El sol hacía brillar las piedras de las
casas, mientras Rsjfgs y Barael caminaban al amparo de las sombras pertrechados
con sus imprescindibles gafas de visión fantasmal.
A pesar de que a simple
vista –y salvo por ellas- nadie sospecharía nada, ambos iban armados hasta los
dientes con una ingente multitud de mortíferas armas de esas que ya matan del
susto.
De manera sigilosa, se colaron prestos en un
granero.
Rápidamente, Rsjfgs cerró las puertas con
suma precaución y se dirigió a un amasijo indescriptible muy similar a un
vehículo siniestrado.
—Bueno, pues éste es el Rsjfgs-cóptero
—exclamó señalando al “enorme artefacto” sin ningún elegante preámbulo que
suavizara el impacto.
Barael pensó dos cosas: Uno: Aquel
cachivache lleno de tornillos, tablones mal colocados, palancas, una inmensa hélice torcida en lo alto y
aquellas absurdas alas a los lados, no sólo parecía una proyección de la
personalidad de Rsjfgs, sino que, si conseguían que volase, seguramente
acabarían muertos. Y dos: Debería haberse ido andando hacia Negrontia. ¿Por
qué? ¿por qué?
—¡Toma! —espetó Rsjfgs entregándole un casco
de piedra con unas alas pintadas a pistola en los laterales.
>>¿Chulo, eh?
Barael se lo colocó en la cabeza tragando
saliva mientras Rsjfgs le ayudaba indiferente a abrochárselo al mentón.
¿Por qué? ¿Por qué?
—Vamos… No lo pienses. Será peor —dijo
ajustándose los correajes del suyo.
Eso díselo a Esmeralda, a mí déjame marchar.
Los duendes se introdujeron en el artilugio, colocándose uno
a espaldas del otro.
Barael iba adelante y pilotaría; bueno,
pilotaría si era capaz de hacerse con el abigarrado y heterogéneo conjunto de
botones y palancas que tenía enfrente. En la parte de atrás, un poco más bajo
que él, Rsjfgs haría lo propio recostado entre un tupido bosque de rotores y
engranajes.
Como auténticos profesiones, se ajustaron
unos cinturones de seguridad en forma de X y se acomodaron bien en los asientos
buscando la postura.
—¡¿Preparado?! —gritó Rsjfgs.
Barael casi se lo hace todo encima:
—¡Espera!, ¡espera!, ¡espera!, ¡¿cómo
funcionan estas palancas?!
—Ja, ja, ja, era broma.
—Joder con la broma. Se me ha remetido el
tanga.
—¿Usas tanga?
—No, bueno, es un recuerdo.
—¿Cómo un recuerdo?
—Que es una larga historia que no viene al
caso. Aunque da mucha libertad a las nalgas y se va muy fresco.
—¿Sí? Pero tendrás que depilarte todo el
tema porque si no…
—Claro, hay que depilarse, sí.
—¿Con cera?
—¡No, por Dios! Me desollaría entero.
—¿Y tienes alguno que dejarme?
—¿No nos íbamos?
—Ah sí, perdón, ¿dónde estábamos?
—Dijiste que despegábamos, se me remetió el
tanga…
—¡¿Usas tanga?!
>>Ja, ja, ja.
>>No, ahora en serio. Verás, pilotar
esto es muy sencillo: las dos palancas de los extremos controlan las alas; si
las mueves a la vez hacia adelante, el artefacto descenderá; si tiras hacia
atrás, el artefacto se elevará.
>>Si por el contrario mueves sólo una
hacia adelante, el artefacto bajará, virando en la dirección de la palanca: si
era la de la derecha, bajará girando hacia la derecha; si era la de la
izquierda, lo hará hacia la izquierda. Si en lugar de empujar la palanca, tiras
de ella, efectuarás una elevación con el mismo comportamiento. ¿Lo has
entendido?
Barael cogió las palancas e hizo una prueba.
Tiró de las dos hacia atrás y, efectivamente, tras un estremecimiento que le
recorrió toda la espina dorsal, las alas giraron sobre su eje levantándose de
la parte delantera y bajando de la trasera. Luego, las movió indistintamente y
cumplieron perfectamente.
—Entendido —respondió Barael sacando un
brazo por la estructura con el pulgar estirado.
—Bien, ahora atento. La palanca del centro
controla la hélice que tienes encima. Si la empujas hacia adelante, la hélice
se desplazará hacia adelante permitiéndote volar hacia adelante. Si tiras de
ella para atrás, hará que vueles hacia atrás. Sencillo, ¿no?
—Sí ¿y el resto?
—¡Sobre la marcha! A lo mejor no tenemos que
utilizar mucho más, pero…, por si acaso, he instalado ciertas armas. Tú no te
preocupes.
Barael, cagadito, exclamó:
—Bueno, pues explicado lo necesario, creo
que ahora sí estoy preparado. ¡Cuando quieras!
Rsjfgs giró entonces seis manivelas y tiró
fuertemente de tres cordeles justo antes bombear con los pies en cuatro pedales
y abrir dos llaves de paso redondas, chiquitajas y con forma de volante.
La estructura se estremeció y comenzó a
temblar.
Rsjfgs cogió ahora dos pedales sujetos a un
piñón giratorio y pedaleó fuertemente con las manos. La hélice giró lentamente, levantando un viento suave.
Barael miró para arriba. Las aspas pasaban
sobre él cada vez más rápido.
Rsjfgs soltó los pedales y agarró dos
palancas más que tenía a los lados. Tiró de una, tiró de la otra, y el piñón
comenzó a girar de forma autónoma. Después cogió un cordel que colgaba de uno
de sus hombros y se colgó fuertemente de él haciendo que el techo del granero
se abriera por la mitad, salpicándolo todo de paja reseca.
El
cacharro comenzó a elevarse. A elevarse y a perder tornillos, tablas, y un
sinfín de indescriptibles trozos estructurales que pusieron histérico a Barael.
Poco a poco, el aparato se elevó hasta salir
del granero y adquirir una altura que a Rsjfgs le pareció suficiente como para
empujar una pequeña palanca que brotaba junto a otra pequeña esfera blanca con
agujas.
La hélice, ahora, sí que giró con fuerza.
—¡Barael! —gritó Rsjfgs.
—¡¿Qué?! —respondió este.
—¡Adelante!
Barael agarró la palanca que tenía entre las
piernas, y la empujó.
La hélice se inclinó hacia adelante y el
Rsjfgs-cóptero emprendió velozmente viaje hacia el castillo fantasma,
zarandeándose de un lado a otro como una gaviota borracha.
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