domingo, 22 de octubre de 2017

Crónicas Globulares 52: Partida tras partida



—¡Ooooooohaaaaaaaaa! —gritaba Barael tratando inútilmente de controlar el Rsjfgs-cóptero. Unos espectros con forma de bolas de billar golpeaban insistentemente el casco mientras el taco y las tizas intentaban destrozar las alas.
Tirando de un par de palancas consiguió que el aparato entrara en barrena trazando curvas, en una trayectoria que no dejaba lugar a dudas en su intento por precipitarlos a aquel espeso mar de kétchup.
—¡Súbelo, Barael! ¡Súbelo! —gritó asustado Rsjfgs.
Empujó hasta el fondo la palanca central y tiró con todas sus fuerzas de las palancas laterales: el artefacto se elevó dejando momentáneamente atrás a los espectros.
—¡Aceléralo! —gritó.
Rsjfgs giró una maneta situada sobre su cabeza hasta llegar al tope. El aparato sufrió un espasmo: acababan de reventar dos válvulas delanteras. ¿La hélice? A todo trapo.
Barael aferró entonces las palancas y pilotó lo más concentrado y hábil que pudo. Los espectros volaban velozmente hacia ellos y no buscaban charlar de tangas, precisamente.
Rsjfgs, alarmado ante la increíble velocidad que podía adquirir la magia solidificada, gritó:
—¡Tira de la segunda palanca comenzando por la izquierda!
Un “clack” y de la parte trasera del cacharro se abrió una compuerta que liberó una red cuyo objetivo se cumplió al atrapar las bolas de billar, cerrarse y etiquetarlas con un membrete que rezaba:
“Se acabó el juego”.
El taco y las tizas miraron incrédulas como sus compañeras caían al mar.
Las tizas, obedeciendo a un cuchicheo del taco, se colocaron entonces frente a él y esperaron.
Rsjfgs le dijo a Barael:
—¡Cuando yo te diga, te tiras en picado!
—¡Vale!
El taco se movió como si fuera un bate de baseball y bateó las dos tizas 
—¡AHORA! —gritó Rsjfgs.
Barael empujó las palancas laterales y el artefacto cayó  en el justo momento en que iba a ser impactado.
Las tizas, incapaces de controlar su vuelo, se estrellaron contra uno de los innumerables muros del castillo fantasma.
Barael trazó una hábil maniobra de elevación y sobrevoló la tapia esquivando dos almenas muy altas.
Desde aquella altura ya sí que pudieron por fin contemplar el castillo en todo su esplendor: Cinco extraños torreones en las aristas del pentágono que conformaba sus muros, un patio central pentagonal plagado de árboles y heterodoxas torres y, cómo no, un ejército de espectros pululando por todos lados.
—¡¿Y ahora qué?! —preguntó Barael.
Rsjfgs echó un vistazo:
—¡Ni se te ocurra bajar. Si lo haces, nos devoran!
Los espectros, advertidos por su presencia a causa del ruido tan atronador que emitía el aparato, iniciaron sus amistosas maniobras de acercamiento.
Fijando la vista, Barael exclamó:
—¿Seguro?
No fue extraño que dudara. Aquellas apariciones, más que dar miedo, hacían gracia. Había espectros de botellas que, antaño llenas, ahora sólo conservaban parte de la etiqueta. También había espectros de jugadas de póker que, pudiendo ganar, no lo hicieron por cobardía. Espectros de vasos a medio llenar; espectros de animales muertos; espectros de gusanos gigantes; de búhos con vista de lince; de linces con vista de topo; de topos con ojos de telescopio; vamos, cosas normales de andar por casa que uno se encontraría nada más salir a la calle. Hasta había grupos de espectros, como el que formaba aquella boca junto a la víbora cornuda y el león; o la doble mecha de lino trenzado junto a los dos brazos apuntando al cielo haciendo una u; o el ojo y la jarra de alfarero; o el laurel sujetando al enamorado, a la rueda, a la fuerza, al loco, a la torre, al juicio, a aquella otra rueda y a un mago.
Vamos, que Barael nunca había visto junta tanta cosa rara en su vida, y eso que creía, ingenuamente, que después de haber luchado contra el gran maligno lo había visto todo.
—¡Bueno y ¿cuál es el plan?! —preguntó.
—¡Tenemos que encontrar al amo del castillo!
Barael pensó que eso ya se le había ocurrido a él, pero no se lo dijo pues tuvo que esquivar a un látigo de siete colas que amenazaba con arrancarle el casco.
Mientras driblaba un par de espectros con forma de amarracos miró de nuevo a los torreones ubicados en los vértices de la muralla pentagonal.
Los contempló con detenimiento. Eran todos muy distintos y dispares.
Cada uno representaba un tipo de juego: El torreón más alejado, alto y presuntuoso, semejaba una atalaya fabricada con naipes; La más cercana, algo más humilde, parecía exactamente un gran cubilete de dados vuelto del revés; otra, un poco más alejada, era tal cual, tal cual, una torre de ajedrez; Los dos torreones que faltaban tampoco desmerecían, uno tenía forma de ficha de dominó ( concretamente, el seis doble) y el otro retaba al observador constantemente a adivinar su forma en un ejercicio de desconcierto visual sin precedentes.
El aparato dio un brinco en el aire.
—¡¿Qué pasa?! —preguntó Barael.
—¡Tenemos problemas!
—¡¿Son muy graves?!
—¡Me temo que sí! —respondió el jorobado mientras se limpiaba el aceite de la cara—. ¡Se ha partido un piñón de transmisión!
—¡¿Lo que significa…?!
—¡Que el Rsjfgs-cóptero se parará!
—¡¿Se parará, de pararse?!
Los espectros se acercaron más.
—¡No! —apostilló Rsjfgs—. ¡Se parará, de hostiarnos vivos!
—¡Nunca debí de hacerte caso!
—¡Ahora ya no importa mucho, ¿no crees?! ¡Pilota y calla!
—¡Joder que no! ¡Ahora es cuando más importa!
La hélice comenzó a girar lentamente.
Los espectros, sobre todo los que tenían forma de amarracos -unos cuarenta, aproximadamente-, les rodearon.
Barael tiró de las palancas hacia atrás, pero apenas obtuvo resultado. La hélice motriz no giraba ya con suficiente fuerza como para sacarles del atolladero.
El aparato inició el descenso peligrosamente, por no decir que lo más triste de todo aquello iba a ser que nadie podría discernir qué resultó aparato, qué anatomías.
Los amarracos se acercaron más.
Unas fichas de apostar taponaron, por si acaso era un truco, la salida ascensional.
Sólo les quedaba la opción de bajar y tomar tierra; ¡y vaya si se iban a hartar!
¡Clock! La hélice se paró definitivamente, el tiempo, igual de lo mismo, y el aparato no fingió más, cayendo como una piedra mientras la barba de Barael se subía tapándole la cara y los congojos le aprisionaban la garganta amenazando con salírsele por la boca.
Los espectros los acogotaron a gusto.
—¡Gafe! —espetó Rsjfgs.
—¡Que sí, que sí! —No, si al final va a ser verdad.
Y realmente pensó que aquella iba a ser su última estúpida equivocación hasta que todo se paró milagrosamente como en una pausa de un vídeo doméstico dejándolos colgados cual soga en un patíbulo.
Barael se quitó la barba de la cara, tragó saliva y congojos y miró a los inmóviles espectros.
Los amarracos se separaron entonces como títeres en manos de quien ahora se abría paso a través de ellos deslizándose por el aire erguido sobre un dado de seis caras sin marcar. Alguien que no podía ser otro que el gran brujo artífice de toda aquella majadería: ¡Un muchacho!
Un muchacho, sí. Y a juzgar por su aspecto, un muchacho al que no le vendrían mal un buen par de hostias. Pero todo a su debido tiempo.
Para empezar, era algo gordo y venía cubierto únicamente[1] con una túnica rojo claro. Una especie de asquerosa bata-manta (ideada en la demencia para poder hasta cagar sin desvestirse[2]) llena de lamparones y manchas entre las que se adivinaban parches representando palos de baraja como: piedras, rubíes, gatos, perros, etc.
El barbilampiñismo en esa cara porcina con la que insultaba a la humanidad y rompía superficies reflectantes se compensaba con una greñuda pelambrera escarlata digna de alguna que otra fiera de esas que deambulan por las sabanas africanas o los conciertos de Obús.
Eso sí, sus ojos, carentes de pupilas, eran de un rojo sangre tan penetrante e intenso que inferían autentico miedo. Algo tenía que tener el chaval.
—Hola —exclamó con una voz entre chillona, profunda, risueña y excesivamente contenta, teniendo en cuenta la situación.
Barael saludó tímidamente con la mano y Rsjfgs no pudo decir nada, tan sólo tragó saliva, nadie supo jamás dónde tenía sus congojos.

* * *

Los tres estaban sentados a una mesa pentagonal.
En ella había un tapete de fieltro rojo y sobre él tres cartas.
—Esta mano la gano yo —dijo el muchacho, llevándose los naipes hacia sí—. Canto las once y media en kétchup.
Barael posó sus cartas sobre la mesa y exclamó:
—Mira, Renemías: no queremos jugar más a los naipes. Ya llevamos dos días. Estamos un poco hasta esto que rima con la tribu esta… ¿cómo eran Rsjfgs?
—Suevos.
—Pues eso.
—Sólo una mano más —pidió el niño.
—No si no nos dices por qué has hecho desaparecer a los duendes del poblado de Rsjfgs.
El niño no contestó y soltó una carta sobre la mesa.
—Renemías, ¿por qué? —preguntó Rsjfgs molesto ante su indiferencia.
—Sigues tú, Barael —respondió el niño sin hacer el menor caso al comentario del jorobado.
—No jugaré más —sentenció Barael cruzando los brazos.
—Muy bien, tú lo has querido —respondió el niño levantando una de sus manos sin dejar de mirar sus cartas.
Automáticamente, Barael se convirtió en una botella de vino.
—Oh… no. Otra vez no —comenzó Rsjfgs enterrando la cabeza entre sus brazos—. Es la tercera vez que tengo que ganarle a este niñato para que vuelvas a tu forma normal, ya está bien…
Renemías levantó la mano y dijo:
—¿Eso de niñato va por mí?
Rsjfgs dijo:
—No, no, no. Juguemos, juguemos pedazo de mamón.
—Ah —contestó Renemías bajando la mano—. Creía. Venga, tú sales.

* * *

—Cierro a rubíes —sentenció Renemías colocando una ficha de dominó en su lugar—. Gano yo. Como te gane otra vez habrás perdido.
Barael, sentado al lado de una cantimplora gigante en una mesa circular de mármol rojo, contestó:
—No me vas a ganar.
—¿Tan seguro te crees?
—Tan seguro —respondió.
—Y ¿qué te hace estar tan seguro?
—Pues que si pierdo me deberías de convertir en algo agradable a tu vista como has hecho con mi amigo. Pero si lo haces no tendrás con quien jugar. Así que, dudo mucho de que pierda.
Renemías le miró enfadado.
Después, levantó una mano y cerró los ojos.
Barael también.
Con un “plof”, Rsjfgs dejó de ser una cantimplora para convertirse en un duende jorobado y, esta vez, jorobado de verdad.
—Bueno, ahora estamos como al principio y sí te puedo convertir en lo que quiera. Ea, a jugar —le espetó Renemías desafiantemente.
Barael colocó de muy malos modos una ficha de dominó para abrir la partida.
—Te dimos una paliza a las cartas en la que tú llamas la Torre Ennaipada. Prometiste que si lo hacíamos, nos dirías el porqué de las desapariciones. ¡Dínoslo!
El niño respondió colocando una ficha en la mesa:
—Porque me harté de los juegos estúpidos. En particular de uno.
—¿De cuál? —preguntaron.
—Si conseguís ganarme en esta torre os lo diré.
Barael y Rsjfgs continuaron jugando ininterrumpidamente.
Desgraciadamente, perdieron.

* * *

Aquella era la Torre del Ajedrez.
La mesa era triangular y labrada en humo.
El tablero también era triangular y estaba divido en 96 casillas triangulares.
Cada uno de los duendes estaba sentado en un lado del triángulo controlando un ejército de fichas.
Unos espectros de perros contemplaban la partida.
Barael iba ganando.
—¿De dónde sois? —preguntó Renemías.
—¿Y tú cabronazo? —contestó ásperamente Barael. Después, adivinando las consecuencias de su insolencia insinuó: —. Esta vez en taza de cerveza, por favor. Es que me hace ilusión.
Renemías respondió sonriendo mientras se comía con una ficha de gato una ficha de duenda de Rsjfgs:
—Yo soy de aquí, de Rojo.
—Pues yo de Blancualín.
—Bonito país —respondió el niño.
Barael, así como quien no quiere la cosa, dejó caer:
—¿No sabrás por qué el Blanco es el más importante de los colores, verdad?
El niño contestó escuetamente:
—No. —Y movió ficha.
Barael movió también y luego lo hizo Rsjfgs:
—Te dije que eso no lo sabe nadie aquí en Rojo.
—Puede que alguien si lo supiera, pero está demasiado enfermo como para decir nada —respondió Barael comiéndose una oruga de Renemías.
—¿Y se puede saber quién es ese duende? —le preguntó éste enfadado por la pérdida de la ficha.
—El rey Rojnald —contestó Barael.
Renemías se quedó petrificado con su ficha aún colgando de los dedos:
—¿Has dicho que está muy enfermo?
—Así es. —Y colocó una ficha en el centro del tablero a la vez que exclamaba triunfante:
>>¡Raque moche!
Renemías pareció perder interés a lo que iba a decir y miró el tablero con ira.
Los espectros de los perros aplaudieron con sus patas.
—Gracias —les dijo Barael saludándolos amablemente.
Renemías levantó un dedo fríamente y todos los chuchos desaparecieron ante la mirada sobresaltada del duende blanco. Será cabrón…
Rsjfgs preguntó:
—Bueno, creo que nos debes una respuesta. ¿De qué juego es del que te cansaste?
—Del rócol —respondió enviando una sorprendente mirada de preocupación hacia Barael.
Rsjfgs no entendió el juego de miradas y preguntó ingenuamente:
—Bueno, ¿y si te ganamos en la próxima torre nos dirás ya por qué te cansaste del rócol e hiciste desaparecer a la población de mi pueblo?
—Quizás —respondió preocupado Renemías.

* * *

El golpe seco sobre la mesa resonó en toda la habitación como un trueno: no por nada la Torre del Cubilete era la de mejor resonancia del castillo.
Renemías levantó el vaso de cuero y retiró dos dados con el mismo dibujo: un anillo.
Después, agitó los cuatro dados restantes en el cubilete y lo puso boca abajo. Miró el contenido sin que nadie más lo pudiera ver y, pasándoselo a Rsjfgs, sentenció:
—Brik de anillos-diademas.
Rsjfgs levantó el cubilete diciendo:
—No me lo creo. —Y, efectivamente, los dados del cubilete junto con los que había fuera de él no creaban la jugada cantada por el niño.
Barael anotó la letra O de la palabra Perdedor en un bloc y, mientras Rsjfgs batía los dados de nuevo, le preguntó a Renemías:
—El juego ese de que nos hablaste que te habías cansado, el rócol, ¿en qué consiste?
La cara del niño se convirtió en el espejo de la ira. Contestó:
—En un juego estúpido donde un grupo de duendes ha de introducir una roca en el pozo del equipo contrario. Fíjate qué estupidez. Un juego en el que no se utiliza para nada la inteligencia. Un juego que cansa al verlo dos veces seguidas. Un juego para descerebrados, para idiotas, para… —Su cuerpo se estremeció con espasmos convulsivos.
Rsjfgs se levantó rápidamente de su silla y le sujetó mientras Barael lo tranquilizaba.
Ya más calmado, se enjugó el sudor frío de la frente y les pidió que se sentaran cada uno en su sitio para continuar el juego.
Barael, que veía la oportunidad del siglo, le preguntó:
—¿Tú creaste el hechizo, no es así?
El muchacho le miró ahora culpable con sus auténticos ojos de niño. Inesperadamente, chasqueó los dedos y desapareció.
—Yo no entiendo nada —exclamó Rsjfgs con cara de gilipollas.
—Pues fíjate una cosa, compañero. Por primera vez desde que estoy en Rojeria, comienzo a comprender las cosas —contestó Barael.

* * *

Barael y Rsjfgs aguardaban en la Torre de las Adivinanzas.
Esta vez Renemías apareció en la habitación de la misma manera que desapareció la noche anterior.
Barael lo esperaba con ansiedad.
El niño empezó con mucha calma:
—He de deciros que, tanto como si me ganáis en las adivinanzas, como si no, os dejaré marchar.
Rsjfgs preguntó bastante contento:
—¿Pero nos dirás que ha sido de la gente del poblado…
El niño no respondió.
Barael le dijo:
—¿Vas a ir a verle, verdad?
El niño le miró. Sus insondables ojos parecían preocupados.
—¿Tan mal está?
—Sí —respondió Barael muy serio.
Rsjfgs les miraba atónito sin saber qué decir.
El niño rompió a llorar.
Barael se acercó y le colocó la cabeza en su regazo.
Rsjfgs iba a decir algo, pero la señal de Barael le conminó a lo contrario.
—Yo no quería hacerle daño —balbuceó Renemías entre sollozos.
Después se soltó y le dijo a Barael en tono de disculpa regada en lágrimas:
—No me hacía caso, tampoco a mi madre o a mi hermana. Todo el día se lo pasaba con sus amigotes viendo los malditos partidos de rócol.
>>En los pueblos la gente pasaba las horas muertas practicando ese estúpido deporte. Hasta viajaban de todos los lugares del país al estadio de palacio para ver el partido de la liga que él mismo creó.
De nuevo, volvió a llorar desconsoladamente mientras gritaba:
—¡Mi madre se marchó con mi hermana y yo me quedé solo con él! Y no porque mi madre no quisiera llevarme con ella, sino porque mi propio padre decretó que si ella se iba y se llevaba a mi hermana, yo habría de quedarme a su lado. Mi madre no pudo hacer nada: huyó desesperada para salvarse de la muerte por depresión profunda. Huyó de él como de la peste o las enfermedades. Se fue destrozada y él ni siquiera fue capaz de pedirle que se quedara. No fue capaz de rectificar. Se lo pasaba mejor riéndose a su costa con sus malditos amigos, haciéndola sufrir.
Se enjugó los mocos en la túnica y continuó hablando y llorando:
—Con mi madre en palacio las cosas no iban bien, pero se soportaban. Cuando ella se marchó la situación se hizo inaguantable.
>>Mi padre me dejó absolutamente de lado y siguió preocupándose de su puñetero rócol. Nada de lo que yo pudiera hacer le parecía interesar. Tanto fue lo que le odié por toda la culpa que tenía de que nuestra familia se hubiese roto, que me aficioné a la magia. Bueno, me aficioné…, me refugié en ella. Creé a mis amigos: los espectros; creé este castillo. Creé muchas cosas hasta que ya, no pudiendo soportarlo más, me dije: Muy bien, Renemías: <<¿para tu padre no es el rócol lo más importante? ¿No lo ha antepuesto a absolutamente todo y a todos, incluida a su familia? Pues hagamos que de ahora en adelante, realmente, sólo viva para contemplar ese maldito deporte>>. Y lancé un hechizo fortísimo que obligaba contra su voluntad a todo aquel espectador de rócol que presenciara un encuentro o parte de él a no poder dejar de mirar nunca al estadio, y a que los jugadores, empezado ya el partido, tampoco pudieran dejar de jugar. Luego me vine a vivir aquí, con mis espectros, mis cartas, mis dados, mi dominó…
>>¿Por qué no me fui con mi madre? Por miedo, por temor a no ver en qué acababan las cosas, no lo sé. Al principio la conciencia no me remordió, pero, de un tiempo a esta parte, noté demasiada maldad en algunos de mis espectros. Ellos debieron de ser los que devastaron tu poblado. Se me han ido de las manos. Se me ha ido la olla —concluyó triste mirando a Rsjfgs. Después cayó de rodillas en el suelo y reventó a llorar.
Rsjfgs no terminaba de comprender. Barael le explicó lo sucedido en el Palacio de Roca.
El jorobado se agachó con Barael y ambos consolaron al infeliz muchacho.


[1] Y quiero decir: “Únicamente”.
[2] El producto existe y lo podéis adquirir. No, no es coña. Bucead por vuestras redes de información digital. Luego daré más pistas.

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