sábado, 18 de febrero de 2017

Crónicas Globulares 38: ¡Vámonos!



El verde y herrumbroso crucero de batalla G1 salió finalmente del único y bruñido hangar de Goma1 presto para el combate.
Sí, sí.
Por fin. Pandilla de sádicos.
Tras los trescientos cincuenta mil impresos, sellos y firmas de aprobación, la puñetera nave adquirió la capacidad de despegar en un acto que resonó en medio del espacio con un estrépito vergonzantemente similar al de extraer un remache oxidado de dos millones de toneladas.
En su interior, ávidos de miasma intestinal y sacros reventados, cerca de tres mil soldados de infantería afilaban bayonetas, engrasaban subfusiles y ensayaban golpes mortales a caballo entre el desnucamiento y un sin fin de crueles fracturas craneales, mientras entonaban olvidados himnos militares propios de sangrientas campañas.
Ya sabéis, de esos del tipo:
Al soldado Gñora le dolía la mano…
Y es que al que no destripó por la boca lo hizo por el ano…
Bueno, bueno. Unas bestialidades tremendas.
A su vez, serio como un pato en una orgía, Gommo1 vigilaba el trabajo de pilotos e ingenieros en el espacioso puente de mando esperando que con ello todo saliera perfecto.
No había de distraerse. Aquella era la campaña militar más importante del planeta desde que exterminaran a todos los Bobs de Zafia[1].
En fin, que dio dos órdenes más y la metálica esfera verde de Goma1 quedó pronto en lontananza como fruto de un mal sueño, mientras su semblante esbozaba una sonrisa de satisfacción por el trabajo bien hecho y las órdenes cumplidas.
Por describir de alguna manera la aburrida G1, decir que era una nave cuadrada, parca de detalles, llena de ojos de buey y propulsada por un enérgico motor estelar con forma triangular. Vamos, como una caja de zapatos lanzada a mala leche tras hincharse uno a darle puñaladas con un bolígrafo. Y mira que era fea. Como Cthulhu[2] lamiendo un limón en una noche de tormenta. Eso sí, era muy eficaz. Llegado el caso se podía utilizar hasta de ariete y partir planetas como nueces en un mortero[3].
Por lo pronto y esperando no tener que llegar a ese extremo —los soldados empezaban ya a necesitar un rápido desahogo más allá de las drogas—, Gommo1 gañó[4] una orden de mando dirigiendo el crucero rumbo a Goma3.
Mientras pasaba por la armada luna Goma2, contemplaron todo lo solemne que pudieron el pesado despegue de la preñada G2.
El crucero, capitaneado en este caso por el general Garp2, resplandecía majestuoso maravillando a propios y extraños con sus metalizados destellos cobrizos.
Alargado y complejo, algunas de sus luces brillaban a la sombra de Pelota Mecánica mientras su colgante y gran bodega de carga, semejante al buche de un pelícano, ocultaba traicionera que en ella se albergaban cerca de mil carros de asalto, quinientos tanques pesados y doscientas cincuenta tanquetas ligeras.
Además, de toda su superficie brotaban pacificadoras y tranquilizantes torretas armadas con uno, dos y hasta tres cañones.
La G2, haciendo uso de sus dos potentes y cuadrados motores, alcanzó a la G1 y, juntas, navegaron majestuosas hasta Goma3.
Allí esperaba ya el resto de la avanzadilla.
Frente a la agujereada y plateada Goma3 descansaba la espectacular y ostentosa G3.
Aquella sí que era una nave estelar de esas que acongojan…
Todo en ella era cegador: sus suaves formas redondeadas perforadas para facilitar la expulsión de los cazas, corbetas y demás artefactos voladores; el metalizado aluminio de su fuselaje; su mayestática torre de control desde la que Plumbo3 dirigía cada uno de los movimientos de la flota; los tres titánicos motores circulares apostados en triángulo que centellaban en tonos dorados…
Pero esta no era la única nave que aguardaba a aquellos dos mastodontes del espacio.
A los flancos izquierdo y derecho de la G3, impacientes, cuatro corbetas de apoyo se mantenían a la espera.
Una de ellas, la del flanco derecho, era la g3-1 o corbeta de comunicaciones.
Su compañera, al flanco derecho también, era la conocida como g3-2 o corbeta hospital.
En cuanto al flanco izquierdo, tan estáticas como sus otras compañeras, reposaban la g3-3 y la g3-4 respectivamente.
La g3-3 era la corbeta de mantenimiento y la g3-4 la corbeta hotel. En esta última viajaban las autoridades y los que, en su afán masoquista, tenían el suficiente dinero y la poca cordura como para abocarse a una aventura espacial semejante.
Sin más navíos en los que detenernos a criticar, decir que la G1 y la G2 se incorporaron finalmente a la flota cerrando cada una un flanco, a la vez que aflojaban máquinas para que la G3 se adelantase colocándose estratégicamente como punta de flecha.
Las cuatro corbetas menores aprovecharon para atrasarse a retaguardia y aminoraron también para acoplarse a la formación específica con una precisión mayor.
El escuadrón, sin un motivo claro que pronto resultó ser el esperar a que varios cazas rezagados y algún que otro buque menor embarcaran en la G3, se detuvo perfilando una imagen digna de ser fotografiada por todo amante de las desproporciones sádicamente armadas.
La pausa duró poco. 
En cuanto el último buque rezagado hubo entrado por la escotilla de embarque del buque de Plumbo3, la flota, uniforme, sincronizada y muy militar, puso rumbo al espacio exterior ¡cagando centellas![5]


* * *


Tras esos primeros y entrañables momentos de hiperespacio —o velocidad absurda[6]— en donde se lucha osadamente por evitar que la ropa interior de uno no acabe en el interior de uno, Esgorcio IV revisaba unos aburridos datos en su ordenador portátil mientras la mama Filiburcia XII defenestraba inclemente unos aterrorizados bollos servidos de forma desalmada por su fiel consejero Calandro.
Se encontraban en el Salón Dorado de la corbeta hotel g3-4 junto a un más que puñado grupo de nobles de la más alta aristocracia gnoma; a la sazón y mayoritariamente, un montón de vulgares personajes más cursis que una mona con tutú, pero de grandes influencias.
Y es que, a tamaña masacre sin igual de los enemigos más acérrimos de la civilización gnoma, pocos ricos de Pelota Mecánica pudieron resistirse.
El salón, adornado con elegantes cortinas doradas a juego con paredes y alfombras, se iluminaba a base de sencillos racimos de obleas fluorescentes, dejando solapadamente que sus cuatro amplios ventanales triangulares mostraran un dinámico espacio exterior surcado de miríadas de multicolores estelas hiperespaciales de espectro.
Esgorcio IV cerró su ordenador y cogió malhumorado un canapé de una itinerante bandeja flotante.
Cuando lo estaba saboreando, un dorado[7] empleado del hotel anunció que saldrían de hiperespacio para mantenimiento y calibraciones y conminó a todos los invitados a que acudieran a sus aposentos a tomar asiento.
En pocos instantes, los presentes, excitados, abandonaron el salón sujetando fuertemente sus respectivas bragas y calzoncillos. La frenada era mucho peor que el arranque…


* * *


La flota gnoma, ya en las profundidades del universo, apareció en el espacio ordinario deteniéndose tan brusca como despiadadamente.
En menos de lo que se persigna un cura loco, las naves, lejos de lo que prometieron a priori, aceleraron vertiginosamente hasta desaparecer con una nueva explosión a sus espaldas y el destello de un fogonazo incendiario.
Miles de gritos desesperados se ahogaron tras aquel salto inesperado y traicionero del que, algunos, desgraciadamente, jamás podrían informar a sus hijos…



[1] ¿Que no os suenan? Normal, los exterminaron los gnomos. :-D
[2] Buf. Miedo me da mentarlo, pero digamos que era una deidad primigenia de intenciones genocidas, salida de la preclara mente del padre del horror cósmico: Howard Phillips Lovecraft.
[3] Sí, sí. Lo hicieron. Pero no viene al caso.
[4] Todo grito neuronal básico que rima con huevos.
[5] A la puta carrera, vamos.
[6] Velocidad descubierta por Mel Brooks en su magistral “La loca historia de las galaxias” (1987). Una velocidad demencial, enajenante, imposible. Que lo flipas a colores o a cuadros escoceses. ;-) 
[7] Con uniforme dorado. 

(c) Rafael Heka ;-)

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