anónimo
Año 3245 después de Cristo
Museo de Antropología Primario.
Esperanza, Capital Terrestre.
La cola daba vueltas al edificio.
Miles de seres autóctonos y foráneos procesionaban impacientes
mientras serpenteaban por una infinita cola contemplando multitud de vestigios.
Todos esperaban llegar hasta un pequeño trozo de papel. Un diminuto manuscrito
sin autor ni procedencia. “El inicio de la Lucidez”, rezaba en la brillante
placa digital.
El muchacho, al llegar, lo miró mientras su padre contemplaba
expectante sus reacciones.
“Hoy he
descubierto quién soy... comenzaba.
Hoy sé qué soy.
Y he llegado a esa conclusión pensando algo muy
sencillo.
He imaginado el mundo, ese lugar plagado de galimatías
legales, atiborrado de normas, de ciegos, de manipuladores, de destructores de
la Naturaleza... SOLO.
VACIO.
Sin más alma
humana en él que YO.
Y, entonces, todo cobró sentido. Vi con claridad la Tierra.
Y mire al cielo, y vi las estrellas.
Y descubrí el paraíso. Un lugar en el que vivir libre de la contaminación
del hombre. Allí, con la ayuda de algún que otro animal y la maña de la
agricultura, uno puede sentirse libre de verdad. Libre y capaz de subsistir de
la forma más sencilla, llegando a esa paz del alma que sólo se conquista con la
auténtica independencia que otorga la autosuficiencia. Porque la realidad de
todo esto es muy sencilla: Tan sólo somos unos seres que necesitan un poco de
agua y algo de alimento para el cuerpo y el espíritu. Todo lo que añadamos después
son complicaciones, manipulaciones, intentos de ingresar al individuo en estructuras
mentales alejadas de su autentica naturaleza simple.
El mundo y yo sólo...
Ahora sí sé quién soy...”
Los
ojos del muchacho habían cambiado de expresión.
Entró
siendo un niño, se marchó como hombre.
(c) 33 Ediciones
(c) Rafael Heka
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