VIERNES
Aún no sé por qué lo hice.
Cansancio quizás.
Ganas de aire nuevo.
No sé.
Quizás estuviera hasta los
cojones.
Lo que está claro es que lo hice.
Cogí mi viejo coche y me lancé un
centenar de kilómetros a un lugar desconocido camino de un grupo de tipos con
los que no compartía ya nada, y a los que consideraba, en el mejor de los
casos, unos gilipollas.
Necesitaba una bocanada de aire.
Conmigo llevaba pocas cosas: un
par de libros de sabiduría, algo de música, el botiquín de vitaminas y
ansiolíticos y mi grabadora de notas.
Me dedicaba a la literatura.
Escribía.
Subsistía, más bien.
Contar cosas divertidas en aquel
país por entonces era complicado.
La gente quiere cosas serias,
neuras, depresión, que ganen los malos, todas esas mierdas que le hacen a uno
sentir como el culo, y, sinceramente, yo no puedo con eso.
Historias juveniles, divertidas,
de ciencia-ficción; ésa fue mi elección tras entender que cada escritor ha de
escribir, lo que ha de escribir, y no otra cosa.
Exacto. Escogí el camino más duro.
Pero con un par de cojones, mucha
paciencia, amigos perdidos por el camino y montones de trabajos mal pagados,
conseguí publicar algunas cosas en editoriales de mierda llenas de frikis, más
preocupados de jugar al rol que de profesionalizarse. Luego, cansado de
mamoneos y hostias, fundé mi propio sello.
Así fue cómo me estabilicé de una
puta vez y comencé a disfrutar. Y así fue, como una tarde, Javier me llamó.
—Hombre, ¿qué tal? —le dije
falsamente agradecido.
—Ya ves... (Bla, bla, bla)... he
alquilado una cabaña para el fin de semana... (Bla, bla, bla), a ver si así nos
vemos todosque hace la de dios que... (Bla, bla, bla)
—No estaría mal —contesté—, (etc,
etc, etc).
Bueno, ya sabéis, el rollo de
siempre.
Javier era el típico imbécil sin
ningún tipo de personalidad que hoy dice una cosa, mañana otra, y que cuando se
junta con un par de personas, no sabes nunca por dónde va a salir.
Sus últimas aventuras consistían
en viajar por todo el globo con una compañía de teatro ambulante interpretando
textos clásicos a nivel diurno, para, pasando al nocturno, follarse todo
aquello que se dejara, fuera gratis o pagando.
Últimamente estaba de gira por el
país y bla, bla, bla.
—Lo pensaré —le dije. Pero
enseguida, incontroladamente, solté:
>>No, espera, cuenta
conmigo. ¿Quiénes vamos?
—Marcos, Jorge, Pedro, tú y yo.
Por la cabeza se me pasó no ir,
pero acepté.
Joder: el capullo de Marcos, el
negativo de Pedro, Javier y Jorge.
Marcos era insoportable. Un cateto
cuyos padres pudieron meter en la universidad, de pocas luces a pesar de haber
llegado a convertirse en Médico y el típico con aires de superioridad que habla
dando lecciones, confundiendo su perspectiva con la realidad.
En cuanto a Pedro, era mi perfecta
antítesis. Un tipo dedicado a la literatura, pero a la OTRA literatura. A
aquella que explora todo lo oscuro del ser humano. Huelga decir que era un
pesimista redomado, un hedonista, un egocéntrico y un drogadicto en potencia,
víctima de la insufrible frase: <<Yo controlo>>.
De Javier, ya he dicho bastante y
no perderé más tiempo con él. En lo referente a Jorge... Jorge quizás fuera el
más agradable de todos. Ingeniero de profesión, abierto de mente, amable de
formas y maneras. Sí, era un buen tipo. Quizás un poco inflexible y algo serio.
Pero un buen tipo.
Como se ve, no es difícil adivinar
el porqué de nuestro distanciamiento.
Yo, particularmente, me cansé de
aguantar a la mayoría.
Las discusiones se sucedían, las quedadas disminuyeron y dejamos de
compartir cosas. Nuestros particulares caminos terminaron por poner tierra de
por medio y todos acabamos donde cada uno debía estar. Y estuvo bien.
Por eso, aún ahora, después
de todo, me pregunto reiteradamente por qué fui.
(c) Rafael Heka
(c) 33 Ediciones
¿Más?: http://www.33ediciones.com
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