SÁBADO
Cuando Susana se despertó estaba
espléndida.
Así, sucia, tirada en el césped de
la trasera de la casa con los pies desnudos y sus piernas jóvenes iluminadas
por el sol de la mañana, nadie hubiera adivinado el horror que había sufrido la
noche anterior.
Su precioso vestido negro
totalmente arañado, su pelo alborotado y su maquillaje corrido, la embellecían
como si fuera una amazona dulce y salvaje despertando de su letargo.
Pechos sugerentes, brazos blancos
y suaves, tobillos estrechos, y todas sus bonitas uñas pintadas de negro.
Con la mirada perdida, se miró los
dedos de los pies mientras los movía irracionalmente.
De reojo, descubrió que tenía algo
en la mano: Una grabadora de bolsillo de esas para tomar notas.
Por un instante la miró de forma
incomprensible. Como algo desconocido.
Y un recuerdo la asaltó.
Impulsivamente, se llevó una mano
a la ingle.
Levantó un poco la falda y se
tocó.
No llevaba bragas. Alargó sus
finos dedos y examinó su sexo desnudo, frío, cerrado, y siguió un poco más
atrás.
De repente recordó.
Lo recordó todo.
La náusea subió por su garganta y
comenzó a vomitar mientras unas lágrimas desgarradoras la desencajaban y los
sollozos ahogados le hacían convulsionar.
Se desmayó.
* * *
La muchacha abrió la puerta con el
rostro descompuesto y lleno de lágrimas.
Vanesa y Marcos se sorprendieron.
— ¿Pasa algo? —preguntó Marcos.
—No, no... —respondió enseguida
exculpándose y dándose cuenta de que no estaba presentable.
Vanesa no esperó más:
—Susana está tirada en el jardín.
Se ha vomitado encima y tiene toda la ropa hecha polvo.
El rostro de Sonia se alertó de
verdad. Asintió enseguida y se metió de nuevo en el dormitorio mientras Marcos
y Vanesa bajaban corriendo las escaleras camino de la planta baja.
* * *
Cuando Sonia la vio se volvió
histérica.
Nunca antes había visto así a su
prima.
En un impulso, se tiró al suelo y
empezó a gritar mientras intentaba reanimarla:
—¡¡Susi, Susi!!
La muchacha estaba muy demacrada y
su cuerpo no paraba de convulsionarse.
Pedro estaba
detrás, medio riéndose. Le hacía gracia ver a la chica en aquella situación
pues imaginaba que se debía a una juerga nocturna descomunal. De hecho, en aquel momento,
le hacía gracia cualquier cosa. La droga le flipaba los sentidos y creía volar.
Ni Marcos ni Vanesa lo aprobaban.
Pero así era Pedro.
Arturo y Jorge aparecieron
también.
—¿Qué cojones ha pasado? —preguntó
Arturo enseguida reclinándose junto a Susana.
Nadie le supo contestar.
La chica no dejaba de sollozar y de
apretarse el sexo.
En ese momento se inició una
discusión entre todos sobre el hecho más conveniente: si meterla dentro,
calmarla, si ir con ella a un médico.
Jorge aprovechó para relatar lo
ocurrido la noche anterior mientras Arturo lo confirmaba y los demás caían en
un asombro cada vez más grande.
Susana, poco a poco, entre los
gritos y los cuidados, iba recobrando la cordura e iba confirmando todo
aquello.
Pero recordó algo más que no se
estaba contando allí:
—El Pistolero... —balbuceó.
Vanesa entró corriendo en la casa
para buscar a Javier. Ya había escuchado suficiente. Nunca le gustó. Como
tampoco le gustaban sus gustos, sus costumbres, su manera de follar...
—El Pistolero mató a Javier... le
voló los huevos...
Ahora hasta Sonia se sorprendió.
¿Estaba trastornada o qué?
Marcos se acercó y le revisó las
pupilas.
Aún estaban dilatadas.
—Creo que está alucinando —dijo
para todos —se ha debido de meter algo.
Sonia se levantó y le dijo a
Pedro:
—Nos la llevamos al hospital.
Jorge asintió y Arturo también.
—Quizás sea lo mejor —dijo este
último—. Después de lo ocurrido igual tiene algún desgarro.
Pedro se negó.
Sonia comenzó a discutir con él
pues Pedro pensaba que se le pasaría en breve. Un chute un poco fuerte y poco
más. <<Eso —según él—, no hacía mal a nadie>>.
Marcos secundó la idea de los
demás pero tampoco sirvió para convencer a Pedro. Entonces, Sonia dijo que se
iba, que era su prima, y que también era su responsabilidad. Pedro que no.
Forcejearon y, sin querer, la muchacha le desgarró la camisa.
Pedro levantó una mano y le metió
una hostia en la cara que le partió el tabique nasal y la lanzó hacia a Susana.
Después, comenzó a patearla justo hasta que Arturo le metiera un puñetazo en
los riñones y lo tumbara de rodillas contra ella.
Poseído por la droga, Pedro se
levantó y, si no es porque le redujeron entre los tres, la pelea hubiera sido
del todo sangrienta.
Vanesa regresó.
Escandalizada ante la escena,
obedeció a su marido y trajo corriendo unos calmantes del coche.
Entre forcejeos, consiguieron
inyectárselos.
Se quedó grogui. Menudo hijo de
puta.
De esta forma pudieron encerrarlo
en el dormitorio.
Luego, algo ya más repuestos,
pusieron las cartas sobre la mesa.
Susana estaba en shock. No se
sabía si por producto del intento de violación, las drogas que consumiera, o
ambas cosas a la vez. Sonia no paraba de sangrar por el tabique roto y
necesitaba varios puntos. Javier no estaba en la casa, y a Pedro más valía que
le bajara el subidón con aquello o estaban todos jodidos.
Al final, lo primero que pasó fue
que Vanesa cogió el coche y se llevó a Susana y a Sonia al Hospital más
cercano. Para ella había terminado el fin de semana y, en el caso de las dos
últimas, sus relaciones con el sexo opuesto.
Realmente casi todo estaba a punto
de terminar.
Todo, menos la tormenta.
La vil tormenta que no hacía sino
encrudecerse y envolverlo todo.
Crecía tanto, que se tragaba
cuanto estaba a su alcance como las fauces de un viejo y amenazante cánido.
* * *
Arturo se arrodillo en el césped.
Pero qué cojones hace aquí mi
grabadora, se
dijo.
Jorge venía tras él.
—¿Qué has encontrado?
—Mi grabadora —contestó Arturo.
—¿Tu grabadora?
—Sí.
—Se te habrá caído del bolsillo.
Arturo negó con la cabeza.
—No, la tenía en mi cartera y no
la he sacado desde que llegué. Tuvo que ser Javier.
Se la acercó al oído y presionó el
play:
<< Aún no sé por qué lo
hice.
Cansancio quizás.
Ganas de aire nuevo.
No sé...
CLACK
Arturo se sorprendió y miró de
nuevo la grabadora.
No cabía duda, era la suya. Pero
aunque también parecía suya la voz que sonaba en la cinta, él no había grabado
ese texto.
—¿Qué pasa? —preguntó Jorge.
Arturo no contestó. Desde luego
que no recordaba haber grabado aquellas palabras.
Se levantó y se metió con él en
casa.
A lo mejor el ruido de la tormenta
y del viento no le habían dejado escuchar bien.
(c) Rafael Heka
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