sábado, 6 de mayo de 2017

Crónicas Globulares 43: Rjrrr

Si os perdéis este tráiler os arrepentiréis@,
si no leéis los libros de Stephen King, os condenaréis...

A lo nuestro (la semana que viene hablaremos de American Gods). Música, música, ¡MÚSICA!, Maestro ;-)




El duende blanco caminaba con dificultad por la estrecha vereda que discurría en torno a aquel peligroso desfiladero. El terreno accidentado, pedregoso e incómodamente lindado a las izquierdas por un recio muro de piedra roja no hacía más que acrecentar su ansiedad con sus soterradas incitaciones al descalabramiento.
Según le contara el portero en el corto rato que decidió acompañarle (más por sonsacarle que por instruirle, y justo hasta la irrupción del acantilado), aquel era el famoso Muro de la Discordia. Cuando ya muchísimos años atrás el reino de Rojeria se dividió en dos (el Reino de los Duendes Rojos o Reino de Rojo y el Reino de las Duendes Rojas o Reino de Roja), ambas partes se pusieron de acuerdo para edificar un muro que dividiera el país en dos partes exactamente iguales y simétricas. Una obra faraónica que tardó muchos años en ser construida. Por un lado las duendes levantaron su gruesa empalizada de rubíes mientras por el otro los duendes alzaron rocas y rocas hasta conseguir quedar aislados por completo. La discordia que había hecho dividir el país ya nadie la recordaba pero la hostilidad, desgraciadamente, aumentaba con el paso del tiempo y nadie parecía tener ya el más mínimo interés por solventarla. Quizás él lo hiciera. Todo era posible: llegar a la corte de Rojo, escoñarse grotescamente allá abajo, que aquel carroñero graznante le arrancase los ojos.
¿Carroñero graznante? ¿Arrancar? ¿Ojos?
El enorme bicho, como si en aquel justo momento le hubiera leído el pensamiento, descendió desafiante con ojitos de sincera amistad teniendo muy claro su necesidad imperiosa de inflarlo a caricias.
Barael aceleró entonces la marcha a pesar del enorme peligro que esto representaba para su propia integridad física. Una integrad física investida hortera e indignamente de unos pantalonzucos de cuero rojo y una camiseta (obsequio de su nuevo admirador, a la orden de <<ropa de macho>>) a juego con el mefistofélico entorno. No sabía qué le iba a dar más rabia, si que se lo merendara el bicho o que lo hiciera vestido de chulo de playa.
El carroñero hizo caso omiso a la disyuntiva siguiéndole a corta distancia. No era racista. Para él todo lo que se movía por ahí abajo era comida con la que apaciguar esa sensación criminal que le brotaba a veces desde el estómago.
Barael se intranquilizó (por no decir otra cosa con pelos), cogió su zurrón, sacó un trozo de carne seca de abeja y la lanzó en dirección al carroñero. Quizás aquello lo contuviera.
Éste la cazó al vuelo, la engulló y graznó agradecido por la tapa mientras se tiraba en picado a por su benefactor, deseoso ya de carne magra y palpitante. ¡A buenas horas con fruslerías!
Todo estaba perdido. Iba de culo, cuesta abajo y sin frenos, por lo que emprendió a la desesperada una carrera totalmente irracional, convencido de estar viendo ya al de la guadaña tamaño familiar sonriendo cruelmente de oreja a oreja.
El carroñero, en respuesta también, abrió sus fauces y le tiró un buen mordisco. Ya sabéis, uno de esos que defenestran búfalas calvas de tropecientos kilos y de paso siegan el monte. El pobrecico dio un instintivo salto para esquivarlo y… lo esquivó. De lo que no se dio cuenta fue de que su salto le precipitaba de lleno al abismo que tanto había intentado evitar.
Como el Coyote en una de los Looney Tunes su cuerpo cayó y cayó y cayó, hasta que las rápidas garras del bicho se le clavaron salvajemente en la espalda detonando un par de tremendas deflagraciones sanguíneas. Antes de haber podido abrir otro nuevo cráter en el Valle de los Hoyos, Barael se desmayó.
Un poco de inercia, músculos, batir esforzado de alas y listo. El carroñero levantó triunfante el vuelo más contento que Jason[1] en una guardería y se cruzó en apenas un pestañeo el Muro de la Discordia camino de Roja. Una corta travesía desgraciadamente delatada por la verde sangre del duende pues, de repente (ahí lo de corta), una saeta rasgó el aire sentenciando un último verso de esa justicia que apellidan poética.
El carroñero buscó estúpidamente pero no captó la visual hasta ser demasiado tarde. El asta de acero impactó en su pecho lanzándolo hacia atrás como si se hubiera empotrado contra un obstáculo invisible o Harry Callahan hubiese apretado el acerado gatillo de su 44 Magnum. Las pupilas se le dilataron, un dolor insoportable lo laceró, sus garras se abrieron y el cuerpo inerte de Barael cayó al vacío, terminando entre las rocas tras cientos de metros de vueltas y trompicones. Molesto, el animal se retorció en el aire tensando su musculatura precipitándose también al vacío más muerto que vivo pocos instantes después.
Allí se retorcía agitando las alas y borboteando sangre por el pico, cuando a los pocos instantes un felino enorme con la piel jaspeada de rojo y rosa se abalanzó sobre él y le arrancó la cabeza de un mordisco. Tras él ascendió de entre las rocas una duende. Una duende de gran melena y coletas, cubierta pobremente con pieles desgreñadas.
Acercándose al cadáver del carroñero posó su arco en las rocas, colocó uno de sus robustos pies en el pecho del ave y le arrancó enérgicamente la flecha ante la mirada inquietante de su gigantesco gato.
Después limpió la flecha, la guardó en su carcaj y le arrugó la nariz señalando una peña distante.
Sin más, el animal desapareció raudo y sigiloso.
La duende hincó entonces una rodilla en los pectorales del carroñero y comenzó a despellejarle ayudándose de un tremendo cuchillo que le hacía las veces espada, amedrentadragones y mondadientes. Por lo visto era un regalo de un tal Dundee, o algo así…
Pero bueno, vamos, que para cuando ya estaba terminando, el gato regresó con el cuerpo de Barael entre sus fauces, lo posó junto a ella y se recostó panchamente como sólo pueden hacer los gatos que parece que te perdonan la vida. (Aunque en este caso fuera literal. No quisierais imaginar lo imponente de este bicho y la mala leche que se gastaba).
Y sin embargo en sus lomos terminó todo. Las pieles, el cuerpo del duende y el trasero de su compañera. Una carga que humildemente transportó peñas arriba una vez que su compañera aferró sus tupidas crines y lo espoleó cariñosamente con sus desnudos talones.


* * *



Some time after



Like a victim of a black saturday[2]@ Barael entreabrió sus párpados.
Estaba todo oscuro, muy oscuro.
Pese a que no podría distinguir un dolor focalizado, los costados le ardían algo más que el resto. Creía recordar algo, pero no lo tenía claro.
Tampoco recordaba quién era. Ni qué significaba aquel borrón que le pasó cerca.
Notó una calidez en su espalda, luego un nuevo dolor y se volvió a desmayar.



Time…



* * *



More time



Se despertó sobresaltado. No veía nada. ¿Will he be in a  panic station[3]@? ·%%$&/
—Agua, agua —gritó.
Una claridad se le acercó y sus labios sintieron humedad.
Bebió con ansia y se volvió a dormir.



Much longer



* * *



But much longer...



Estaba boca abajo. Lullaby[4]@. ¡”·$%&/()=?
Le costaba abrir y cerrar las manos. Sobre todo la izquierda.
Giró la cabeza para mirársela pero el dolor le hizo perder de nuevo la consciencia.



An awful lot of time



* * *



Insane amount of time…



Se asustó. Una duende con la cara muy sucia le miraba fijamente. ¿A personal Jesus? [5]@ Maybe…RRRRRRRRRRRR.
Se encontraba cansado pero con la sensación de que todo lo peor había pasado.
La duende le sonrió con cariño posándole una de sus manos en la frente.
Barael se miró agradeciendo el gesto sin poder ver mucho, su cuerpo permanecía aprisionado bajo una tupida piel que pesaba como mil demonios.
—Gracias —exclamó fatigado.
La duende le puso enseguida un dedo sobre sus labios haciéndole callar.
Quiso levantarse, pero al incorporarse un tremendo mareo se apoderó de él. ¿Fade to grey[6]@? ajjaj.



Time after time[7]@



* * *



A T.A.R.D.I.S. time



Al despertarse se encontraba solo. This is beginning to feel like the dog wants a bone, say: la, la, laaaa, la la lalala…DLZ[8]@.
Todavía le dolía la espalda, pero se sentía bien (In fact felt hyperactive[9]@) así que se incorporó lentamente tratando de que el mareo y los accesos de vómito no lo dominaran.
Lo primero que descubrió es que vestía un montón de pieles; unas cálidas y tupidas pieles rojas. Después, que se encontraba en una cueva.
Caminando torpe y dolorido fue hacia la salida.
Descorrió una piel que cubría la entrada, salió al exterior y, como buen capullo, se comió unos cuantos kilos de solitrones. (Es decir, que se le iluminó la almendra como una de esas calaveras de cristal vuestras frente a los faros de un camión).
Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad y, temerosos, retomaron su posición habitual, contempló un rojo paisaje muy agradecido de no haberse matado pues, contra todo pronóstico, se balanceaba afortunado en la cornisa de lo alto de un gran risco, un risco de roca roja. Un risco igual al de cientos de riscos rojos que se apiñaban majestuosamente cubriéndolo todo mientras el cálido fulgor de un rojizo sol bañaba sus cumbres peladas.
Un sonido de agua corriente lo hizo volverse comprobando que cerca de allí fluía un arroyo de aguas encarnadas.
Se acercó con cuidado, colocó sus manos en forma de cuenco y, agachándose, sació su sed.
Sabía bien, estaba fresca.
Cogió un poco más y se lavó.
En ese momento una mano se posó suavemente en su espalda.
Sobresaltado, se volvió.
Era su salvadora.
Tenía la cara sucia y le miraba cariñosamente.
El duende se levantó aprovechando para secarse.
—Hola —le dijo.
La duende no contestó. Le cogió del brazo e hizo ademán de llevárselo a la cueva.
Barael se soltó diciéndole cordialmente:
—Estoy bien. No quiero acostarme.
La duende, sin hacerle caso, gruñó y le cogió otra vez.
Barael no se resistió y la acompañó. Igual comía algo, porque la verdad es que tenía un hambre de mil pares.
Una vez en la cueva, la duende, bruscamente, le tiró al camastro y se le puso encima.
Barael se quejó por las heridas sin obtener clemencia.
Asustado, exclamó:
—¿Qué…?
Y no pudo decir más. Es verdad que la duende estaba encima y que le dolía mucho todo el cuerpo, pero no parecía que ella quisiese hacerle daño. Sobre todo por cómo movía su pelvis tratando suavemente de colocarla en el lugar adecuado sin producirle más que una agradable sensación.
Repentina e impulsivamente le besó en los labios cortándole la respiración.
Al principio intentó resistirse, pero eso duró poco.
Tras el beso, la duende le miró contenta a los ojos.
Barael la apartó, la cogió amablemente del brazo y la llevó al arroyo. Allí le lavó la cara y la miró otra vez[10].
Era bella, muy bella.
La duende se tocaba la cara sorprendida por la sensación.
—¿Quién eres? —le preguntó.
La duende, sin dejar de tocarse el rostro, no contestó.
—¿Cómo te llamas? Yo me llamo Barael.
La duende lo miró incrédula: no comprendía.
Barael se llevó la mano al pecho diciendo:
—Yo me llamo Barael. —Después llevó la mano al pecho de la duende y dijo:
>>¿Tú…?
La duende abrió tímidamente sus labios y exclamó:
—Rjrrr.
—¿Rjrrr?
La duende asintió humildemente.
—Bueno. Es un comienzo —continuó el duende blanco.
Entonces sus tripas rugieron explícitamente.
—¡Oh! —exclamó mientras las miraba—. Creo que necesito comer.
La duende lo miraba imbécil.
Barael hizo el gesto apropiado llevándose una mano a la boca:
—Tengo hambre.
La duende emitió un sonido gutural de aprobación y le pidió amablemente que entrara de nuevo en la cueva. Allí le sentó en la cama depositando a su lado unos extraños frutos de color rojo con forma triangular y bulbosa.
Barael cogió uno con ansia para llevárselo a la boca cuando la duende se lo arrebató reprendiéndolo con la mirada.
Después, peló un extremo y se lo mostró a Barael.
Éste, comprendiendo, lo termino de pelar y comió.
La duende le besó en una mejilla y salió al exterior[11].
Las frutas estaban ricas; eran sabrosas; sabían muy bien.
Claro, que aunque no hubiera sido así, las habría devorado con igual ansia, seguro.



One eternity, three million of tablets and subsequent brain surgery



Virus neuronal electro-musical depurado



Buff, por fin. Quién me mandaría escuchar la puñetera Baby Blue[12]@.
Ah sí, Heisenberg :-P
Sorry…
“·$”·$
Qué coño, y ésta de regalo @

  


[1] Por favor, no confundir con el argonauta. Éste al que nos referimos es el trastornado de la máscara de hockey de las películas de terror de los años 80.    
[2] Mando Diao.
[3] Muse.
[4] The Cure.
[5] Depeche Mode.
[6] Visage.
[7] Cindy Lauper.
[8] TV on the Radio.
[9] Thomas Dolby.
[10] Ja, ja, ja, ja. Sí, claro, pero tras el pedazo de polvazo que se echaron bajo aquellas amorosas mantas. Le dolería todo, pero cuando la muchacha se arrancó las pieles de arriba, el refrán de polla dura no cree en Dios se hizo carne. Ángelicos… Sí que tenían hambre, sí.
[11] Remitirse, por favor, a la nota 118. :-D
[12] Badfinger. ¿Queda claro que deberíais ver Breaking Bad...? :-D

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