y le arrancó la cabeza
de un mordisco. Tras él ascendió de entre las rocas una duende. Una duende de
gran melena y coletas, cubierta pobremente con pieles desgreñadas.
Acercándose al cadáver del carroñero posó su
arco en las rocas, colocó uno de sus robustos pies en el pecho del ave y le
arrancó enérgicamente la flecha ante la mirada inquietante de su gigantesco
gato.
Después limpió la flecha, la guardó en su
carcaj y le arrugó la nariz señalando una peña distante.
Sin más, el animal desapareció raudo y
sigiloso.
La duende hincó entonces una rodilla en los
pectorales del carroñero y comenzó a despellejarle ayudándose de un tremendo
cuchillo que le hacía las veces espada, amedrentadragones y mondadientes. Por
lo visto era un regalo de un tal Dundee, o algo así…
Pero bueno, vamos, que para cuando ya estaba
terminando, el gato regresó con el cuerpo de Barael entre sus fauces, lo posó
junto a ella y se recostó panchamente como sólo pueden hacer los gatos que
parece que te perdonan la vida. (Aunque en este caso fuera literal. No
quisierais imaginar lo imponente de este bicho y la mala leche que se gastaba).
Y sin embargo en sus lomos terminó todo.
Las pieles, el cuerpo del duende y el trasero de su compañera. Una carga que
humildemente transportó peñas arriba una vez que su compañera aferró sus
tupidas crines y lo espoleó cariñosamente con sus desnudos talones.
* * *
Some time after
Estaba todo oscuro, muy oscuro.
Pese a que no podría distinguir un dolor
focalizado, los costados le ardían algo más que el resto. Creía recordar algo,
pero no lo tenía claro.
Tampoco recordaba quién era. Ni qué
significaba aquel borrón que le pasó cerca.
Notó una calidez en su espalda, luego un
nuevo dolor y se volvió a desmayar.
Time…
* * *
More
time
—Agua, agua —gritó.
Una claridad se le acercó y sus labios
sintieron humedad.
Bebió con ansia y se volvió a dormir.
Much longer
* * *
But much longer...
Estaba boca abajo. Lullaby[4]@.
¡”·$%&/()=?
Le costaba abrir y cerrar las manos. Sobre
todo la izquierda.
Giró la cabeza para mirársela pero el dolor
le hizo perder de nuevo la consciencia.
An awful lot of time
* * *
Insane amount of time…
Se asustó. Una duende con la cara muy sucia le miraba
fijamente. ¿A personal Jesus?
[5]@
Maybe…RRRRRRRRRRRR.
Se encontraba cansado pero con la sensación
de que todo lo peor había pasado.
La duende le sonrió con cariño posándole una
de sus manos en la frente.
Barael se miró agradeciendo el gesto sin
poder ver mucho, su cuerpo permanecía aprisionado bajo una tupida piel que
pesaba como mil demonios.
—Gracias —exclamó fatigado.
La duende le puso enseguida un dedo sobre
sus labios haciéndole callar.
Quiso levantarse, pero al incorporarse un
tremendo mareo se apoderó de él. ¿Fade to
grey[6]@? ajjaj.
* * *
A T.A.R.D.I.S. time
Al despertarse se encontraba solo. This is beginning
to feel like the dog wants a bone, say: la, la, laaaa, la la lalala…DLZ[8]@.
Todavía le dolía la espalda, pero se sentía bien (In
fact felt hyperactive[9]@)
así que se incorporó lentamente tratando de que el mareo y los accesos de
vómito no lo dominaran.
Lo primero que descubrió es que vestía un
montón de pieles; unas cálidas y tupidas pieles rojas. Después, que se
encontraba en una cueva.
Caminando torpe y dolorido fue hacia la
salida.
Descorrió una piel que cubría la entrada,
salió al exterior y, como buen capullo, se comió unos cuantos kilos de
solitrones. (Es decir, que se le iluminó la almendra como una de esas calaveras
de cristal vuestras frente a los faros de un camión).
Cuando sus ojos se acostumbraron a la
claridad y, temerosos, retomaron su posición habitual, contempló un rojo
paisaje muy agradecido de no haberse matado pues, contra todo pronóstico, se
balanceaba afortunado en la cornisa de lo alto de un gran risco, un risco de
roca roja. Un risco igual al de cientos de riscos rojos que se apiñaban
majestuosamente cubriéndolo todo mientras el cálido fulgor de un rojizo sol
bañaba sus cumbres peladas.
Un sonido de agua corriente lo hizo volverse
comprobando que cerca de allí fluía un arroyo de aguas encarnadas.
Se acercó con cuidado, colocó sus manos en
forma de cuenco y, agachándose, sació su sed.
Sabía bien, estaba fresca.
Cogió un poco más y se lavó.
En ese momento una mano se posó suavemente
en su espalda.
Sobresaltado, se volvió.
Era su salvadora.
Tenía la cara sucia y le miraba
cariñosamente.
El duende se levantó aprovechando para
secarse.
—Hola —le dijo.
La duende no contestó. Le cogió del brazo e
hizo ademán de llevárselo a la cueva.
Barael se soltó diciéndole cordialmente:
—Estoy bien. No quiero acostarme.
La duende, sin hacerle caso, gruñó y le
cogió otra vez.
Barael no se resistió y la acompañó. Igual
comía algo, porque la verdad es que tenía un hambre de mil pares.
Una vez en la cueva, la duende, bruscamente,
le tiró al camastro y se le puso encima.
Barael se quejó por las heridas sin obtener
clemencia.
Asustado, exclamó:
—¿Qué…?
Y no pudo decir más. Es verdad que la duende
estaba encima y que le dolía mucho todo el cuerpo, pero no parecía que ella
quisiese hacerle daño. Sobre todo por cómo movía su pelvis tratando suavemente
de colocarla en el lugar adecuado sin producirle más que una agradable
sensación.
Repentina e impulsivamente le besó en los
labios cortándole la respiración.
Al principio intentó resistirse, pero eso
duró poco.
Tras el beso, la duende le miró contenta a
los ojos.
Barael la apartó, la cogió amablemente del
brazo y la llevó al arroyo. Allí le lavó la cara y la miró otra vez[10].
Era bella, muy bella.
La duende se tocaba la cara sorprendida por
la sensación.
—¿Quién eres? —le preguntó.
La duende, sin dejar de tocarse el rostro,
no contestó.
—¿Cómo te llamas? Yo me llamo Barael.
La duende lo miró incrédula: no comprendía.
Barael se llevó la mano al pecho diciendo:
—Yo me llamo Barael. —Después llevó la mano
al pecho de la duende y dijo:
>>¿Tú…?
La duende abrió tímidamente sus labios y
exclamó:
—Rjrrr.
—¿Rjrrr?
La duende asintió humildemente.
—Bueno. Es un comienzo —continuó el duende
blanco.
Entonces sus tripas rugieron explícitamente.
—¡Oh! —exclamó mientras las miraba—. Creo
que necesito comer.
La duende lo miraba imbécil.
Barael hizo el gesto apropiado llevándose
una mano a la boca:
—Tengo hambre.
La duende emitió un sonido gutural de
aprobación y le pidió amablemente que entrara de nuevo en la cueva. Allí le sentó
en la cama depositando a su lado unos extraños frutos de color rojo con forma
triangular y bulbosa.
Barael cogió uno con ansia para llevárselo a
la boca cuando la duende se lo arrebató reprendiéndolo con la mirada.
Después, peló un extremo y se lo mostró a
Barael.
Éste, comprendiendo, lo termino de pelar y
comió.
La duende le besó en una mejilla y salió al
exterior[11].
Las frutas estaban ricas; eran sabrosas;
sabían muy bien.
Claro, que aunque no hubiera sido así, las
habría devorado con igual ansia, seguro.
One eternity, three million of tablets and subsequent brain surgery
Virus neuronal electro-musical depurado
Buff, por fin.
Quién me mandaría escuchar la puñetera Baby
Blue[12]@.
Ah sí, Heisenberg :-P
Sorry…
“·$”·$
Qué coño, y ésta de regalo @
Ah sí, Heisenberg :-P
Sorry…
“·$”·$
Qué coño, y ésta de regalo @
[1] Por favor, no confundir con el argonauta. Éste al
que nos referimos es el trastornado de la máscara de hockey de las películas de
terror de los años 80.
[2] Mando Diao.
[3] Muse.
[4] The Cure.
[5] Depeche Mode.
[6] Visage.
[7] Cindy Lauper.
[8] TV on the Radio.
[9] Thomas Dolby.
[10] Ja, ja, ja, ja. Sí, claro, pero tras el
pedazo de polvazo que se echaron bajo aquellas amorosas mantas. Le dolería
todo, pero cuando la muchacha se arrancó las pieles de arriba, el refrán de polla
dura no cree en Dios se hizo carne. Ángelicos… Sí que tenían hambre, sí.
[11] Remitirse, por favor, a la nota 118. :-D
[12] Badfinger. ¿Queda claro que deberíais ver Breaking Bad...? :-D
No hay comentarios:
Publicar un comentario