Las cosas no le fueron muy bien a Barael
después de aquel día fatídico en el que se leyó el último bando de Baradir.
A pesar de que hizo todo lo que pudo, la ola
de vandalismo se apoderó de Blancuol antes de que le diera tiempo a terminar
sus preparativos.
El pillaje comenzó por las zonas más pobres
y se fue extendiendo hasta dominar toda la ciudad.
El nombre más temido en toda Blancuol era el
de un mercader seboso y tuerto: Blasto. Blasto el Guarro le llamaban.
Para su desgracia, topó con él. Bueno, con él
exactamente no. Topó con sus malvados secuaces.
En la mañana que siguió a la lectura del
bando, su casa fue mancillada por cuatro gruesos y desaliñados duendes mientras
aún permanecía acurrucado en la cama.
Los asaltantes le propinaron una paliza y lo
desvalijaron. Después, redujeron su humilde morada de madera blanca a astillas
para palillos. Literalmente, me refiero. Desde hacía un tiempo los palillos se
exportaban bien en el mercado negro[1]
y todo lo que aquellos secuaces pillaban susceptible de ser reciclado lo hacían
mondadientes. Hasta llevaban consigo una ligera máquina para pulirlos y
afilarlos. La Palillator-xy. Una joya de artefacto manufacturado en Negrofact
con la que resolvían situaciones como aquellas en un abrir y cerrar de ojos.
En fin, que para cuando terminaron —con dos
sacos recién manufacturados, y no sin cierta dificultad—, metieron el cuerpo
del joven duende en otro y pusieron rumbo a su guarida. Una vez allí, su triste
destino fue una fría y oscura habitación desde la que tan sólo podía oír los
gritos de otros que, como él, habían sido capturados por la nueva mafia de
Blancuol.
En aquel lugar pasó lo que a él le
parecieron varios meses hasta su traslado a las minas de azúcar de Bernia.
Estas minas, de carácter privado y propiedad
de Blasto, estaban socavadas en la ladera del Monte Brecio. Los inquilinos que
amablemente se pusieron a su disposición eran, en su gran mayoría, divertidas
gentes de sobrias costumbres con los que uno se iría a tomar un café con
pastas, al arrullo de unos divertidos dibujitos de los Osos Amorosos.
Con exquisito mimo y dedicación fue
esclavizado, maltratado, apaleado, escupido y sí, lo que estáis pensando,
también. Eso sí, sin saña ni lascivia.
Y allí hubiera acabado nuevamente toda esta
epopeya, con un Barael dispuesto a ejercer de pequeñita meretriz para unos
animales de brazos como postes de la luz, si no hubiese sido porque Dindorx,
aburrido de esperar un inexistente brote de hombría y de comerse hasta las uñas
de los pies, terminó por echarle un cable.
* * *
Aquella noche fue.
Barael maldormía en su lecho de hielo rocoso
tras un duro día de trabajo y una dura
noche de trabajo.
Al principio, una cama de hielo le resultaba
algo excesivo, para aquel entonces, lo excesivo hubiera sido dormir con sus
blancas nalgas fuera de ella pues no hubiera podido ocurrir lo que pronto
sucedió.
En uno de sus cada vez más extraños sueños,
uno con pelotas grandes gigantes que botaban y explotaban, se le apareció
Dindorx vestido con su mejor traje de ceremonias; concretamente, el blanco
ribeteado en plata:
—Barael —comenzó el dios con voz solemne—,
has de escaparte de esta ciudad maldita para devolver el orden al país de
Blancualín y al resto del continente. No te asustes de lo que va a pasar ahora,
sólo vas a sentir unas pequeñas cosquillas. No puedo decirte más.
Sí,
claro, como todos, pensó Barael mientras hacía el ademán mecánico de
levantarse de la cama y ponerse de cuclillas.
—Una vez que escapes —continuó Dindorx
cortando sus pensamientos impuros mientras el joven duende regresaba de forma
automática al lecho sin apenas haber abierto los ojos—, te dirigirás al Muro de
los Colores. En uno de los bolsos, de tu
levita, he depositado un dado. Él te ayudará a elegir el camino.
>>Por las provisiones no has de
preocuparte: junto a ti encontrarás un zurrón mágico; en él cabe todo lo que
quieras meter sin importar el tamaño y te proporcionará toda la comida que se
te antoje.
>>Recuerda: En tus manos está el
futuro de los duendes. Tú eres el único, escucha bien: el ÚNICO que puede
ayudar a que todas las cosas se resuelvan. Bueno, el único después de mí y
porque yo he querido, pero esa es otra historia[2].
He depositado en ti mucha confianza, Barael. Adioooos.
El duende sintió un benigno cosquilleo y
continuó durmiendo. Ahora, extrañamente para él, de manera más plácida.
Su aventura, la nuestra y la de todo dios, no ha hecho más que empezar...
[1] El mercado entre Blancualín y Negrontia, el país
de los duendes negros.
[2] Nos ha jodido, el listo. No le va a decir que
todo es una puñetera artimaña suya para pasar el rato, divertirse y poder
descansar. A lo mejor el pobre duende se cabrea y prende fuego al planeta y
media galaxia entera.
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